martes, 27 de septiembre de 2016

DESDE EL ATRIL: ERATO / Horacio PUCHET



ERATO

Acariciando el aire desciende Erato, la amorosa musa de la lírica, graciosa y alegre doncella que ciñe sus sienes de mirto y de rosa, su nombre significa ‘amor’ y por eso Cupido la acompaña, la que sostiene entre sus manos la cítara y el plectro, danza ahora con los pies, con el canto, con el rostro, para compartirnos el ameno deleite de sus relatos placenteros.

Alameda

Un jardín cuatro veces centenario, testigo impasible de la historia, me recibe al salir del socavón del Metro. Emerjo por un largo túnel maloliente, donde hacen su dormitorio indigentes y drogados, del lado del antiguo convento de san Diego. La alameda es una pausa colorida en el paisaje gris.

La visionaria iniciativa de un virrey puso aquí este descanso inesperado. Me agrada saber que un grupo de árboles traídos de mi Coyoacán formó su núcleo original. A partir de su tierna firmeza fue extendiéndose esta sombra húmeda y fresca.

Todos los días transito por la orilla de su aire verde y no la veo. La mirada cotidiana opaca sus reflejos y los vela ante mis ojos. Lo cotidiano se vuelve invisible, como la gente que pasa en shorts trotando por la amplia banqueta, o los que esperan algo de la vida sentados en sus bancas, o como el organillo junto al Palacio que repite una y otra vez “las mañanitas”, ante la mirada curiosa de los paseantes que lo aprecian y le obsequian monedas.

Pero hoy me he detenido un momento a escuchar su cansada algarabía; he podido caminar divertido entre el bullicio y el tumulto; y me he sentido agradecido por este espacio abierto a pobres y turistas, recreo sencillo y momentáneo, vivo corazón frondoso de la capital.

Concierto familiar

Así se llaman los programas dirigidos a jóvenes y niños, aquellos dedicados a crear nuestro público futuro Están compuestos de piezas breves, enlazadas por una narración. Cada temporada hacemos dos o tres de estos programas. Incluyen actores y bailarines, y normalmente se agotan las entradas.

Pero más allá de nombres, un día tuve un verdadero “concierto familiar”. Fue en ocasión de los cuentos de Mamá la oca de Ravel que compartí el escenario con mi esposa y el mayor de mis hijos. Él interpretó el papel de Pulgarcito y mi esposa coreografió cada historia con alumnas de su escuela.

Las niñas danzaron de manera espléndida. Mientras la orquesta tocaba en el foro, ellas bailaban en el proscenio. Era gracioso ver a mi hijo en el máximo escenario esparciendo trocitos de pan para marcar su perdidizo sendero. Niñas como ligeros pájaros multicolores devoraban el pan y mi hijo se perdía en el bosque encantado de los sonidos orquestales de Ravel. Mi esposa bailó el cuento de la Bella y la Bestia, luciendo realmente bella en su papel y la Bestia también tuvo una representación muy adecuada, pues lo hizo un hombre corpulento y algo torpe. En el último número, un ágil zanquero agitando entre la orquesta banderas de colores, agregó con su altura otra dimensión al mágico jardín.

Fue cerrada la ovación con la que el público agradeció el espectáculo. Terminada la función, apareció en el camerino la madre del director para felicitar a mi esposa. Brillaban lágrimas en sus ojos.

Creo que no siempre es fácil conjuntar el trabajo y el hogar, reunir lo público y lo privado en un solo ámbito. Pero en esa ocasión el hogar vino a mi trabajo, y mi vida profesional y familiar se abrazó armoniosamente. Por una vez al menos, todo lo que más amo convivió en un mismo espacio y Bellas Artes fue un domingo el mejor lugar del mundo.

Nostalgia

Entre los bosques de Michigan he recordado la frase de Virgilio: Sunt lacrimae rerum: hay lágrimas en las cosas. Nostalgia del hogar y del paraíso. No somos nosotros los que viajamos: es el mundo que nos deja. Pasa el tiempo y se aleja. Vida fugitiva, enorme y frágil a la vez. Contra el tiempo y la distancia nada puedo hacer.

Las lágrimas de las cosas no son como el rocío que perla los campos en la mañana helada, sino una suave luz interior. La belleza se transparenta en las cosas como el sol entre el follaje. Estaba en los suburbios de Lansing y el color del otoño me rodeaba: amarillo castaño, ocre y marrón, ámbar y granate. Era la tercera semana de una gira.

La mañana previa al concierto vago por las inmediaciones del hotel, recorro caminos sin retorno, admiro paisajes que nunca volveré a ver. Acentúa la soledad el silencio de los árboles. La rutina crea la ilusión de la permanencia, pero aquí vivo un tiempo sin regreso.

Mi familia está muy lejos, pienso, y no podrá ver la expansión dorada del otoño, ni sentir la fría pureza de este cielo, ni el nervioso movimiento de una ardilla entre los árboles del bosque. Son milagros que ocurren una sola vez. Cada mirada es aquí definitiva. Pasan niñas en bicicleta recogiendo manzanas.
Me duele tanta belleza y no poderla compartir.

La flauta

Es el más antiguo entre los instrumentos de aliento. Especie de fósil viviente, como las tortugas o los tiburones de la fauna marina. Escalón próximo al origen. Es el más simple también: un tubo contenedor de una columna de aire puesta en vibración por un soplo. Si el aire dentro del tubo semeja una cuerda, el soplo es el arco que la frota.

Ella es una extensión de mi cuerpo, laringe metálica de líquida voz, o prótesis silbadora. Nada tan íntimo como un sonido: el aire que lo produce brota directamente de mi pecho, junto a mi corazón. Y así como los instrumentos de cuerda tienen una caja de resonancia, mi cuerpo es su caja resonadora. Ella vibra en mi cabeza y en mi tórax. Soy parte de un instrumento de clara voz que mi cuerpo completa.

Todo surgió de este soplo, como una nueva creación o un pequeño génesis: amistades, viajes, familia. Soplo creador de mundos. Mi familia y yo vivimos del aire. A veces por las noches me angustia el sueño de perder mi instrumento. Descubro su falta poco antes del concierto, o que le falta una pieza, o que la olvidé entre las peripecias del camino. Despierto agitado.

La primera flauta que toqué era de carrizo. Regalo de mi padre. Él tomó en serio mi vocación cuando oyó que con ella sacaba melodías de Mozart y Beethoven. Entonces me regaló una flauta de verdad en un cumpleaños y con ella me regaló una vida. Otra más, sumando así a la biológica, la profesional. Este fue el doble acto de su generosidad, su gran amor duplicado.

Aire

Me envuelve una atmósfera quemada y polvorienta. Siente el cielo nostalgia de aquella ciudad cruzada de canales, cuando la luz del amanecer volcánico reverberada en el horizonte líquido que la abrazaba.

Sueño entre pliegues del tiempo siguiendo mi aliento, bajo puertas talladas y altas viguerías, vestigios de una ciudad extinta. Muros de tezontle y portadas de cantera son flores de piedra dormida que interrogan la mirada. Piezas de un rompecabezas que dibuja nuestra historia.

Se difunde la brisa por nombres ilustres de blasones olvidados: del palacio Calimaya a los Condes de Heras Soto, del mayorazgo de Medina al de Guerrero. Los dorados retablos de Regina y la Enseñanza son teología tallada en alta madera rizada. La santa Veracruz se inclina como un barco encallado en la playa. Los azulejos resplandecen bajo la clara luz de la mañana. Me recibe al fin el mármol cegador de Bellas Artes.

Respiro la materia de mi arte. Humo y ceniza pasan a ser parte de mi cuerpo y yo les devuelvo convertidos en notas musicales. Transformar la suciedad del aire en un símbolo es un acto misterioso. La belleza ocurre. No tiene explicación. Tiene algo de magia y de misterio. Un misterio repetido en ensayos y conciertos. El arte humaniza la naturaleza hostil que nos envuelve.

Cuando el director levanta las manos queda el tiempo suspendido. El mundo transcurre a lo lejos. Y entonces el primer sonido de la orquesta agita el aire como la flor que cae en un estanque.

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