El día 2 de
agosto de 2017 sucedió un hecho preocupante para la humanidad y para cada ser
humano individualmente. Fue el día anual de la “Sobrecarga de la Tierra” (Overshoot
Day ). Es decir: fue el día en que gastamos todos los bienes y servicios
naturales, básicos para sustentar la vida. Estábamos en verde y ahora entramos
en números rojos, o sea, en un cheque sin fondos. Lo que gastemos de aquí en
adelante será violentamente arrancado a la Tierra para atender las
indispensables demandas humanas y, lo que es peor, para mantener el nivel de
consumo perdulario de los países ricos.
A este hecho
se le suele llamar “Huella Ecológica de la Tierra”. Mediante ella, se mide la
cantidad de tierra fértil y de mar necesarios para generar los medios de vida
indispensables como agua, granos, carnes, peces, fibras, madera, energía
renovable y otros más. Disponemos de 12 mil millones de hectáreas de tierra
fértil (selvas, pastos, cultivos) pero necesitaríamos en realidad 20 mil
millones.
¿Cómo cubrir
este déficit de 8 mil millones? Chupando más y más de la Tierra… ¿pero hasta
cuándo? Estamos descapitalizando lentamente a la Madre Tierra. No sabemos
cuándo llegará su colapso, pero, de continuar con el nivel de consumo y
desperdicio de los países opulentos, vendrá, con consecuencias nefastas para
todos.
Cuando
hablamos de hectáreas de tierra, no pensamos solamente en el suelo, sino en
todo lo que él nos permite producir, como por ejemplo, maderas para muebles,
ropas de algodón, tinturas, principios activos naturales para la medicina,
minerales y otros.
En promedio
cada persona necesitaría para su supervivencia 1,7 hectárea de tierra. Casi la
mitad de la humanidad (43%) está por debajo de este valor, como los países
donde hace estragos el hambre: Eritrea con huella ecológica de 0,4 hectáreas,
Bangladesh con 0,7, Brasil, por encima de la media mundial con 2,9. El 54% de
la población mundial va mucho más allá de sus necesidades, como Estados Unidos con
8,2 hectáreas, Canadá 8,2, Luxemburgo 15,8, Italia 4,6 e India 1,2.
Esta Sobrecarga
Ecológica es un préstamo que estamos tomando de las generaciones futuras
para nuestro uso y disfrute actuales. Pero cuando les llegue el turno a ellas,
¿en qué condiciones van a satisfacer sus necesidades de alimento, agua, fibras,
granos, carnes y madera? Podrían heredar un planeta depauperado.
Tememos que
nuestros descendientes, mirando hacia atrás, acaben maldiciéndonos: “ustedes no
pensaron en sus hijos, nietos y biznietos; no supieron ahorrar y desarrollar un
consumo sobrio y frugal para que quedase algo bueno de la Tierra para nosotros,
y no sólo para nosotros, también para todos los seres vivos, que necesitan
aquello que nosotros apreciamos”. Esto nos trae a la memoria las palabras del
indígena Seattle: «Si todos los animales se acabasen, el ser humano moriría de
soledad de espíritu, porque todo lo que sucede a los animales, le sucederá
también al ser humano, pues todo está interrelacionado».
Lo que
predomina en el mundo es una perversa injusticia social, cruel y despiadada: el
15% de los que viven en las regiones opulentas del Norte del planeta dispone
del 75% de los bienes y servicios naturales y del 40% de la tierra fértil.
Algunos millones de personas, cual perros famélicos, deben esperar las migajas
que caen de las bien servidas mesas de aquéllos.
En verdad la Sobrecarga
de la Tierra es el resultado del tipo de economía dilapidadora de las
“bondades de la naturaleza”, como dicen los andinos, deforestando, contaminando
aguas y suelos, empobreciendo ecosistemas y erosionando la biodiversidad. Estos
efectos son considerados “externalidades”, que no afectan al lucro y no entran
en la contabilidad empresarial. Pero afectan la vida presente y futura.
El
eco-economista Ladislau Dowbor de la Pontificia Universidad Católica de São
Paulo, en su libro Democracia económica (Vozes 2008) resume el problema
con palabras claras: «Parece bastante absurdo, pero lo esencial de la teoría
económica con la cual trabajamos no considera la descapitalización del planeta.
En la práctica, en economía doméstica, sería como si sobreviviésemos vendiendo
los muebles, la plata de la casa... y creyésemos que con ese ingreso podríamos
seguir viviendo con normalidad, y que estaríamos administrando bien nuestra
casa. Estamos destruyendo el suelo, el agua, la vida en los mares, la cobertura
vegetal, las reservas de petróleo, la capa de ozono, el propio clima, pero lo
que contabilizamos es sólo la tasa de crecimiento» (p. 123).
Ésta es la
lógica vigente de la actual economía de mercado neoliberal, irracional y
suicida. De modo radical yo diría: el ser humano se está revelando como el
Satán de la Tierra y no su ángel de la guarda.
Leonardo BOFF/ 15-agosto-17
DE MI ÁLBUM
(Jordanien)
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