BELLAS ORACIONES
Oración de Fraternidad
Señor,
yo quiero la unidad que tú
deseas formar entre los
hombres.
Haz que logre con tu amor
hacer que los grupos humanos
vivan en fraterna
colaboración.
Haz que la trasparencia
de mi espíritu
logre respaldar las
iniciativas
de todos mis hermanos.
Que todos cumplan
las responsabilidades
que les incumbe en sus
tareas.
Haz que busquemos
con sencillez todo lo que
une.
Señor,
mi trabajo de todos los días
lo pongo en tus manos,
bendícelo
y que el amor que has puesto
dentro de mí
tenga una salida luminosa
en cada una de mis obras
que son tuyas.
DOM. XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
“Muchos publicanos y pecadores se
acercaban a Jesús para escucharlo. Y por eso los fariseos y maestros de la Ley murmuraban
y criticaban: ‘Este hombree recibe a los pecadores y come con ellos’. Entonces,
Jesús les dijo esta parábola: ‘Si uno de ustedes pierde una oveja de las cien
que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el campo para ir en busca de
la perdida hasta encontrarla?”....
Lucas 15, 1-32
LOS TRES PERSONAJES DE LA
GRAN PARÁBOLA
La parábola literariamente
merece todos los óscares humanos pero, espiritualmente es la gran maravilla que
define a Dios.
Ya sabemos cuál es. La
parábola del hijo pródigo.
Por cierto que hoy San Lucas
nos presenta en realidad tres parábolas para hablarnos de la misericordia de
Dios.
La primera es la del pastor
que sale en busca de la oveja malcriada que se le escapó y, lejos de
reprenderla, la lleva con gran alegría al rebaño mientras va saludando feliz a
todos, diciendo: “encontré a la oveja que se me había perdido”, como si él
mismo tuviera la culpa.
La segunda parábola es la de
una mujer que pierde una dracma, la encuentra y, llena de alegría, va diciendo
a sus vecinas: “¡felicitadme, he encontrado la moneda que se me había
perdido!”.
Jesús concluye en ambas
parábolas que de la misma forma, en el cielo, hay fiesta cuando un pecador se
arrepiente.
Luego viene la gran parábola
que se lleva la palma, porque no se trata ni de una oveja ni de una moneda sino
de los amados de Dios, los hombres.
Primer personaje
Le molesta la familia, le
molesta el trabajo. Parece que no soporta a su padre y menos todavía al hermano
mayor (que dicho entre nosotros, debía ser un cascarrabias).
Ansiando libertad pide su
parte de herencia, pensando que nunca más volverá a necesitar ni de la casa ni
de su padre.
Se va. Se divierte. Invita a
todos. Se cree el hombre más feliz.
Se acabó la plata. Está
solo. Busca trabajo. Nadie le da. Al final le ofrecen un oficio denigrante para
un judío: cuidar chanchos, los animales prohibidos en Israel.
Llegó el momento de pensar.
Lo dice el salmo 118:
“Antes de sufrir, yo andaba
extraviado… me estuvo bien sufrir, así aprendí tus decretos”.
El remordimiento tocó su corazón:
En mi casa había todo. Aquí
me muero de asco y de miseria. Superando la vergüenza dice las palabras que
nosotros repetiremos en el salmo responsorial:
“Me pondré en camino adonde
está mi padre”.
¡Y fue!
El segundo personaje
Es uno de los menos agradables
de todo el Evangelio: el hermano mayor.
Regresa cantando azadón al
hombro. De pronto, por encima de su propia voz, escucha la música.
¡Es música de fiesta! ¿Qué
habrá pasado?, se pregunta.
Un criado le responde: “Tu
padre ha hecho fiesta porque volvió tu hermano”.
El mayor, fiel cumplidor de
la ley, dice amargado, rompiendo la comunión con todos: No entro.
El tercer personaje
El Padre. Sereno, de barba
blanca. Camina lento. Pero su corazón va por delante de él.
No deja que el pequeño le
cuente gran cosa. Sólo escucha las primeras palabras:
“Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Como respuesta el padre se
lo comía a besos.
Y el muchacho limpio, con el
mejor traje, con el anillo en las manos y sandalias nuevas, se acerca para
feliz para comenzar la fiesta.
“Y empezaron el banquete”.
Un mensaje pone nervioso al
padre que está contento celebrando al pródigo:
Tu hijo mayor no quiere
entrar.
La noticia hizo temblar al
padre pero fue de pena. Y salió.
De buenas a primera le dice
el mayor: “tantos años como te sirvo sin desobedecer nunca una orden tuya…”
Yo todos los días voy a
misa, rezo el rosario, doy limosna.
Y ahora vuelve a casa ese
hijo tuyo (drogadicto, borracho, mujeriego…) y lo abrazas y haces fiesta porque
ha vuelto.
Y otra vez se va a quedar en
la casa… ¿Quién lo va a soportar? ¡No seré yo!
“El padre le dijo:
Hijo tú siempre estás conmigo y todo lo mío es
tuyo. Deberías alegrarte porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.
Estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y es que los que se creen
buenos no entienden el corazón de Dios.
En cambio, los que creemos
malos, saben que en Dios sólo hay misericordia.
Aprendamos lo que decía
Santa Teresita al hermano Van, vietnamita redentorista: “Nunca tengas miedo a
Dios: no sabe más que amar”.
Si alguno de ustedes quiere
más aclaraciones en este punto, lea las enseñanzas de nuestro Papa Francisco
(por ejemplo: “Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos
cansamos de pedir perdón”) y entenderán mejor a los tres personajes de esta
parábola, pero sobre todo la misericordia de Dios.
Después de las maravillas
del Evangelio de hoy te invito a leer las otras lecturas tú solo y encontrarás
dos grandes personajes de los que se fió Dios: Moisés y Pablo.
José Ignacio Alemany Grau,
obispo.
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