(Escribo este artículo en
Seúl gozando de la sauna, 25 de julio del 2016).
Cuando un ignorante del
mundo asiático piensa o se imagina sobre este vasto y superpoblado continente
hay dos o, quizás, tres posibilidades generales:
1. Gente de ojos rasgados,
de pelo negro y lacio, y de piel amarillenta. Nos estamos refiriendo a los
asiáticos del Extremo Oriente: chinos, japoneses, coreanos, taiwaneses… Lao Tse
y Confucio son de esta área. Pero la Siberia asiática es blanca.
2. Gente de ojos grandes, de
pelo negro ya lacio o rizado y de piel más oscura que blanca. Son los asiáticos
de Medio Oriente y del área de India y de sus vecinos Paquistán, Nepal,
Afganistán... Cito en orden cronológico a tres maestros de esta zona: Sidarta
Gautama (el último Buda), Jesús y Mahoma.
3. Gente de ojos rasgados o
grandes, de pelo negro ya lacio o rizado, de piel oscura. Son los del sudeste
asiático, continentales e insulares: los continentales vietnamitas,
tailandeses, camboyanos… Los insulares filipinos, malayos e indonesios…
El continente de Asia, como
se ve, es geográficamente tan grande como culturalmente tan heterogéneo.
En la sauna todos se
desnudan
Cuando un visitante
americano (me refiero al continente) u europeo me pide información sobre la
República de Corea, país que más conozco, hablo de la sauna, los saludos, los
gestos y de otras particularidades gastronómicas.
Les informo sobre la
realidad antropológica dentro de la sauna, una experiencia espectacular. En cualquier
barrio coreano hay muchas saunas que funcionan las 24 horas. El precio de
entrada oscila entre 6 y 8 dólares estadounidenses. Está al alcance de todos.
Generalmente, las saunas están en los pisos bajos de los edificios por temor a
las filtraciones de agua, vapor y calor. El acceso es común hasta la mesa de
pago; luego, dos puertas hacia el interior separan a los clientes con los
íconos de varón y mujer más las palabras en alfabeto coreano. Por los íconos no
hay confusión. Yo no conozco sauna para ambos géneros.
Cuando los amigos no
coreanos me han visitado, los he llevado a la sauna para que, fuera de bañarse,
conozcan la realidad desnuda de Corea. Los zapatos quedan en la entrada, en una
caja numerada cuya llave se presenta al controlador interno quien da la llave
de la cabina para guardar la ropa. Pasando una puerta de vidrio están las pozas
de agua tibia, caliente y fría; habitaciones de vapor seco, húmedo y de rayos
infrarrojos. Los fuertes chorros de agua que salen de la pared, cuando se presiona
un botón, es el masajeador hídrico. La gente desnuda, totalmente, goza de los
espacios amplios. Allí los amigos se encuentran, los abuelos con los hijos y
nietos conversan y se ayudan a quitarse la mugre de la piel con toallas
ásperas.
El extranjero que entra a la
sauna, naturalmente, primero es examinado de reojo; después, frontalmente.
Luego, pasada la curiosidad, cada quien hace lo que quiere para bañarse mejor
sin preocuparse del tiempo porque -si alguien quiere- hasta puede dormir en
otros ambientes secos poniéndose ropas preparadas. Si tiene hambre, puede pedir
por teléfono a los restaurantes vinculados con la sauna que, prestos, llevan la
comida. Hay también una sala de descanso con televisor, teléfono público,
servicios higiénicos, máquinas con bebidas frías. Cuando sobran horas para
continuar el viaje, la sauna es el mejor lugar de descanso.
Algunos amigos mexicanos han
gozado de la sauna coreana y hasta han visto a los monjes budistas de cabezas
rapadas y totalmente desnudos, sentados en flor de loto, recibiendo chorros de
agua fría. Entre los amigos peruanos, uno se sintió incómodo y sorprendido en
los primeros momentos porque no se había imaginado que los coreanos (de
apariencia recatada hasta en el saludo, pues hacen venias a distancia como para
no ser tocados), dentro de la sauna andan desnudos exhibiendo todo; y, de qué
modo.
-Padre, usted, antes que
sacerdote es un hombre -traté de calmar al cura peruano-. El cuerpo humano no
es un tabú. Ver el desnudo y desnudarse en la sauna tampoco es pecado.
-Bueno, bueno. Debo tomar
esta experiencia como una lección del viaje y de la vida.
El sacerdote, después de
esta experiencia, afuera se rio con todas las ganas, como si se hubiera
liberado de muchas ataduras: Los prejuicios son culturales. Fue su conclusión.
Los asiáticos y americanos,
antes de la presencia cristiana, eran muy amantes de los baños de sauna en las
fuentes termales. Por eso representaron cuerpos humanos desnudos y actos
sexuales en cerámicas (los mochicas, Perú), en esculturas (Kamasutra, India) y
en pinturas (China). Por suerte, los religiosos prejuiciosos no los vieron o no
los dejaron ver; de lo contrario, los habrían destruido por considerarlos
pecaminosos.
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