ERATO
Acariciando el aire desciende Erato, la amorosa musa de
la lírica, graciosa y alegre doncella que ciñe sus sienes de mirto y de rosa,
su nombre significa ‘amor’ y por eso Cupido la acompaña, la que sostiene entre
sus manos la cítara y el plectro, danza ahora con los pies, con el canto, con
el rostro, para compartirnos el ameno deleite de sus relatos placenteros.
Alameda
Un jardín cuatro veces
centenario, testigo impasible de la historia, me recibe al salir del socavón
del Metro. Emerjo por un largo túnel maloliente, donde hacen su dormitorio
indigentes y drogados, del lado del antiguo convento de san Diego. La alameda
es una pausa colorida en el paisaje gris.
La visionaria iniciativa de
un virrey puso aquí este descanso inesperado. Me agrada saber que un grupo de
árboles traídos de mi Coyoacán formó su núcleo original. A partir de su tierna
firmeza fue extendiéndose esta sombra húmeda y fresca.
Todos los días transito por
la orilla de su aire verde y no la veo. La mirada cotidiana opaca sus reflejos
y los vela ante mis ojos. Lo cotidiano se vuelve invisible, como la gente que
pasa en shorts trotando por la amplia banqueta, o los que esperan algo de la
vida sentados en sus bancas, o como el organillo junto al Palacio que repite
una y otra vez “las mañanitas”, ante la mirada curiosa de los paseantes que lo
aprecian y le obsequian monedas.
Pero hoy me he detenido un
momento a escuchar su cansada algarabía; he podido caminar divertido entre el
bullicio y el tumulto; y me he sentido agradecido por este espacio abierto a
pobres y turistas, recreo sencillo y momentáneo, vivo corazón frondoso de la
capital.
Concierto familiar
Así se llaman los programas
dirigidos a jóvenes y niños, aquellos dedicados a crear nuestro público futuro
Están compuestos de piezas breves, enlazadas por una narración. Cada temporada
hacemos dos o tres de estos programas. Incluyen actores y bailarines, y
normalmente se agotan las entradas.
Pero más allá de nombres, un
día tuve un verdadero “concierto familiar”. Fue en ocasión de los cuentos de Mamá la oca de Ravel que compartí el
escenario con mi esposa y el mayor de mis hijos. Él interpretó el papel de
Pulgarcito y mi esposa coreografió cada historia con alumnas de su escuela.
Las niñas danzaron de manera
espléndida. Mientras la orquesta tocaba en el foro, ellas bailaban en el
proscenio. Era gracioso ver a mi hijo en el máximo escenario esparciendo
trocitos de pan para marcar su perdidizo sendero. Niñas como ligeros pájaros
multicolores devoraban el pan y mi hijo se perdía en el bosque encantado de los
sonidos orquestales de Ravel. Mi esposa bailó el cuento de la Bella y la
Bestia, luciendo realmente bella en su papel y la Bestia también tuvo una
representación muy adecuada, pues lo hizo un hombre corpulento y algo torpe. En
el último número, un ágil zanquero agitando entre la orquesta banderas de
colores, agregó con su altura otra dimensión al mágico jardín.
Fue cerrada la ovación con
la que el público agradeció el espectáculo. Terminada la función, apareció en
el camerino la madre del director para felicitar a mi esposa. Brillaban
lágrimas en sus ojos.
Creo que no siempre es fácil
conjuntar el trabajo y el hogar, reunir lo público y lo privado en un solo
ámbito. Pero en esa ocasión el hogar vino a mi trabajo, y mi vida profesional y
familiar se abrazó armoniosamente. Por una vez al menos, todo lo que más amo
convivió en un mismo espacio y Bellas Artes fue un domingo el mejor lugar del
mundo.
Nostalgia
Entre los bosques de
Michigan he recordado la frase de Virgilio: Sunt
lacrimae rerum: hay lágrimas en las cosas. Nostalgia del hogar y del
paraíso. No somos nosotros los que viajamos: es el mundo que nos deja. Pasa el
tiempo y se aleja. Vida fugitiva, enorme y frágil a la vez. Contra el tiempo y
la distancia nada puedo hacer.
Las lágrimas de las cosas no
son como el rocío que perla los campos en la mañana helada, sino una suave luz
interior. La belleza se transparenta en las cosas como el sol entre el follaje.
Estaba en los suburbios de Lansing y el color del otoño me rodeaba: amarillo
castaño, ocre y marrón, ámbar y granate. Era la tercera semana de una gira.
La mañana previa al
concierto vago por las inmediaciones del hotel, recorro caminos sin retorno,
admiro paisajes que nunca volveré a ver. Acentúa la soledad el silencio de los
árboles. La rutina crea la ilusión de la permanencia, pero aquí vivo un tiempo
sin regreso.
Mi familia está muy lejos, pienso, y no podrá ver la expansión
dorada del otoño, ni sentir la fría pureza de este cielo, ni el nervioso
movimiento de una ardilla entre los árboles del bosque. Son milagros que
ocurren una sola vez. Cada mirada es aquí definitiva. Pasan niñas en bicicleta
recogiendo manzanas.
Me duele tanta belleza y no
poderla compartir.
La flauta
Es el más antiguo entre los
instrumentos de aliento. Especie de fósil viviente, como las tortugas o los
tiburones de la fauna marina. Escalón próximo al origen. Es el más simple
también: un tubo contenedor de una columna de aire puesta en vibración por un
soplo. Si el aire dentro del tubo semeja una cuerda, el soplo es el arco que la
frota.
Ella es una extensión de mi
cuerpo, laringe metálica de líquida voz, o prótesis silbadora. Nada tan íntimo
como un sonido: el aire que lo produce brota directamente de mi pecho, junto a
mi corazón. Y así como los instrumentos de cuerda tienen una caja de
resonancia, mi cuerpo es su caja resonadora. Ella vibra en mi cabeza y en mi
tórax. Soy parte de un instrumento de clara voz que mi cuerpo completa.
Todo surgió de este soplo,
como una nueva creación o un pequeño génesis: amistades, viajes, familia. Soplo
creador de mundos. Mi familia y yo vivimos del aire. A veces por las noches me
angustia el sueño de perder mi instrumento. Descubro su falta poco antes del
concierto, o que le falta una pieza, o que la olvidé entre las peripecias del
camino. Despierto agitado.
La primera flauta que toqué
era de carrizo. Regalo de mi padre. Él tomó en serio mi vocación cuando oyó que
con ella sacaba melodías de Mozart y Beethoven. Entonces me regaló una flauta
de verdad en un cumpleaños y con ella me regaló una vida. Otra más, sumando así
a la biológica, la profesional. Este fue el doble acto de su generosidad, su
gran amor duplicado.
Aire
Me envuelve una atmósfera
quemada y polvorienta. Siente el cielo nostalgia de aquella ciudad cruzada de
canales, cuando la luz del amanecer volcánico reverberada en el horizonte
líquido que la abrazaba.
Sueño entre pliegues del
tiempo siguiendo mi aliento, bajo puertas talladas y altas viguerías, vestigios
de una ciudad extinta. Muros de tezontle y portadas de cantera son flores de
piedra dormida que interrogan la mirada. Piezas de un rompecabezas que dibuja
nuestra historia.
Se difunde la brisa por
nombres ilustres de blasones olvidados: del palacio Calimaya a los Condes de
Heras Soto, del mayorazgo de Medina al de Guerrero. Los dorados retablos de
Regina y la Enseñanza son teología tallada en alta madera rizada. La santa
Veracruz se inclina como un barco encallado en la playa. Los azulejos resplandecen
bajo la clara luz de la mañana. Me recibe al fin el mármol cegador de Bellas
Artes.
Respiro la materia de mi
arte. Humo y ceniza pasan a ser parte de mi cuerpo y yo les devuelvo
convertidos en notas musicales. Transformar la suciedad del aire en un símbolo
es un acto misterioso. La belleza ocurre. No tiene explicación. Tiene algo de
magia y de misterio. Un misterio repetido en ensayos y conciertos. El arte
humaniza la naturaleza hostil que nos envuelve.
Cuando el director levanta
las manos queda el tiempo suspendido. El mundo transcurre a lo lejos. Y
entonces el primer sonido de la orquesta agita el aire como la flor que cae en
un estanque.
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