DE: “LAS MÁS BELLAS
ORACIONES DEL MUNDO”
ORACIÓN DE FE
Dios satisfice mi necesidad;
sacia mis hambres tu inmensa
piedad:
conmigo anda y es mi guía
cada momento de este día.
Ahora tengo sabiduría,
verdad,
paciencia, bondad, amor,
todo lo puedo, todo lo soy
en Cristo,
luz del alma mía.
Dios es salud, no puedo
enfermar;
Dios es mi ayuda, no falla
jamás,
Dios es mi todo,
voy sin temor bajo las alas
de su amor.
Anónimo.
DOM. XXI DEL TIEMPO
ORDINARIO
La puerta angosta
“Iba Jesús enseñando por ciudades y pueblos mientras se
dirigía a Jerusalén. Alguien le dijo: ‘Señor,
¿es verdad que pocos hombres se salvarán?’ Jesús respondió: ‘Esfuércense
por entrar por la puerta angosta, porque yo les digo que muchos tratarán de
entrar y no lo lograrán…” Lucas 13, 22-35
LAS SORPRESAS DE DIOS
El Evangelio de hoy no tiene
pérdida.
San Lucas nos presenta a
Jesús “camino a Jerusalén”.
Sabemos lo que esto
significa. Era un camino sin vuelta desde su querida Galilea hacia la capital
donde sabía que iba a terminar la vida crucificado.
Recorría ciudades y aldeas
enseñando. La vida misionera de Jesús fue siempre así: transmitir el mensaje
del Padre.
Y Él fue fiel hasta el
final. Ya nos había dicho que, precisamente, su alimento era hacer esa voluntad
paterna.
Por el camino se le acerca
uno y le pregunta a Jesús:
“Señor, ¿serán pocos los que
se salven?”.
Desde luego que la pregunta
no era la más optimista.
De todas formas sabemos que
había grupos judíos para quienes ésta era una pregunta que hacían siempre.
Hoy nos hacemos esta misma
pregunta, aunque la presentamos de una manera más optimista: ¿son muchos los
que se salvan?
En realidad Jesús no
respondió, sino que más bien dio un consejo más práctico: ¡Hay que pelearla!
He aquí sus palabras: “Esforzaos
en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no
podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta os quedaréis
fuera”.
Está claro lo que Jesús
quiere decirnos: ahora está abierta la puerta. Aprovechen. Hay que entrar a
tiempo, antes de que el Señor cierre y no quede posibilidad de entrar.
También podemos entender que
aquí Jesús nos advierte que, cuando se trata de cosas tan importantes como la
salvación, ni hay varas ni padrinos. Nuestra misma conciencia será la que nos
acuse o nos declarará limpios.
Por eso Jesucristo advierte:
“llamaréis a la puerta diciendo con desesperación: ¡Seños, ábrenos!”
La respuesta es
impresionante: “¡No sé quiénes sois!”
Y entonces vendrá una
letanía de explicaciones que nos han servido muchas veces en este mundo: “Hemos
comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas”… Yo rezaba el
rosario (por compasión), iba a misa (para que me vieran), daba limosnas (para
salir en la foto y quedándome con una buena tajada)… He comido y bebido tu
Eucaristía. He predicado para cumplir y quedar bien (y posiblemente para
recibir un buen donativo….)
“¡No sé quiénes sois.
Alejaos de mí, malvados”.
¿Crees que podrás comprar a
Dios como compraste a los hombres, a los jueces, a los maestros, a los
administradores…?
Y Jesús termina diciéndonos
cómo sentirán una terrible envidia al ver a los patriarcas tan queridos por el
pueblo de Dios y a tanta gente que viene de oriente y de occidente, como nos
dice hoy Isaías: “Vendrán de Tarsis… de las costas lejanas que nunca oyeron mi
fama ni vieron mi gloria y anunciarán mi gloria a las naciones y de todas los
países con ofrendas al Señor y… traerán a todos mis hermanos a caballo y en
carros y en literas, en mulos y dromedarios hasta mi monte santo de Jerusalén”.
Multitudes con ofrendas sinceras para Dios y serán acogidos por Él.
Estos que vendrán serán los
que canta el salmo más corto y bello de todos, el que leemos hoy:
“Alabad al Señor todas las
naciones, aclamadlo todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre”.
Todos alabarán al Señor
menos “los orgullosos y creídos”.
Y a todos los envía a
evangelizar según la antífona que repetimos en este breve salmo:
“Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio”.
La Carta a los Hebreos nos
advierte que Dios, de una manera muy paternal, nos corrige para que vayamos
preparándonos para el gran encuentro con Él:
“Hijo mío, no rechaces la
corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende
a los que ama y castiga a sus hijos preferidos”.
Qué importante es aceptar la
corrección. El padre que ama corrige. El padre a quien no le importa su hijo no
corrige. Es que la corrección es signo de amor. ¿Sabes aprovecharla?
En realidad “ninguna
corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero después de
pasar por ella nos da el fruto: una vida honrada y en paz”.
Aprovechemos, pues, las
correcciones que Dios nos envía. No nos importe cómo nos lleguen o de dónde
vengan. Esto nos ayudará a entrar por la puerta de la humildad al Reino.
José Ignacio Alemany Grau,
obispo
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