miércoles, 27 de septiembre de 2017

REFLEXIÓN SOBRE OTRA VÍCTIMA / Juan ZEGARRA RUSSO


            La cita no es textual, pero hay un bello pasaje del gran papa Pacelli, Pío XII, sobre Cristo que encomienda su espíritu al Padre en la culminación del Gólgota: Se ofreció, dice, como víctima propiciatoria, por ser Cabeza de la humanidad.

            El Cristo de amor, de caridad, el Cristo-Corazón es también el Cristo- Cabeza, Cristo no sólo Rey sino también Logos, Razón, Verbo encarnado.

            Acaba de observar Manuel Aguirre Roca, a propósito del asesinato de Martin Luther King, que el destino de los apóstoles de la no-violencia parece ser encontrar la muerte por violencia. No es sólo Jesús; es también Sócrates, y es Gandhi.

Así como contra Cristo, así también contra Sócrates, el gran razonador de Atenas, lanzó su envenenado apóstrofe el profeta mayor de la violencia, antecesor del nacismo, Federico Nietzsche.

Gandhi como Luther King, fue conductor, Cabeza de multitudes irredentas, a las que instruyó en el credo de la no-violencia. Murió por la violencia. La muerte del pastor King brinda nueva ocasión de sentarse a pensar sobre el horror  de la violencia, de la irracionalidad política.



Pablo VI, al cumplirse un año de su encíclica “El Progreso de los Pueblos”, ha puesto afán  en aclarar que no hay en ella una teología de la revolución y la violencia. Ni una teología de la violencia, como es perfectamente claro, ni tampoco una teología de la revolución, como aún no ven quienes han dado en clamar por la “revolución social cristiana”.

            Revolución cristiana o revolución pacífica es, el menos grave de los casos, un juego de palabras.

Porque no hay revolución sin violencia ni mucho menos, revolución por amor: la revolución nace de la ira y de la envidia; es la hija del odio.

Basta revisar un diccionario para saber que la “revolución” es un “cambio violento en las instituciones políticas de una nación”. (Real Academia de la Lengua).

Y si salta de la simplicidad del diccionario a la sabiduría del historiador político, se aprende con Guglielmo Ferrero, que “la Revolución es el Gran Pánico, el Terror” y que todo Terror trae consigo otra violencia perdurable: la Reacción.

Los franceses en el siglo XVIII, y los rusos, los húngaros, los chinos, los cubanos en el siglo XX, han aprendido que, en efecto, “la Revolución devora a sus propios hijos”, a menudo tras haber devorado a sus propios padres.

La revolución se hace siempre en el nombre del pueblo contra los privilegios del “ancient régime”, y siempre erige, a expensas del pueblo, un nuevo régimen de privilegio –una nueva clase-  con más insolencia de mando, más crueldad y más distancia (más poder alienador) que la clase desplazada.

“Reaccionario” no es ciertamente, una bella palabra, pero tampoco lo es “revolucionario”.

Ambos son extremistas de la irracionalidad, de la violencia, del “a sangre y fuego” para mantener el viejo orden o para imponer el siguiente. Si se revisan los antecedentes de los “revolucionarios” de hoy, de cuarenta y cinco años para arriba, no es raro encontrar viejos simpatizantes del fascismo.

No han tenido que cambiar de actitud, sino, apenas, de punto de apoyo. Su actitud es la misma: el aborrecimiento de la libertad, la nostalgia por un orden rígido, el sueño de mandarín de un nuevo feudalismo tecnoburocrático.

Se requiere un nuevo extremismo: un extremismo del centro, de la libertad con justicia, de la razón compasiva, del sentimiento lúcido, de la evolución sin pausa y con prisa, sí, pero sin odio ni desmanes.

Inglaterra, los países escandinavos, los países bajos, son el modelo político de la humanidad. Los Estados Unidos, no, aunque ninguna nación estuvo mejor llamada para serlo. En la conciencia de los Estados Unidos hay un corte histórico: la guerra civil, provocada por los racistas sureños, y perpetuada por ellos y por los “vengadores” de sus víctimas, durante más de un siglo. La violencia de entonces (y la de antes de entonces) no ha cesado; su último mártir, el más ilustre desde Lincoln, es el pastor negro Martin Luther King, asesinado en Menphis.

1968

DE MI ÁLBUM
(Jordanien)





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