En las recámaras de la Reina, la Reina
Beatriz permanece sentada en posición rígida, luciendo un vestido dorado,
mientras que un pintor dibuja un retrato de ella.
Janice
observa la rapidez y atenuada forma en que el artista efectúa los trazos.
“Qué maravilla. Es usted una musa, Su
Majestad”, dice el pintor entrecerrando los ojos.
“Y
esos pendientes iluminan tu rostro”, opina Janice.
La Señorita
Pía entra en la habitación acompañada de un joven delgado de cabello blanco. Su
vestimenta parece algo moderna para el estilo de esta era; un sombrero de ala
ancha que cae a los lados de la cabeza, un chaleco de raso rojo y unos
pantalones apretados de color rosa.
Janice se
emociona al ver a su hermano, Flere, en el Palacio.
“Hasta
que decidiste venir…”, Janice le da un afectuoso abrazo.
“Sí, hermanita.
Hay que tener paciencia en esta vida”.
Flere se
impresiona al ver que su prima, la Reina Beatriz, se ha convertido en una mujer
de extrema elegancia.
Flere se
arrodilla delante de la Reina.
“Buen día, Su Majestad”, le dice.
La Reina Beatriz no puede mantener más la
incómoda postura. El pintor asiente con la cabeza.
“No te burles. Qué alegría tenerte aquí”, dice
la Reina.
“Pero mírate. Eres la Reina de reinas”.
Flere observa
la pintura.
“Esto es sin duda una obra de arte”.
La Reina
Beatriz sonríe.
“El Rey me lo pidió como algo muy especial”.
“Y le
obsequió esos pendientes de diamantes que han estado en su familia por
generaciones”, comenta Janice.
Flere luce
deslumbrado con el resplandor de los pendientes.
“Deben
valer más de lo que sé contar”, observa Flere.
“El Rey lo revelará mañana a sus invitados”.
“Y habrá un gran baile”, dice Janice con una
amplia sonrisa.
Flere mira en
varias direcciones.
“De
haber sabido, venía más antes”.
La Reina Beatriz
sonríe.
“Algo tarde, pero me alegra que hayas
aceptado mi invitación”.
“Soy
yo el que está agradecido”.
Este Palacio
es cuatro veces más grande que el nuestro”. La Reina y Janice ríen.
“Me
estaba olvidando de felicitarte por terminar tus estudios”.
“La
Academia es una locura. Contaba los días por largarme”. Flere abre su bolso de
cuero.
“A propósito. Traigo una carta para Su
Majestad”. La Reina recibe la carta. Ve que es de su madre, la Reina de
Crystland.
“Y una para tí”. Flere entrega una carta a
Janice. Janice la mira emocionada.
“Espero que pronto pueda visitar a nuestros
padres”. Flere toma una pequeña caja de su bolso.
“Y este es un regalo para el Rey”.
“El
Rey Aidan está ahora en una reunión. Me aseguraré de que lo reciba”, dice la
Señorita Pía. La Reina se levanta.
“Señorita Pía es usted muy amable. Acompañe a
este Caballero a su habitación”.
Flere sonríe,
muy orgulloso al escuchar a su prima.
“Mi querido Flere, disfruta de tu estadía”, agrega
la Reina.
En la lavandería, Alysse dobla una sábana
sobre una larga mesa.
Sharize se
acerca y observa la triste mirada de Alysse.
“No
me digas que la Señorita Pía te ha regañado”.
“Todo
es culpa mía. Quizás éste no sea mi lugar”.
Sharize la
toma de la mano.
“Si te marchas, la Reina perderá su nueva
Dama de honor”.
Alysse mira
hacia arriba.
“Es
verdad, pero a veces siento que ella es la causante de todo”.
“Debes haberle causado muy buena impresión,
ya que jamás ha solicitado la ayuda de alguna otra doncella”.
“Tienes razón. Le mostraré lo agradecida que
estoy”, sonríe Alysse.
Alysse toma
el montón de sábanas. Sharize asiente con la cabeza.
En la panadería, Nidia entra en su dormitorio
y se detiene delante del espejo. Ella admira la forma en que el collar luce en
ella. Luego, observa el reflejo de Milun en el espejo y da vuelta. Milun
observa detenidamente el collar en el cuello de Nidia.
“¿Es
tu regalo de boda?”, pregunta Milun.
Nidia lo
empuja.
“¿Cómo te atreves?, mi padre te matará si te
ve”.
“No me
iré sin que antes me respondas. Sé que hay algo de este noble Caballero que me
ocultas”. Nidia se voltea pero Milun la toma del brazo.
“¿Cómo es que lo conoces?” Nidia permanece
en silencio.
En uno de los pasillos, Alysse transporta la
pila de sábanas hacia las recámaras de la Reina. El Duque abre una puerta y sin
querer golpea a Alysse por detrás. Las sábanas se esparcen por todo el suelo.
El Duque extiende su mano hacia Alysse.
“Deberías tener más cuidado…”
Él se siente
deslumbrado por la exótica belleza de Alysse.
“No
creo haberte visto antes”, añade el Duque.
“Soy la Dama de honor de la Reina”.
Alysse recoge
las sábanas. El Duque camina a su alrededor.
“La Reina cuenta con el privilegio de estar
rodeada por doncellas muy hermosas”.
Alysse se
siente incómoda y decide marcharse. El Duque la toma del brazo.
“Esos ojos marrones reflejan esfuerzo y
dedicación”.
“Sí,
mi Señor”.
“Déjame decirte que soy un Caballero muy
generoso”.
Alysse, muy
nerviosa, intenta zafarse; pero el Duque continúa sujetándola del brazo.
“Ahora, ya sabes dónde encontrarme”.
“Déjeme ir”.
“Parece que no tienes idea de quién soy yo”, responde
el Duque.
El Monseñor
Blanco se acerca y el Duque libera el brazo de Alysse. Alysse mira al Monseñor.
“Su
Señoría, permítame; debo continuar con mis deberes”.
“¿Y Su
Majestad, la Reina, continúa indispuesta?”, pregunta el Monseñor.
“A
pesar de la lluvia, ya se siente mejor”. Alysse hace reverencia y se marcha. El
Duque le sonríe al Monseñor, pero el Monseñor mantiene su mirada seria.
“Espero que no piense que estoy interesado en
esta sirvienta Bordana”, aclara el Duque. El Monseñor ríe.
“Es usted un hombre muy selectivo, debo
admitir”. El Duque ríe.
“No creo que usted sea la persona indicada
para hablar de mujeres, ¿no es verdad, Su Excelencia?”
“Estoy de acuerdo. Hablaremos de un hombre. Un
hombre que está realmente preocupado por las manifestaciones en el norte”. El
Duque mueve los ojos con fastidio.
“El Amo Columbio, me imagino. Como es el
miembro que lleva menos tiempo en la Corte, se preocupa por todo”.
“Puede ser que él tenga algo de razón. Al
menos no lo he visto jugueteando con las criadas”. El Duque ríe.
“Para su información, muy pronto voy a
desposar a una bella mujer. Las otras no son más que unas pequeñas capillas”.
“Debe
saber que no estoy aquí para perder mi tiempo intercambiando cumplidos”,
responde el Monseñor.
“Comprendo. Trataré de reunirme con Columbio e
informarle sobre el progreso de las negociaciones”. El Monseñor asiente con la
cabeza.
La diferencia entre las clases sociales en
Frezzia ha aumentado considerablemente en los últimos veinte años.
Caracterizada por la opulencia y el lujo, la nobleza cuenta de privilegios
feudales, así como preferencia en alcanzar altas posiciones eclesiásticas,
civiles y militares; mientras que los agricultores se ven obligados a trabajar
la tierra para poder vivir.
En una de las aldeas del norte, Latsia, un
grupo de campesinos está tomando a la fuerza el control de una casa señorial.
En el patio de la casa, los campesinos arrastran al Gran Patrón, un hombre de
elegantes vestimentas y lo atan a un palo. La familia de este hombre grita al
presenciar el crudo maltrato. El organizador de esta protesta, Brett, un joven
de cara manchada, quien tiene aspecto de hambriento y sed de venganza, golpea
sin piedad al Gran Patrón con su látigo de púas.
“Esto les pasa por ignorar nuestras quejas.
Estamos hartos de trabajar todo el día y no poder conseguir ni un solo centavo”.
El rostro del
Gran Patrón ya está totalmente ensangrentado.
“No es
culpa mía. Mi deber es recolectar los impuestos para el Rey”, dice el Gran Patrón
con voz temblorosa. Brett levanta su látigo. Arturo se coloca delante del Gran
Patrón.
“Muchacho.
Esta no es la solución”.
Brett ríe.
“Como de costumbre, el clero. También
culpable de la corrupción”.
Arturo se
arrodilla y baja su mirada.
“En
ese caso permíteme recibir el castigo en lugar de este hombre”.
Brett siente
compasión por Arturo.
“No eres más que un loco. Aprovecha y oye
sus pecados. Es lo único que los sacerdotes saben hacer”.
Brett se
acerca al Gran Patrón.
“Y tú,
envía este mensaje al Rey”.
Brett y los
otros campesinos se marchan. El Gran Patrón evita mirar a Arturo, avergonzado
por su situación. Arturo limpia con un pañuelo la sangre del rostro del Gran
Patrón.
En la cocina, Alysse espera que una bandeja esté lista. Miccael se acerca
a ella con un ramo de rosas.
“Una
mujer tan bella como tú siempre debe sonreír”.
Alysse sonríe y huele las rosas.
“¿Crees que deba llevarlas a mi habitación
antes de que me meta en problemas? Parece que todo lo que hago aquí es
incorrecto”.
“Te
doy la razón, lidiar con la Señorita Pía no es fácil. Recuerda que aquí estoy
si necesitas con quien hablar”, responde Miccael.
Miccael
observa como hipnotizado los ojos de Alysse. Yllia los observa desde la puerta.
En el Salón
de los nobles, Flere toca su flauta. El Rey Aidan, la Reina Beatriz y Janice
disfrutan de la melodía. Al finalizar, el Rey aplaude.
“Impresionante”, dice el Rey. Flere sonríe.
“Si
gusta, puedo tocar toda la noche para Su Majestad”. El Rey se pone de pie.
“Me encantaría, pero debo asistir a una reunión
importante en la mañana. Por favor, continúen”. El Rey Aidan besa las mejillas
de la Reina y sale del salón. La Reina
parece aún perturbada por haber visto al Rey con su amante el otro día. Flere
nota su semblante y se acerca a la Reina.
“¿Deseas ya descansar?”, le pregunta.
“¡Oh,
no, perdóname! Esa melodía me trajo recuerdos de mi familia”.
Janice decide
cambiar el tema de la conversación.
“Debemos prepararnos para el baile de mañana”.
“Pero
si sólo tengo que aprender algunos pasos”, comenta Flere.
La Reina
Beatriz sonríe.
“Dime querido, ¿acaso dejaste algún corazón
roto?”, pregunta ella.
Flere ríe.
“Los
estudios y el romance no eran para mí. Veré qué me ofrece Frezzia”.
Alysse entra
y les sirve unas bebidas. Janice retira la bandeja de las manos de Alysse.
“Déjame presentarte a mi querido hermano,
Flere”. Flere besa la mano de Alysse.
“Qué
placer para mí, es usted una señorita muy hermosa”.
“Le
agradezco, Señor Flere”. Alysse hace reverencia. La Reina y Janice se miran
sorprendidas. Ellas esperaban que Alysse responda al saludo en Criztino.
“Alysse sabe hablar nuestro idioma. Debes
tener cuidado”, dice Janice. Flere ríe.
“Y nos ayudará con la música. Le encantan
las mascaradas”, dice la Reina, tratando que Alysse deje a un lado la etiqueta.
“¡Las
mascaradas!, exclama Flere, muy emocionado,
“¿Aún
existen aquí los bailes de máscaras, así como los que contaban los libros?”
“Alysse te lo contará todo”, dice Janice.
Alysse baja
la mirada y recuerda las advertencias de la Señorita Pía. La Reina y Janice
miran a Alysse esperando ver su espontáneo entusiasmo, pero…
“Es hora de preparar su alcoba, Su Majestad”,
dice Alysse. La Reina y Janice se miran extrañadas.
En uno de los pasillos, el Duque se
encuentra con Columbio.
“Esperaba tu llegada”.
“Mi
camarada favorito, ¿muriendo de impaciencia por verme?”, pregunta el Duque.
Columbio sonríe.
“Después de conocer la grave situación en el
norte era necesario”. El Duque ríe.
“Le advertí al General Riot que el informe
no estaba listo aún”.
“El Rey se muestra preocupado y me pidió que
te ayudara. ¿Cómo marchan las conversaciones con los campesinos?” El Duque se
frota las manos.
“Todo
está bajo control. Pero vamos. Déjame invitarte una botella de vino”. Columbio
asiente con la cabeza.
En la taberna de la aldea, un bullicioso y
pequeño establecimiento lleno de mesas y sillas de madera, el Capitán Donoch y
cuatro de sus soldados permanecen sentados alrededor de una mesa circular.
Milun entra y el Capitán Donoch lo observa con sorpresa.
“Como
lo adiviné, no ha pasado ni un día y ya nos necesitas”.
Milun se
acerca a la mesa. El Capitán Donoch se da cuenta de la triste expresión en el
rostro de Milun y mueve su mano. Los otros soldados entienden la señal y se
retiran.
“Siéntate y dime qué ocurre”.
Milun aprieta
los puños.
“Lo que usted presentía era correcto. Nidia
está comprometida”.
El Capitán
Donoch no se sorprende en absoluto.
“Lamento haber regresado a Frezzia”, añade
Milun.
El dueño de
la taberna, un hombre bastante corpulento y de cejas costrosas, coloca en la
mesa varias jarras de cerveza.
“Cuando un marinero parte, no hay garantía de
su regreso. Imagina lo difícil que es para las personas que abandona”, dice el Capitán.
“Soñaba en regresar. Pero ahora todo en mi
vida se ha oscurecido”.
El Capitán
Donoch coloca su mano sobre el hombro de Milun.
“Hijo, estás conociendo el verdadero color
del amor”. Milun toma un trago.
“Estoy
seguro que ella no ama a ese Caballero. Sus ojos no mienten”.
“No
trates de justificarla”.
“Este Caballero
es miembro de la nobleza”.
El Capitán
Donoch parece sorprendido.
“Pertenece al entorno del Rey. El Duque…el
Duque de…”, añade Milun.
“¿El
Duque de la Motte?”, pregunta el Capitán.
Milun asiente
con la cabeza y se retira.
Se dirige
luego al pequeño mercado de la aldea para encontrarse con Nidia.
Cerca de allí, en un exclusivo y privado
cabaret, el Duque y el Amo Columbio deleitan su mirada con el movimiento de
vientre de una bella bailarina quien se abre paso entre los asistentes.
Columbio, ya un poco mareado, ríe a carcajadas.
“Pensé
que beberíamos una copa de vino en la glorieta del jardín, pero este lugar es
increíble”.
“De
vez en cuando un poco de diversión es necesario”.
La bailarina
acerca a Columbio su ondulante vientre. Columbio nervioso, la toma de las
caderas. La bailarina toma la mano de Columbio y le indica con señas que la
siga. El Duque lo empuja.
“Dale
lo que se merece”.
Columbio y la
bailarina se marchan. El Duque ríe.
Al día siguiente, en la sala de esgrima,
Flere y Janice practican con sus floretes. Ambos visten chaquetas y pantalones
especiales.
“No está nada mal para una dama”, opina
Flere.
“Y eso que no lo practico desde hace mucho”.
Janice bebe de una taza.
“A
propósito, la Reina ha mencionado que hay un Caballero detrás tuyo”.
Janice suelta
un grito ahogado.
“El Amo Columbio y yo somos sólo amigos”, responde
Janice.
“¿Y...?”
“Bueno, te confieso que es un Caballero muy
galante”.
“Eso
es un buen indicio”. Janice baja la mirada.
“En
realidad prefiero no involucrarme con alguien de este reino”, comenta Janice.
Flere la
abraza.
“Eso
no importa. Estoy seguro que harías feliz a cualquier hombre sin importar su
procedencia”. Janice ríe.
En la Cámara del Consejo Real, el Rey y su
Corte se reúnen. El General Riot aclara la garganta mientras desenrolla un
pergamino. Él lo lee.
“Hemos recibido un grave informe de un
incidente producido en la aldea de Latsia. Uno de los Patrones fue capturado y
agredido”.
“¿Cómo pudo ocurrir algo así?”, grita el
Rey.
Columbio
observa al Duque sorprendido. El Duque se frota las manos.
“Se les advirtió que no deberían salir de
sus casas de noche”.
El General
Riot enrolla el pergamino.
“Los manifestantes ingresaron y lo
agredieron en presencia de sus familiares. Se dice que un misterioso sacerdote
logró salvar su vida”.
“La
gente tiene mucha imaginación. Este grupo de rebeldes son sólo unas cuantas
familias en contra de la paz en el reino”.
Columbio se
levanta.
“Quizás es tiempo de investigar la situación
a fondo”. El Rey se muestra preocupado.
“No toleraré más estas acciones. Ordene a
nuestras tropas tomar represalia si es necesario”, dice el Rey con
determinación.
“Tiene
que haber una mejor solución”, opina Columbio. El Rey Aidan sale de la
habitación. Columbio se acerca al Duque.
“Debes
informar al Rey de tu propuesta de reducir los impuestos”, dice Columbio.
El Duque ríe.
“Me da
la impresión que el alcohol de anoche te ha afectado. Los impuestos no van a
cambiar debido a unos ignorantes campesinos”.
Los otros
miembros de la Corte se sorprenden al oír al Duque hablar así. Columbio está
furioso.
“Pero ¿cómo te atreves? Informaré al Rey de
tus palabras ofensivas”.
“Tengo
mejores cosas qué hacer que escuchar tus chillidos”.
El Duque sale
de la habitación.
Columbio se acerca a Riot.
“Su hiriente actitud merece una severa
sanción”. Riot baja la mirada.
“Debes
admitir que la reunión terminó con la salida del Rey. Lo que se discute luego
no se toma de manera oficial”.
Columbio no
puede creer las palabras de Riot.
“Nuestra función es la de informar. Si el
exceso de impuestos es la causa de los problemas, se debe trabajar en ello para
una correcta solución”.
Riot sale de
la habitación. Columbio aprieta los puños.
En la aldea, los comerciantes ofrecen sus
productos sobre largas mesas. Dos lecheras caminan con sus baldes sobre sus
cabezas. Nidia camina junto a Milun con una cesta bajo el brazo y toma la
manzana más roja de una de las mesas.
“Parece jugosa. Espero que esté deliciosa”,
dice Nidia
“¡Ojalá que no esté podrida por dentro!”, dice
Milun en tono sarcástico.
Nidia intenta
alejarse, pero Milun la toma del brazo.
“Dime la verdad, ¿cómo llegaste a conocer al
Duque?”.
Nidia se da
vuelta.
“Mi
padre se encargó de todo”.
“Ya
sabía yo que su avaricia estaba detrás de todo esto”.
“¡Cállate! Mi padre quiere lo mejor para mí
y es mi deber hacer lo que él diga”.
Milun toma
las manos de Nidia.
“¿Y qué es lo que tu corazón te dice?”
“Mi
corazón ha estado congelado desde el día que te fuiste”.
“Si
una vez me perteneció, estoy dispuesto a luchar por él”.
“Mi
padre jamás permitirá lo nuestro. Me obligaría de todos modos”.
“Entonces nos marcharemos por barco”. Nidia
observa a Milun detenidamente.
“¿Y qué sucederá con mi compromiso? Mi padre
jamás me lo perdonará”, responde Nidia.
“Él aprenderá que no eres propiedad de nadie”.
“Me
pregunto ¿qué diría mi madre a todo esto si aún viviera?”.
“Estaría muy orgullosa de lo que estás a punto
de hacer”.
Milun la
abraza.
“Sólo
regresé por ti. Te pido perdón con todo mi corazón”.
“Prométeme que nunca me abandonarás”.
Nidia y Milun
comparten un apasionado beso.
En la
sala de esgrima, Columbio demuestra su habilidad con la espada luchando contra
uno de los soldados. Janice entra y observa la práctica.
Columbio se
acerca y se inclina hacia ella.
“Señorita Janice. ¡Es una hermosa mañana!”.
Janice observa a Columbio detenidamente.
“Me sorprendió tu ausencia durante el
desayuno”. Columbio sonríe.
“A
veces, después de asistir a una reunión, una buena práctica es todo lo que
necesito”.
“¿Ocurre algo malo?”
“Sólo
un par de altercados en el norte. No hay necesidad alguna de preocupar a la
Reina”.
“Mi
boca está sellada. Al menos por ahora”, responde Janice.
Columbio y
Janice se miran a los ojos. Flere se acerca y ve a Janice con Columbio.
“Hermano, permíteme presentarte al Amo
Columbio. Éste es Flere”.
Flere y
Columbio se dan la mano.
“Su Excelencia”, dice Flere.
“Es un placer conocerte. La Reina debe estar
feliz al tener a sus dos primos cerca”, opina Columbio.
Flere sonríe
y levanta la cabeza.
“Definitivamente, éste es un lugar que vale la
pena visitar”. Columbio ríe y regresa a su práctica.
Flere sonríe
a Janice.
“¿Es
éste el Caballero que mencionaste?”
Janice
responde a la pregunta de Flere con una amplia sonrisa.
En el Monasterio de San Mirador, el Monseñor
Blanco ingresa junto a su séquito de soldados de uniforme rojo, quienes están
expresamente al servicio del clero. Su líder, el Capitán Jasper, cuyo cabello
largo y rizado cubre la mitad de su rostro, permanece al lado del Monseñor. El
Padre Superior recibe al Monseñor con un cálido abrazo.
“Frezzia está bendecida con vuestra sabiduría”.
El Monseñor Blanco sonríe.
“Sigo pensando que el monasterio es el lugar
adecuado para mí”, dice el Monseñor. El Padre Superior sonríe y camina con
ellos. En las recámaras de la Reina, Janice y Flere ayudan a la Reina a decidir
qué ponerse para el baile. Alysse entra y la Reina le pide que se acerque.
“¿Cuál de los vestidos crees que es el más
apropiado?”.
Alysse
prefiere no responder.
“Debe
ser muy difícil tener que escoger algo con tantas opciones”, opina Flere.
La Reina
observa a Alysse con detenimiento.
“Imagina que el baile de esta noche es una
mascarada. ¿Con cuál de los vestidos luciría mejor?”
“Su
Majestad, yo…yo...”
Flere se
acerca a Alysse.
“Vamos, dime ¿qué es una mascarada?”, pregunta
él.
Alysse
empieza a escuchar la melodía en su cabeza. La Señorita Pía observa desde la
puerta. Alysse se da cuenta que la Señorita Pía la está vigilando, pero se
llena de valor y toma la mano de Flere.
“Sígueme”, dice Alysse.
Flere afirma
con la cabeza y toma a Alysse de la cintura. Ellos bailan al ritmo de la balada.
“¿No
tienes nada qué vestir?
Es sólo un baile, una sola vez.
Corta una sábana, sé artesana,
Esa mejilla, ¿quién la maquilla?”
Mira al espejo,
Date prisa o te dejo.
Se acerca un Caballero, bailaremos muy
ligero.
A la izquierda, a la derecha
La guitarra toca satisfecha.
Es una danza mágica,
todos llevan máscaras y sombreros de
pluma.
Como esta noche no hay ninguna”.
La Reina Beatriz, Janice y Flere quedan
encantados con la canción. En la puerta, la Señorita Pía aprieta su pañuelo
llena de rabia.
En la cocina del Palacio, Yllia se acerca a
Miccael y acaricia su pecho.
“Me he dado cuenta de que estás cortejando a
la nueva criada”.
Miccael
retira de su pecho la mano de Yllia.
“Pensé que tenías mejores gustos. Es una
Bordana”, agrega Yllia.
Miccael mira
a Yllia con evidente fastidio.
“No te permitiré que te refieras a Alysse de
esa forma”.
Miccael se
aleja. Yllia ríe.
En el
monasterio, el Monseñor Blanco y el asistente del Padre Superior, Donés,
caminan por un pasillo. Donés, un alto albino, viste una túnica color púrpura y
una capucha que cubre parte de su rostro.
“El Padre Superior se siente aliviado ahora
que terminó la guerra. Creo que a veces lamenta el haber dejado el Palacio”, dice
Donés. El Monseñor Blanco ríe.
“Espero se dé cuenta del arduo trabajo que
se requiere. Él merece un descanso después de todos estos años”, responde el
Monseñor. Donés y el Monseñor observan a Arturo orando en el jardín.
“Parece que este hombre continúa en
penitencia”, observa el Monseñor. Donés asiente con la cabeza.
“¿Has
tratado de llegar a él?”
“Su Excelencia, creo que sería una pérdida
de tiempo”, responde Donés.
“Me
pregunto, ¿qué tan graves serán sus pecados?”.
En el barco de Milun, “La Rosa”, Nidia se
presenta con una maleta de cuero en la mano. Milun se acerca y toma la maleta.
Nidia baja la mirada.
“Mi padre jamás me lo perdonará”.
“Él
fue una vez joven y logrará comprender”, responde Milun.
“En verdad no se merece que le cause todo
este sufrimiento”. Nidia apoya la cabeza sobre el pecho de Milun.
“¿Quién sabe si después de este viaje lo
pierda para siempre?”, pregunta Nidia.
“Este
viaje sólo ayudará a que disipes tus problemas”.
“Si mi
madre estuviera aún, ella jamás permitiría todo esto”. Nidia toca su cuello.
“Debo
regresar. Olvidé traer el rosario de mi madre, y es lo único que tengo de ella”.
Milun sabe que es una mala idea.
“No creo sea necesario. Es momento de
partir, pronto se oscurecerá”.
“No
puedo irme sin él. Tendré mucho cuidado”. Milun asiente con la cabeza.
“Está
bien, pero iré contigo. Debemos darnos prisa”.
En el
Palacio, los invitados llegan en sus carruajes. Ellos visten elegantes
atuendos. En su habitación, Alysse abre su armario y toma uno de sus vestidos.
El vestido presenta rasgaduras por todos lados. Alysse, muy sorprendida, hurga
en los otros vestidos y observa daños en todos ellos mientras que varios
retazos caen al suelo. Alysse recuerda la cara de enfado de la Señorita Pía en
las recámaras de la Reina cuando ella cantaba la mascarada.
“En
verdad, me detesta”.
Alysse
solloza sobre su cama.
En las recámaras de la Reina, la peluquera,
una señora muy refinada y sonriente ondula el cabello de la Reina. Janice
entra. Ella lleva puesto un vestido blanco.
“Luces
tan adorable”, dice la Reina.
“Muchas gracias”.
Sonríe
Janice.
“Necesito ayuda con el vestido. Alysse ya
debería de estar aquí”. Janice baja la mirada.
“Ya es casi la hora. Los invitados esperan
por ti”.
La Reina
Beatriz niega con la cabeza.
En el salón de baile, los invitados bailan
sobre un brillante piso de madera. En el medio de la habitación, dos sirvientes
sostienen un lienzo cubierto por un telar. El heraldo anuncia la presencia de Sus
Majestades. Los invitados se inclinan mientras que el Rey Aidan y la Reina
Beatriz ingresan. Todo el mundo está impresionado con el vestido dorado de la
Reina. El pintor agradece a todos por su presencia y retira el telar, dejando
al descubierto el impresionante retrato de la Reina luciendo el mismo vestido
dorado, y los pendientes de diamantes que pertenecieron a la familia del Rey.
Todos admiran la majestuosa belleza de la Reina, ahora reflejada en el lienzo.
“Has dejado a todos maravillados”, dice el
Rey.
La orquesta
toca un vals. El Rey lleva a la Reina hacia la pista de baile.
“Espero me entiendas ahora. Quería impregnar
tu belleza para las futuras generaciones”, añade el Rey.
La Reina
sonríe, baja la mirada, y se da cuenta de que el Rey lleva en el bolsillo de su
abrigo una pequeña caja envuelta en una tela.
El Rey logra
encontrar entre la multitud a la bella muchacha que besó el otro día.
La Reina
percibe en la mirada del Rey que ese obsequio no es para ella.
Janice
disfruta al ver a la Reina moverse al ritmo de la música.
Al terminar
la melodía, las parejas forman dos líneas en la pista de baile preparándose
para el siguiente vals.
Columbio se
acerca a Janice.
“¿Me
concederías este baile?”
Janice,
sorprendida, asiente con la cabeza y camina con él. Flere se alegra al ver a su
hermana en la pista de baile.
La orquesta
toca un minueto. Janice parece perdida con la música, pero Columbio la guía.
Todas las parejas bailan alineados y sus pasos resuenan en el piso.
Nidia y Milun llegan a la panadería. Nidia
decide trepar a su balcón. Milun la carga mientras que Nidia se sostiene de la
baranda.
Nidia logra subirse e ingresa en su habitación.
Milun observa que la carroza real del otro día se detiene en la entrada de la
panadería.
“Eligió venir en el momento más inoportuno”,
dice Milun.
En el Palacio,
Alysse entra en el salón de baile vestida con el uniforme de servicio. La Reina
Beatriz la observa con sorpresa al ver que desobedeció sus órdenes. Alysse hace
reverencia delante de la Reina.
“Su Majestad”, dice Alysse.
“Pensé
que me habías abandonado”.
“Perdóneme, Su Majestad. La próxima vez me
daré un tiempo para acomodar mi vestido en la talla correcta”. La Reina Beatriz
sonríe.
“Parece
que aún no me conoces, ¿verdad? No me importa lo que lleves puesto, tu compañía
es lo que necesito”.
“Haré lo que usted diga, Su Majestad”. El
rostro de Alysse se llena de felicidad.
En la panadería, Milun observa que Erasmo
sale a recibir al Duque. Milun decide avisar a Nidia y trepa hacia el balcón.
En su habitación, Nidia busca el rosario de su madre por todas partes.
En el Palacio, la Reina Beatriz se reúne con
sus invitados. Entre ellos Mónica, la amante del Rey.
“Permítanme presentarles a mi primo, Flere,
quien acaba de graduarse en Artes Liberales”.
“Es un
placer conocerlos a todos”. Flere asiente con la cabeza.
“¿Son
todos los hombres en Crystland tan encantadores?”, pregunta la Dama Felicia.
Flere ríe.
“Parece que los dioses me han otorgado
muchas bendiciones”.
Mónica mira a Flere con desdén.
Mónica mira a Flere con desdén.
“Estoy segura que aprenderás mucho de la
moda, aquí. Volverás a tu reino convertido en un Caballero muy refinado”, dice ella. Todos se sorprenden al oír el comentario sarcástico de Mónica. Flere
decide no hacerle caso y sonríe, pero la Reina la mira con rabia.
En la panadería, Nidia encuentra el
rosario de su madre. Nidia oye pasos acercándose hacia su habitación y cierra
la puerta del balcón. Erasmo se detiene en la puerta.
“El Duque ha venido a verte”.
“Pero no estoy vestida de manera apropiada”,
dice Nidia. El Duque entra en la habitación de Nidia. Nidia lo observa
sorprendida.
En el Palacio, la esposa del General Riot,
Laura, una elegante mujer de aspecto altanero, logra inclinarse ante la Reina a
pesar de tener una enorme barriga, producto de su gestación.
“Te felicito. Esa pintura en realidad
muestra tu verdadera esencia”. La Reina Beatriz sonríe y observa su retrato.
“Espero logre verme así por la eternidad”.
Laura sonríe.
“Eres
una buena reina, buena esposa y algún día te convertirás también en una buena
madre”. La Reina le agradece por sus palabras.
“Riot
y yo no esperábamos tener un hijo tan pronto”, agrega Laura.
“Los felicito a ambos”, dice la Reina.
Alysse se
acerca con una bandeja de bebidas.
“Tener un hijo es una bendición”, comenta
Alysse.
Alysse
continúa sirviendo a los demás invitados. Laura se siente fastidiada por el
comentario de Alysse.
“Esta criada necesita aprender a no
interrumpir las conversaciones”. La Reina sonríe.
“Alysse es mi nueva Dama de honor. Tiene mucho
que aprender aún”, observa la Reina. Laura niega con la cabeza.
La Reina mantiene su mirada en el Rey Aidan y
presencia la salida del Rey del salón de baile. La Reina no puede ocultar su
angustia y decide retirarse. El Monseñor Blanco se le acerca.
“No hay de qué preocuparse, Su Majestad.
Estas ambiciosas muchachas abundan en todas las Cortes”. La Reina Beatriz se da
cuenta que al Monseñor no le puede engañar.
“¿Entonces
debo fingir estar ciega y pasarlo por alto?”
“De
ninguna manera, Su Alteza. Observe nuevamente su retrato”.
La Reina Beatriz eleva la mirada.
“Dese cuenta que lleva sobre su cabeza, la
corona. Es usted la Reina. Ninguna mujer está a esa altura”, agrega el
Monseñor. La Reina llora. El Monseñor trata de disimular con los invitados.
“No es usted la que debe llorar. Hace mucho
tiempo en Frezzia, existían castigos muy severos en estos casos. Parece que
esta muchacha necesita una lección de historia”. La Reina Beatriz mira
fijamente a los ojos del Monseñor.
En la cocina, Alysse espera por una bandeja.
La Señorita Pía se acerca.
“Te
has excedido con tu vergonzoso comportamiento. ¿Cómo te atreves a poner el
uniforme de servicio después que la Reina te dio de vestir?”
Alysse
sonríe.
“De todas formas, a la Reina no le importa
eso, igual disfruta de mi compañía”.
“Qué
descaro. Seguro hiciste dinero con esos vestidos”, responde la Señorita Pía.
Alysse hace una mueca de fastidio.
“Bien
sabemos que usted fue quien se encargó de hacerlos añicos y todo para hacerme
quedar mal delante de la Reina”.
La
Señorita Pía la mira indignada.
“¿Has perdido la cabeza? No puedo tolerar
esta falta de respeto”. Alysse coloca las manos en sus caderas.
“Niéguelo si gusta, pero espero se haya dado
cuenta que en mi cuerpo todo luce bien”. La Señorita Pía, llena de ira, golpea
la cara de Alysse.
“Tienes hasta mañana para recoger tus
harapos”. Alysse sonríe con sarcasmo.
“Está muy equivocada. Yo trabajo para la
Reina, y ella es la única que decide”.
“¿Pero
cómo te atreves...?”. Alysse toma la bandeja y se retira.
La Señorita
Pía explota de furia.
En el salón de las diosas, Mónica ojea un
libro, esperando a que ingrese el Rey Aidan. De repente, la Reina Beatriz es la
que entra.
Mónica se
sorprende al verla.
“Su
Majestad, necesitaba tomar un poco de aire. Después de tanto baile...me duelen
los pies”, dice Mónica. La Reina Beatriz se acerca y toca el cabello de Mónica.
“Una
bella muchacha como tú necesita disfrutar de la noche, de un delicioso vino y
sin duda de la compañía de un agradable Caballero”. Mónica sonríe.
“Pero cometes un error. Este es mi Palacio y
no me gustaría ver tu cabeza rodando por el piso”, añade la Reina.
Mónica,
asustada, observa a la Reina Beatriz.
“Su Majestad,…me temo que usted está
confundida. Yo sólo vine a descansar”. La Reina ríe.
“Parece que nuevamente tengo problemas con la
barrera del idioma. Trataré de usar una estructura más fácil. Si no te largas
de mi palacio ahora, haré que tu cabeza permanezca colgada en lugar de mi
retrato”.
“Su...Su Majestad…”
“¿Ahora, sí lograste comprender mis palabras?”.
Mónica sale de la habitación rápidamente.
La Reina
Beatriz baja la mirada, algo satisfecha.
En la panadería, el Duque obsequia a Nidia
un pequeño cofre. Nidia lo abre y encuentra un anillo de diamante. Nidia
permanece muy impresionada con el brillante resplandor del anillo. Detrás de la
puerta del balcón, Milun escucha la conversación.
“Cuento los días para casarnos y llevarte
conmigo a Palacio”. El Duque besa los labios de Nidia y ella deja caer el
rosario.
En el Palacio, los invitados bailan cogidos
de las manos. Janice se acerca a la Reina Beatriz.
“Te busqué
por todas partes”.
“Tenía algo muy importante qué conversar con
una de las damas”, responde la Reina.
“Me
pareció que el Rey también te estaba buscando”. La Reina Beatriz trata de
disimular su semblante. Ella observa cómo el Rey trata de encontrar a Mónica
entre los que bailan.
“Hazme un favor”, dice la Reina.
Las manos de
la Reina cubren la oreja de Janice. Janice asiente con la cabeza.
Janice se
acerca a los músicos mientras que la Reina Beatriz se acerca al Rey Aidan. Los Caballeros
del Rey le abren paso. La orquesta toca la melodía que Alysse les enseñó a
pedido de Janice.
La Reina extiende su mano hacia el Rey.
“¿Bailamos?”, pregunta la Reina. El Rey sonríe
y toma su mano. Los invitados forman un círculo alrededor de ellos.
El Monseñor
Blanco observa detenidamente a la Reina Beatriz. Flere se acerca a Janice.
“El
Rey la mira con mucha devoción”, dice él. Janice sonríe.
Alysse se
detiene en la entrada del salón. Ella se sorprende al escuchar la melodía de su
conocida mascarada. Miccael se acerca.
“¿Disfrutando de esta fiesta por tu cuenta?”, pregunta
él.
“No
pensé que tocarían una de mis canciones favoritas”, responde Alysse.
Alysse mueve
la cabeza al ritmo de la música.
“No
estaré permitido de llevarte a la pista de baile pero, ¿me ofrecerías este
baile?”, pregunta Miccael.
Miccael
extiende su mano y Alysse la toma. Alysse cierra los ojos y baila con él.
En la panadería, luego que el Duque ya se ha
marchado, Nidia abre la puerta de su balcón y hace pasar a Milun.
“Felicidades por el anillo, dice Milun.
“No empieces”
“Date
prisa, tenemos que partir”.
Nidia baja la mirada
“Lo
siento pero no puedo marcharme así”. Milun ríe.
“Esperemos unos días. Le diré la verdad a mi
padre”, añade Nidia.
“Acaso ¿no te das cuenta que el Duque está
comprando tu corazón con piedras preciosas? Espero que pronto te des cuenta de su
verdadero color”. Milun se marcha. Nidia cierra la puerta de su balcón y frota
el anillo.
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