lunes, 1 de agosto de 2016

EL REINO AHORA. CAPÍTULO 1: BIENVENIDOS A FREZZIA / Tony PEREDA


CAPÍTULO I
BIENVENIDOS A FREZZIA

   Agosto de 1782. Es primavera, maravillosos paisajes naturales muestran la belleza del Reino de Frezzia. El cielo de color azul pálido, la exuberante vegetación de las colinas y el brillo de las flores silvestres son sólo algunos elementos de esta historia que nos trasladan a una época de mitos y leyendas.
   La aldea principal, Chandler, que a través de los años se ha desarrollado gradualmente desde construcciones rudimentarias hasta casas de entramado de madera, cuenta con barrios muy pintorescos. En sus calles empedradas, los pintores y juglares exhiben su arte, exaltando la libertad y el romance.
   La aldea cuenta con decoraciones de papel en sus calles y coloridos telares en todos los balcones, exhibiendo el impresionante escudo del reino.
   Los aldeanos, con una gran sonrisa se abrazan, celebrando el fin de la guerra en contra de uno de los reinos vecinos. Todos juntos, hombres y mujeres, niños y niñas, gritan:
“¡Viva Frezzia!, ¡Viva el Rey!”
   La felicidad se extiende por todo el reino. Siguiendo un ancho camino de piedra, hasta la cima de la colina más alta, cientos de banderas vuelan sobre las torres de un enorme castillo de piedra.
   El majestuoso Palacio Real de Frezzia es una joya arquitectónica, y ha sido el hogar de los monarcas durante generaciones. Fue construido bajo la influencia gótica, utilizando materiales como el mármol, la piedra, el bronce, el oro y las mejores maderas del lugar.
   Un muro de contención rodea el Palacio. Está dominado por nueve torres, todas conectadas por una pasarela. La Torre principal tiene una cúpula bulbosa, donde se encuentran los apartamentos del Rey y las recámaras de la Reina. Ambos comparten un amplio jardín lleno de tilos, robles, álamos y flores tropicales simétricamente moldeadas y decorado con estatuas y fuentes.
   En el patio inferior, la gente se amontona apoyando a la soberanía de Frezzia. Ellos esperan ansiosamente la llegada del Rey y la Reina para expresar su alegría por la paz, que ha sido restaurada en su amado reino.
   Hay balcones construidos para esta ceremonia especial, designados sólo para los miembros de la nobleza. La nobleza viste elegantes atuendos y sofisticados sombreros a diferencia de los aldeanos quienes permanecen de pie en el patio.
   En el balcón de la torre principal, el heraldo anuncia la llegada de Sus Majestades. Los miembros de la Corte Real se ponen de pie, y las trompetas resuenan. Dos sirvientes abren las cortinas de raso y el Rey Aidan y la bella Reina Beatriz ingresan. La multitud ovaciona; todos expresan su respeto y agradecimiento aplaudiéndoles efusivamente.
   El Rey Aidan, un joven de mirada intensa, lleva en la cabeza la inmaculada corona de oro de Frezzia, cubriendo parte de su cabello bronceado. Su traje de gala metálico revela su esbelta figura. Sus ojos azules observan fijamente la emoción de la bulliciosa multitud, nunca antes visto.
   La Reina Beatriz, una joven de belleza excepcional, como la pintura de una diosa  traída a la vida, sonríe dulcemente al Rey. Sus ojos verdes parecen esmeraldas en la nieve debido a su pálido rostro. Ella lleva un vestido pomposo hecho de las mejores rosas verdes del reino y una corona dorada la cual se extiende por medio de plata ornamental en su cabello.
   El heraldo anuncia la llegada del Capitán Donoch y su valeroso ejército. En la barbacana, la infantería, en perfecta alineación, abre su paso a través de los miles de pobladores.
   Los soldados visten sombreros de cuero de ala ancha y tabardos marrones como uniforme, en los que algunos de ellos todavía reflejan la experiencia devastadora de la guerra. Sus rostros resplandecen  como el sol naciente, dejando atrás el dolor y el sufrimiento. Delante de ellos, sentado sobre su caballo con la cabeza en alto, el Capitán Donoch, un hombre de elegante vestimenta y de pocas arrugas en la frente, ordena a los soldados detener su paso.
   Los aplausos de la multitud se intensifican. Esta vez, los miembros de la nobleza también aplauden con regocijo.
   Los soldados se arrodillan, saludando al Rey y a la Reina. En la primera fila, Milun, un joven soldado, diminuto al lado de sus compañeros, fija su mirada en el balcón de la torre principal. Él tiene cabello rizado y ojos negros. Milun inclina su cabeza y su sombrero cae sobre su rostro. Su prominente nariz evita su caída. A pesar del sonido de las trompetas y los aplausos de la gente, Milun mira hacia el cielo mientras se dice a sí mismo: 
   “Me gustaría que mis compañeros caídos pudieran presenciar esta ceremonia”.


   En el patio interior, Alysse, una muchacha de belleza exótica, con su largo cabello negro y un colorido vestido plisado, recibe indicaciones de un guardia con uniforme azul, cómo llegar a la sala de banquetes. Alysse agradece al guardia e ingresa por un largo pasillo.
   Los ojos marrones de Alysse se deslumbran con el diseño de los corredores del palacio, que incluye arcos apuntados y bóvedas al final de sus largas columnas. Sin prestar atención a los niveles del piso de mármol brillante, Alysse pierde el equilibrio atrayendo la atención de los guardias.
   Alysse, avergonzada, se acerca a los guardias,
   “Debo ver a la señorita Pía”.
   Uno de los guardias con una fría mirada, extiende su brazo hacia la derecha. Alysse no desperdicia su tiempo agradeciendo al guardia y sigue caminando hasta que oye ruidos provenientes del interior de una habitación cercana.
   Alysse entra al salón de banquetes y observa muchas doncellas caminando en diferentes direcciones, llevando contenedores de flores.
   En el centro de la habitación, la Señorita Pía, una mujer robusta con una voz aguda, ondea sus manos dando órdenes a los sirvientes. Las criadas evitan su mirada mientras confeccionan guirnaldas de flores.
   Alysse reconociendo la autoridad de la Señorita Pía se le acerca y dice:
   “Discúlpeme Señora, busco a la Señorita Pía”.
   La señorita Pía frunce el ceño. Alysse siente temor al ver moverse las cejas de la señorita Pia.
   “¿Cómo es posible que los guardias permitan la entrada durante esta importante ceremonia?”, grita la Señorita Pía.
   Alysse le echa una mirada condescendiente tratando de robarle una sonrisa, pero la mirada desafiante de la Señorita Pía no cambia.
   En el balcón principal, el jefe de la Infantería Naval, el Almirante Guiness, un hombree bajo, de avanzada edad y con una pequeña joroba, se ubica al lado del Rey. Con voz enérgica, el Almirante Guiness comienza su discurso:
   “Tengo el orgullo de presentarles con  la mayor satisfacción que Frezzia inspira, a los valientes, gloriosos hijos de Frezzia, el Capitán Donoch y su ejército”.
   El Capitán Donoch hace su aparición en el balcón principal, y es corialmente recibido por el Rey, la Reina y la Corte Real. El Capitán Donoch recibe flores de la Reina Beatriz y una medalla de oro del Almirante Guiness.
   La gente en el patio inferior aplaude, incluyendo los soldados. El rostro de Milun muestra felicidad por el éxito de su Capitán. Pedro, un joven soldado, esbelto y de extremidades largas, se encuentra al lado de Milun. Pedro fija su mirada en el balcón principal y dice: “La Reina es sumamente bella. El Rey es un hombre con suerte”. Milun, ya acostumbrado a la elocuencia de Pedro, le responde con una sonrisa sarcástica y mira a la multitud. Pedro persigue la mirada de Milun.
   “¿Crees que la hija del panadero está aquí, verdad? ¿Cuál es su nombre? Siempre hablas de ella”.
   “Nidia, se llama Nidia”, responde Milun.
   “Pero no la ves más de un año. ¿Crees que va a esperar por ti?”, pregunta Pedro.
   “Tú no sabes nada sobre las promesas de amor”, contesta Milun.
   “Pero yo sé de mujeres. Ya me imagino cómo te dará la bienvenida”. Pedro hace temblar sus piernas. Milun sonríe y empuja a Pedro. Ellos escuchan el estruendo de las trompetas.

   En el balcón principal, el Rey Aidan comienza su discurso:
   “Una vez más, como en tiempos atrás, estuvimos expuestos a la destrucción; pero os garantizo, que juntos, siempre derrotaremos al silencioso enemigo del norte”.
   La Reina Beatriz toma la mano del Rey y ambos hacen su venia en agradecimiento a los soldados. La gente, al ver este acto de humildad por parte de los gobernantes, aplauden y gritan: “¡Viva el Rey!” y ”¡Que viva la Reina!”.
   En uno de los balcones, Janice, una joven doncella de delicada figura, levanta su velo y una sonrisa sublime se extiende en sus sonrojadas mejillas. Al aplaudir, las mangas de su vestido ocre se mueven como un acordeón.

   En el salón de los banquetes, Alysse extrae una carta de su vestido y se la da a la Señorita Pía, diciéndole:
  “Doña Adela me pidió que viniese al Palacio tan pronto sea posible”.
   La Señorita Pía arruga la carta hasta convertirla en una bola de papel.
   “¿Tiene usted alguna experiencia ayudando en ceremonias?”, pregunta la Señorita Pía.
   Alysse afirma con la cabeza.
   “Yo atendía durante la hora del té cada domingo”.
   La Señorita Pía mira directamente a los ojos de Alysse.
   “Eso no es suficiente; trabajar en el Palacio Real es un reto”.
   “Si tan sólo me diera una oportunidad, yo…”
   Una de las criadas tropieza y se le cae de las manos un recipiente lleno de agua. Su vestido queda empapado. La Señorita Pía, furiosa, contiene la respiración.
   Alysse baja su mirada.
   “Permítame, es mejor que me marche”.
   Uno de los sirvientes se acerca y le informa a la Señorita Pía que ha llegado el momento de las guirnaldas.
   “Ya es la hora”, grita ella.
   Las criadas rápidamente cogen una guirnalda y forman una fila. La Señorita Pía agarra una guirnalda y se la lanza a Alysse.
   “No tiene idea de lo que esto significa para mí. Yo…”
Esto parece molestar más a la Señorita Pía.
   “Nada está decidido aún, ¡Dese prisa!”
   Alysse, con la guirnalda en sus manos, se ubica al final de la fila. En el patio inferior, las trompetas tocan una marcha militar. Las criadas desfilan y cada una se detiene  delante de cada soldado.
   Alysse, sorprendida, se da cuenta de que no tiene otra opción más que imitar a las demás, y toma su lugar, enfrente de Milun. Miliun y Alysse se miran detenidamente.
   Las criadas colocan las guirnaldas alrededor del cuello de los soldados. Alysse permanece quieta delante de Milun sosteniendo la guirnalda. Milun fascinado por la belleza de Alysse, le pregunta:
    “¿Me la tengo que poner yo mismo?”
    Alysse observa con atención a las demás.
   “Ah, la guirnalda…” Alysse se da cuenta.
Alysse coloca la guirnalda alrededor del cuello de Milun. Milun le sonríe.
   Las criadas agradecen a los soldados por su heroica participación en la guerra y les regalan un beso en cada mejilla. Alysse decide hacer lo mismo, pero la mirada penetrante de Milun, hace sólo darle un beso en la frente. Milun se paraliza de la emoción.
   Las criadas regresan a la sala de banquetes, y Alysse se marcha sin despedirse de Milun. Milun la persigue con su mirada mientras se acaricia la frente. Pedro lo empuja y hace que Milun regrese a su realidad.
   “Vaya que es hermosa”, comenta Pedro.
   “Tiene algo muy distinto a las otras”, opina Milun.
   “Y yo que pensé que sólo tenías ojos para… ¿Cuál es su nombre, otra vez?”.
Milun gira los ojos con fastidio.
La música se detiene y el Rey Aidan continúa su discurso:
   “Otorgo mi infinita gratitud a nuestros soldados, verdaderos hijos de Frezzia, y para los que no están presente, expreso mis sinceras condolencias como mayor representante del reino”.
   Los miembros de la Corte Real, el Amo Columbio, a cargo del servicio real, el Duque Gian de la Motte II, jefe de cancillería, el General Riot, a cargo del ejército, el Monseñor Blanco, representante del clero en el Palacio, y el Almirante Guiness, permanecen de pie al lado del Rey.
   El Rey y los cinco miembros de la Corte Real juntan sus manos  y de un solo movimiento levantan sus brazos en señal de unidad y paz en el reino. El público aplaude mientras el sonido de las trompetas da término a la ceremonia.

   No muy lejos de allí, una parvada de cuervos revolotea sobre un antiguo y austero recinto, el Monasterio de San Mirador. Situando sobre una colina, este monasterio fue construido en el siglo VIII por un grupo de monjes, quienes fueron los primeros fundadores de Frezzia.
   Dentro de este amurallado se encuentran calles estrechas, callejones y una edificación circular cubierta por una cúpula construida de ladrillos rojos. A pesar de su deterioro, el Monasterio de San Mirador aún conserva la disposición para la soledad y la meditación. A diferencia del bullicio en el Palacio Real, numerosos sacerdotes se han unido a la celebración cantando cantos gregorianos en la capilla principal.
   En una cámara oscura, bajo la luz proyectada a través de un rosetón se aprecian unos colores deslizantes dando forma a un hombre de túnica amarilla con capucha. El hombre permanece de rodillas delante de un altar con la cabeza baja.
   Su meditación es interrumpida con la entrada del Padre Superior, la principal autoridad en el monasterio, quien lleva en la mano una vela encendida. El Padre Superior, un anciano de contextura gruesa, portando una túnica de raso rojo, entrecierra los ojos en la oscuridad.
   Él llama un par de veces:
   “Padre Arturo”.
   Arturo se pone de pie, revelando las bellas facciones de un hombre de mediana edad de abundante bello facial. Su rostro pálido se eleva.
   “Permítame disculparme, Padre Superior. Debo haber perdido la noción del tiempo”.
Sus palabras transmiten paz y serenidad.
El Padre Superior trata de no sonreír.
   “El que debe disculparse soy yo por interrumpir su continua penitencia”, responde él.
   Arturo se quita la capucha y su cabello gris cae sobre su rostro. Él luce de muy buena postura considerando su edad.
   “Temo que mi rendimiento y voluntad difieren mucho de los otros”.
El Padre Superior toca el hombro de Arturo.
   “Tu compromiso con el monasterio es más que orar y guardar penitencia”.
   “Jamás me sentiría a gusto estando en otro lugar. Es por eso que siempre estaré agradecido de su invitación”, añade Arturo.
   “Siempre supe que había algo especial en ti”, opina el Padre Superior.
   “Espero poder retribuir de alguna manera toda la bondad que me ha dado”.
   “Lo que necesito de ti, por ahora, es que respires un poco de aire fresco”, responde el Padre Superior.
Arturo sonríe, pero debajo de su sonrisa hay un rastro de tristeza.

   En el temporal complejo naval, tiendas de campaña están ubicadas alrededor de un campo. Sentados en mesas grandes, los soldados ingieren carnes asadas y beben jarras de cerveza.
   En una de las mesas, Milun se acerca al Capitán Donoch y dice:
   “Antes sólo conocí en pintura el Palacio Real”.
El Capitán Donoch ríe y limpia su boca.
   “Y ese fue el propósito de la ceremonia, honrar a todos ustedes”.
   “No era necesaria tanta gratitud. Lo haría nuevamente si tuviese que hacerlo”, afirma Milun.
   “Sé  que lo harías. Eres uno de mis mejores soldados. Ahora ve y diviértete”.
Donoch evita la mirada de Milun. Después de un par de segundos, Milun dice con determinación:
   “Ha llegado el momento de mirar en otra dirección”.
   “Pensé que ya habías cambiado de opinión”.
El Capitán Donoch sirve un trago y se lo entrega a Milun. Milun toma un sorbo.
   “Siento decepcionarlo. Espero sepa que mi compromiso con Frezzia y con nuestro ejército nunca cambiará”.
   “Y todo esto por la hija del panadero”, exclama el Capitán Donoch.
Milun se sienta y clava su mirada en los ojos del Capitán.
   “Es tiempo de hacer mi vida y dejar la guerra atrás”.
   “Yo sólo busco tu bienestar. ¿Qué ocurriría si ella ya ha hecho su vida?”.
El Capitán bebe de la botella.
   “Hicimos un juramento de amor”.
   “Algunos juramentos dejan de cumplirse”.
Milun se pone de pie.
   “Usted ya tiene una familia. ¿Se da cuenta qué feliz se siente al ser recibido en los brazos de sus seres queridos?”.
El Capitán Donoch se levanta riéndose.
   “Esas palabras fluyen del corazón del hombre. Ven aquí. Dale un abrazo a este viejo antes de marcharte”.
Milun sonríe y abraza al Capitán Donoch.
   “Usted ha sido casi un padre para mí, el padre que nunca tuve”.
   “Esta es tu familia. Has aportado una valiosa ayuda y ahora es el momento que busques tu propio camino”.
   El Capitán Donoch toma su espada y se la entrega a Milun.
   “Aquí tienes, podrías necesitar de ella. Nunca se sabe con qué te chocarás”.
Milun abre bien los ojos.
   “No hace falta”.
   “No estaría en mejores manos. Te lo mereces, hijo”, responde el Capitán.
Lágrimas ruedan por las mejillas de Milun. Pedro se acerca y se da cuenta de la inevitable decisión de Milun.
   “Pero no es posible. Es momento de celebrar”, dice Pedro.
Milun abraza a Pedro.
   “Limpia esa cara”, Pedro le grita.
Milun lo mira fijamente.
   “Tengo la esperanza que logres cumplir todos tus sueños”.
Pedro mira hacia abajo. Una pequeña sonrisa aparece en su rostro.
   “Jamás seré tan hábil como tú”.
   “Pero ya eres un hombre y ahora podrás aprender del Capitán”, responde Milun.
   “Antes que nos abandones, te tenemos que despedir como te mereces”.
Pedro hace silbidos y los otros soldados traen varias jarras de cerveza. Milun se niega a beber, pero los soldados lo obligan a abrir la boca. El Capitán Donoch se limita a sonreír.

   En la cocina del Palacio, Alysse observa con atención a los calderos de hierro que burbujean con los guisos. Ella toma un utensilio de plata colocado sobre un fregadero de piedra y se le cae de las manos. Una criada, vestida de uniforme morado y gorra plegada, se presenta ante Alysse con una sonrisa amigable.
   “Yo soy Sharize. La Señorita Pía me pidió ponerte al tanto de tus responsabilidades”.
Alysse mira a todas partes.
   “Este lugar es inmenso. Me da miedo perderme”.
   “Te tomará algún tiempo en adaptarte. Debo darte un uniforme y mostrarte las habitaciones de los sirvientes”, responde Sharize.
Miccael, uno de los cocineros, de cabello rubio, amplios hombros y personalidad inquieta, se acerca. El muchacho fija su mirada en Alysse, con cara de sorpresa.
   “¿Tú eres Alysse?, eso creo, pregunta Miccael.
Alysse se asombra.
   ¿Lo conozco de algún lado, señor?”
Miccael sonríe, aún sorprendido de verla.
   “Soy Miccael, el hijo de doña Adela. Ella mencionó que vendrías a trabajar en el Palacio.
Alysse lo mira, realmente sorprendida.
   “Ya recuerdo, eras un pequeño niño y ahora has crecido”.
Miccael sonríe.
   “Mi madre nunca mencionó lo hermosa que eras”.
Alysse se ríe incrédula. Miccael besa la mano de Alysse.
   “Estás oficialmente bienvenida al Palacio Real”.
La Señorita Pía se acerca con cara de hormiga.
   “Lo último que faltaba, coqueteando en el Palacio”, dice ella.
Alysse retira su mano. No esperaba ser sorprendida de esa manera.

   En la aldea de Chandler, Milun aún uniformado, parece tener problemas con su orientación. Se da cuenta de que la aldea luce igual que antes. Calles amplias y limpias, un tipo de arquitectura muy rudimentario como cualquier otra aldea cuyas coloridas calles deslumbran a sus visitantes. La gente se acerca a Milun y lo abrazan. Todo se debe a su uniforme.
   “Bienvenido a casa”, le dicen.
Milun se emociona al recibir el afecto de los aldeanos. Él voltea la mirada y observa una florería en la plaza.
   “Tulipanes rojos; casi me olvido”, se dice Milun.

   En el Monasterio de San Mirador, Arturo y el Padre Superior caminan por un pasillo con una luz muy brillante. El Padre Superior parece satisfecho por haber logrado que Arturo salga de su continua penitencia.
   “Ahora que terminó la guerra, vienen sus consecuencias. Las familias que han perdido un padre, esposo o hijo, necesitan consuelo a su dolor”.
   “Oraremos por ellos”, responde Arturo.
   “Nuestro deber es difundir la Palabra de Dios”.
Arturo se queda mirando al Padre Superior, con mucha sorpresa.
   “Me gustaría poder ayudar pero… aún no estoy listo”.
El Padre Superior ríe.
   “El tiempo no importa. Tu disposición y voluntad es lo que cuenta”.
Arturo afirma con la cabeza.
   “Haré lo que guste, y usaré sus enseñanzas espirituales con sabiduría”.
Arturo mira al cielo y observa coloridos faroles flotando.
   “Deben venir del Palacio”, dice el Padre Superior.
   “¿Echa de menos las multitudes y el bullicio del Palacio Real?”, pregunta Arturo.
Al Padre Superior no parece molestarle la pregunta.
   “Es completamente distinto a la vida de este monasterio, pero ya era hora de regresar”.
   “Supongo que vuestra sabiduría ya no era necesaria en el Palacio”.
   “El Monseñor Blanco es un experto en política. Y es el indicado para la Corte Real”.
   “A veces pienso que vuestra presencia en el Palacio podría haber evitado la guerra”.
Arturo baja la mirada. El Padre Superior permanece en silencio.

   En la cocina del Palacio, Alysse decide contestarle a la Señorita Pía.
   “Le pido una disculpa mi señora. Me retiro a cambiarme”.
La Señorita Pía frunce el ceño.
   “¿Ya te explicó Sharize tus deberes o tengo que hacerlo yo?”.
Alysse asienta con la cabeza. Miccael mira sorprendido a la Señorita Pía. Él parece perturbado por su tono de voz.
   “Ella necesita tiempo para adaptarse”, dice Miccael.
La Señorita Pía le clava su mirada.
   “Yo no sabía que estabas a cargo de los deberes de los criados. Debo confirmar eso con el Amo Columbio”.
Miccael se ríe y se acerca a la Señorita Pía.
   “Uno de estos días…”
Una criada se acerca y los interrumpe. Ella indica a la Señorita Pía que las bandejas ya están listas”.
Miccael mueve la mano despidiéndose de Alysse y regresa a sus deberes. La Señorita Pía toma una bandeja.
   “¿Oíste lo que ella dijo? Tenemos que darnos prisa”.
Alysse toma su uniforme.
   “Iré a cambiarme ahora. No me demoraré”.
La Señorita Pía gira los ojos burlándose.
   “Parece que no has escuchado nada de lo que dije. La Reina y sus invitados necesitan ser atendidos”.
Alysse tiembla.
   “¿La Reina…?”
La Señorita Pía toma del brazo a Alysse y camina con ella.

   En la aldea, Milun detiene su paso, llevando un ramo de tulipanes rojos. Él observa con atención a la panadería, un pequeño establecimiento situado en la esquina de una calle muy transitada.
   Afuera de la panadería, una gran multitud está reunida. Un cartel de madera indica que se está regalando pan fresco en conmemoración de este día tan importante en la historia de Frezzia.
   “No ha cambiado nada”, dice Milun.
Erasmo, dueño de la panadería y padre de Nidia, algo viejo, de corta estatura, ejemplo de esfuerzo por el sudor en la frente, se encuentra en la entrada entregando el pan a los aldeanos.
   Milun se acerca y echa un vistazo a la panadería buscando a Nidia, pero no logra verla. Milun se da cuenta de que el sol se está ocultando y decide esperar hasta que la panadería cierre.

   En el Palacio Real, los Nobles se reúnen en el centro de una sala grande decorada con filigrana de oro. Se le conoce como el Salón de los Nobles.
   La velada nocturna está acompañada por un trío de violinistas quienes tocan un repertorio de música clásica. En el estrado, sentada en una silla de respaldo tapizado, la Reina Beatriz mantiene su mirada en el reloj de carrillón mientras sus manos frotan los brazos de la silla.
   Sentadas alrededor de la Reina, tres de las mujeres más aristocráticas del reino la observan; sus sonrisas son pura formalidad. La Dama Felicia, bella de por sí, de prominentes pómulos, luciendo un estilizado capirote sobre su cabeza, empieza la conversación.
   “Me imagino, qué difícil es tener que adaptarse a todas estas formalidades”.
La Reina Beatriz sonríe. Para su favor, ella también posee una excelente sonrisa falsa.
   “Mi adorada amiga, no tienes idea de lo feliz que soy. Considero una bendición el poder venir a Frezzia”.
La Dama Eugenia, una voluminosa mujer que apenas logra respirar debido a su ajustado vestido, sonríe con desdén. Ella observa de pies a cabeza a la Reina.
   “Debe ser un importante logro para usted el ser considerada como ícono de la moda de Frezzia”.
La Reina sonríe y se le escapa una risa explosiva.
   “Yo creo, modestamente, que has de estar equivocada”.
Finalmente, la Dama Clara, una diminuta mujer, vistiendo un bonete dividido, con una voz chillona, añade:
   “El Rey es muy afortunado por tenerte”.
A la Reina le parece más importante el comentario de la Dama Clara. Con mirada decisiva, dice:
   “El Rey merece lo mejor. Y mi lugar es estar a su lado”.
Las tres mujeres se miran unas a otras como señal de satisfacción a la apropiada respuesta de la Reina.

   En la aldea, Milun continúa observando a la panadería desde la calle del frente. Finalmente, el último comprador se despide y Erasmo sale a recoger el cartel. Milun cree que ésta es su oportunidad para ver a Nidia. Camina con cuidado hacia la entrada posterior de la panadería. Observa la pequeña puerta y el balcón. Golpea la puerta pero nadie contesta. Intenta nuevamente y oye los ligeros pasos que se acercan. La puerta se abre, y Nidia, una hermosa doncella, de nariz perfecta y largo cabello rizado, rubio platinado, permanece estupefacta frente a él. Su sorpresa es muy grande al ver que Milun ha regresado.
Milun tampoco puede ocultar su emoción ante Nidia.

   En el  Palacio, Janice, la prima de la Reina, se acerca a la Reina. La Reina se siente aliviada al ver a Janice que simpatiza con sus invitados y emplea la etiqueta requerida.
   “Siento que aquí todos sólo se dedican a hablar de mí”.
   “Muéstrales una gran sonrisa”, le responde Janice.
La Reina esboza una pequeña sonrisa.
   “Mejor, aprende de mí”.
   “Sólo evita que se acerquen”, responde la Reina.
Janice toma las manos de la Reina.
   “Toda esta gente es ahora tu familia”.
La Señorita Pía y Alysse entran al salón y hacen reverencia. Alysse sostiene una bandeja de frutas. La Reina clava su mirada en las frutas a la vez que sus ojos se agrandan.
   “¡Alquequenjes! Al fin los encontraste”.
   “Detesto cómo dejan las manos”, opina Janice.
La Reina extiende su mano hacia la fruta, pero Alysse se paraliza al contemplar a la Reina. La Reina mira a la Señorita Pía confundida.
   “¡Oh, oh!, exclama la Reina.
La Señorita Pía se voltea y le susurra a Alysse:
   “La fruta…”.
Alysse reacciona y extiende la bandeja hacia la Reina. Ella toma una tajada.
Alysse pide disculpas usando una frase en otro idioma:
   “Oh, M’rot”
La Reina reconoce la frase de su lengua materna, Criztino, y gira hacia Alysse.
   “¿Cómo es que conoces mi idioma?”.
La Señorita Pía contiene la respiración y toma a Alysse del brazo.
   “Su Majestad, Alysse es una criada nueva, sólo está aquí…”
La Reina levanta la mano.
   “¡Deja que hable!”
La Reina pregunta a Alysse nuevamente; esta vez en su lengua materna:
   “¿Donher ys ec aprenle?
   “Sy aprenle quen traworle tes matonelli”, responde Alysse (“lo aprendí cuando servía para una familia”).
   “Muy impresionante. Lo aprendió bastante bien”, observa la Reina.
Janice sonríe. Las otras Damas comienzan a murmurar entre sí.
   “Se lo agradezco, Su majestad. Estoy aquí a su disposición”, responde Alysse.
La Señorita Pía chasquea sus dedos. Alysse hace reverencia y se lleva la bandeja.
La Reina, aún sorprendida, gira hacia la Señorita Pía.
   “Señorita Pía, me ha conseguido una muchacha muy peculiar. Usted es una caja llena de sorpresas”.
La Señorita Pía sonríe un poco más nerviosa.

  En la panadería, Nidia mira impresionada a Milun como si estuviera viendo un fantasma. Él permanece quieto en espera de un cálido abrazo. Nidia reacciona lentamente.
   “Has regresado. Lo veo y no lo creo”.
   “Luces tan bella…”
Milun toma la iniciativa y la abraza. Nidia descansa su cabeza sobre su pecho y recibe los tulipanes.
   “No sabes cuánto he anhelado este momento”, añade Milun.
Nidia lo mira.
   “Recé por ti cada día”.
Milun toma el rostro de Nidia.
   “Durante días y noches, sólo deseaba contemplar tu tierna mirada”.
Nidia baja la mirada.
   “Es una bendición que hayas regresado sano y salvo”.
Milun la toma por las caderas.
   “Todo es gracias a ti. Pero mira qué belleza de mujer”.
Milun trata de besarla, pero Nidia retrocede.
   “Mi padre puede venir. Es mejor que te marches”.
Milun sonríe, muy seguro de sí mismo.
   “Tu padre debe saber de lo nuestro. Yo me haré cargo”.
Nidia devuelve los tulipanes a Milun.
   “No es el momento oportuno. Hablaremos de eso luego”.
   “Pero ¿cuánto más necesitas?, hace más de un año de mi partida”.
A Milun le da hipo.
    “¿Estuviste bebiendo?”, pregunta Nidia.
    “Fue algo difícil tener que despedirme de mis compañeros después de todo este tiempo”.
Nidia gira los ojos, preocupada.
   “Y ahora ¿qué harás?”.
   “Uno de los amigos caídos poseía un barco en el puerto. Me lo dejó a cargo. Se llama “La Rosa”.
   “Te veré allí”, responde Nidia.
Nidia retrocede y sostiene su puerta. Milun se le acerca y besa los labios de Nidia. Nidia cierra la puerta sin hacer ruido. Milun baja la mirada.

   En el Palacio, Alysse sirve pasteles a los invitados con una enorme sonrisa. La Dama Felicia la mira con reproche y les pregunta a sus amigas, las Damas Eugenia y Clara.
   “¿No les parece que hay algo extraño en esta criada?”
La Dama Clara afirma con la cabeza.
   “Posee un hermoso cabello”.
La Dama Felicia pone los ojos en blanco.
   “¡Es una Bordana!”
La Dama Eugenia agranda los ojos,
   “¿Una Bordana, aquí, en el Palacio?”
La Dama Felicia asiente y mira nuevamente a Elysse.
   “Hasta me di cuenta que habló con la Reina en otro idioma. Se dice que los Bordanos aprendieron muchas de estas lenguas extranjeras”.
Clara levanta sus cejas y toma la palabra:
   “Después de la Guerra Civil se supone que también gozan de los mismos derechos”.
Felicia ríe y dice:
   “Un Bordano será siempre un Bordano”.
La Reina ondea su mano llamando a Alysse. Ella se le acerca y le hace reverencia.
   “Dígame, Su Majestad.
La Reina le señala hacia Janice.
   “Ella es Janice, mi prima”.
   “¡Qué placer conocerla, señora!”, inclinando la cabeza.
   “No sabía que estuviera casada”, sonríe Janice.
   “Perdóneme señorita, no es mi intención…”
   “Descuida. Sigo impresionada. No hay mucha gente en este reino que hable nuestro idioma”, comenta Janice
Alysse ríe de oreja a oreja.
   “Se me ha olvidado mucho. Me gustaría poder practicarlo más”.
La Reina está feliz de oír eso.
   “Puedes practicar con nosotras; de lo contrario también lo olvidaré”.
La Reina se ríe. Alysse se da cuenta que la bandeja está vacía.
   “Permítanme ofrecerles unas bebidas. Vuelvo en seguida”.
Alysse hace reverencia y se retira del Salón.
   “No hay duda alguna, Alysse tiene algo que las otras doncellas no tienen”, opina la Reina.
Janice se inclina hacia la Reina.
   “Y ¿a qué se debe? Hasta ahora ninguna de las otras te han gustado”.
   “Tengo una gran idea”, la Reina sonríe.

   Milun llega al puerto y camina a lo largo de un muelle de madera rodeado de mar por ambos lados. Un grupo de borrachos aún celebran el final de la guerra, pasándose entre ellos una jarra de cerveza. Milun observa la amplia variedad de embarcaciones y se acerca a uno de los marineros, un viejo hombre de barba descuidada.
   “¿Podría decirme, cuál es “La Rosa”?, pregunta Milun.
El marinero fija su mirada en el uniforme de Milun
   “¿Es usted un soldado?”
   “Sí, participé en la guerra”.
El marinero extiende su mano hacia “La Rosa”, una pequeña carraca de tres mástiles. Milun contempla el navío.
   “Ha permanecido sin uso durante años”.
   “Está en mejor condición de lo que me había imaginado”, observa Milun.
   “Algunos de nosotros hemos cuidado de ella”.
   “Qué bueno, ahora yo estaré a su cargo”.
El marinero mira sorprendido a Milun.
Milun extrae una carta de su bolso y se la entrega.
   “Vladi fue un hombre muy valiente. Por desgracia fue gravemente herido y murió, ya hace unos meses”.
El marinero observa la carta.
   “Me lo imaginé. Vi mucha gente partir y muchos no regresaron”.
   “¿Cuánto le debo?”, pregunta Milun.
   “No hace falta, señor. Tómelo como una forma de agradecimiento”.
Milun le entrega dos monedas de oro.
   “Sé que no es mucho, pero hágame el favor de recibirlo.
El marinero esboza una sonrisa.

   En la cocina del Palacio, Alysse coloca varias bebidas en su bandeja. Sharize se le acerca.
   “Espero que no hayas tenido problema alguno. Cuando termines debo mostrarte tu habitación”.
   “Logré ver a la Reina. Incluso me dirigió la palabra en dos oportunidades”, sonríe Alysse.
   “¡Qué maravilla!, Y ¿qué piensas de ella?”
Alysse junta sus manos y eleva la mirada.
   “La Reina es tan adorable. Sentí como si tuviera un aura de elegancia a su alrededor”.
Una de las criadas, Yllia, una mujer de mirada déspota, estrecha cintura y voluptuoso cuerpo, interrumpe la conversación.
   “Qué equivocada que estás. Una niña caprichosa es lo que es”.
Alysse no puede ocultar su sorpresa ante los comentarios negativos contra la Reina.
   “Esa no es la forma correcta de referirse a Su Majestad”.
Yllia se ríe y aprieta los labios.
   “Y ¿qué puedes hacer tú?”
Alysse la mira desafiante.
   “Te enseñaré buenos modales”.
Sharize se coloca en medio de ellas.
   “Yllia, todo esto es un malentendido”.
   “Parece que esta muchacha no tiene ni la menor idea”.
Yllia toma una bandeja y se marcha. Sharize gira hacia Alysse.
   “Sucede que desde tu llegada, la Reina ha rechazado a todas sus Damas de honor”.
Alysse con una sonrisa sarcástica menea la cabeza.
   “Pero si todas son como Yllia, estoy de acuerdo con la Reina”. Sharize sonríe.

   A bordo de “La Rosa”, Milun permanece de pie en la cubierta. Contempla el ir y venir de la marea baja.
   “Finalmente ya estoy de vuelta”, se dice a sí mismo.
Milun desabrocha una cantimplora de su cinturón y bebe de ella.
   “Y ahora, sí podré hacer mi vida al lado de Nidia”.

   En el Palacio, la Reina Beatriz sonríe a sus invitados. Ella le pregunta a Janice:
   “Me encantaría saber tu opinión acerca de los Caballeros de Frezzia”.
Janice sonríe y baja la mirada.
   “Pero si yo no pienso en eso. Mi prioridad es estar a su lado”.
Alysse se acerca y les ofrece bebidas. La Reina le sonríe
   “Y tú, ¿hay algún Caballero que te corteja?”
Alysse pestañea, sorprendida.
Janice se cubre la boca en señal de asombro.
   “No por ahora, Su Majestad”, responde Alysse.
   “Pero tengo la esperanza que algún día pueda conocer a un Caballero en un blanco caballo alado”, agrega.
La Reina y Janice se parten de risa.
   “Quién sabe, pueda que no sea sólo un cuento de hadas”, observa la Reina.
La Señorita Pía entra al Salón y observa a Alysse platicar con la Reina. Se acerca y dirige su mirada hacia Alysse.
   “La Reina necesita atender a sus invitados”.
   “Sí, señorita”. Alysse hace reverencia y se aleja.
La Señorita Pía se arrodilla ante la Reina y agacha la cabeza.
   “Su Majestad, le prometo encontrar mejores sirvientes”.
   “Envïe a Alysse a mis aposentos”.
   “¿A sus aposentos?”.
La Señorita Pía respira apresurada:
   “Ella no está lista para…”
La Reina levanta la mano.
   “Entonces será su obligación asegurarse de que esté lista”, responde la Reina.
La Señorita Pía baja la mirada.
   “Sí, Su Majestad.

   A bordo de “La Rosa”, Milun observa la luna. Oye pasos en la cubierta y voltea. La inesperada visita de Nidia lo deja boquiabierto.
   “Pero qué agradable sorpresa”
Nidia sonríe y se le acerca.
   “Esperé hasta que mi padre se acueste. No había otra forma”.
Nilun acaricia el rostro de Nidia.
   “No debes andar sola de noche; puede ser peligroso”.
Nidia apenas le sonríe mientras observa a su alrededor.
   “Es un hermoso barco. Me alegro por ti”.
Milun la abraza.
   “También te pertenece”.
Milun intenta besarla, pero Nidia lo detiene. A Milun le parece extraño.
   “¿Qué sucede, hay algo que no quieres decir?”
Se miran entre sí durante un largo momento. Luego Nidia solloza.
   “Lo siento. Ya estoy comprometida”.
Milun se paraliza con la noticia.

   En el Palacio, la Reina Beatriz simpatiza con sus invitados. Las puertas se abren y varios soldados con uniforme azul se ubican a los costados. El Rey Aidan entra  y todos los invitados se inclinan.
   Detrás del Rey, hace entrada su séquito. Entre ellos el Amo Columbio, considerado como “el brazo derecho del Rey”, y sus Caballeros, el Duque de Amici, el Barón de Molina y el Conde Di pace. Y para finalizar, hace ingreso el Capitán  Daugherty, a cargo de la seguridad del Rey y líder de los soldados azules.
   El Rey se acerca a la Reina con una sonrisa deslumbrante.
   “¿Disfrutas de esta agradable velada, querida?”
Los ojos de la Reina brillan de emoción.
   “Mucho más ahora con su presencia, mi Rey”.
El Rey toma la mano de la Reina y la besa.
   “La Corte está muy impresionada con vuestra imponente postura frente a la gente”.
La Reina sonríe y acaricia la mano del Rey.
   “Soy yo la que está muy agradecida por todo el apoyo recibido”.
   “Me encargaré que se haga como gustes”, responde el Rey
   “Poder disfrutar de la compañía de mis primos en Palacio era mi deseo más anhelado”.
La Reina sonríe.
   Entre los presentes, el Monseñor Blanco, representante del clero en el Palacio, un hombre encantador de abundantes cejas, en una túnica plateada, observa con satisfacción la demostración de amor entre ellos.
   El Canciller Duque Gian de la Motte II, primo del Rey, un hombre delgado, de ojos hundidos y manos nerviosas, se acerca al Monseñor. Tiene una barba de aguja ya casi blanca y viste un jubón de cuero a rayas. El Duque le ofrece al Monseñor una copa de champán.
   “¿Brindamos por la armonía y la paz en el Reino?”
El Monseñor  rechaza la bebida moviendo su mano.
   “Yo celebro de otra manera”.
El Duque sonríe y bebe las dos copas a la vez.
   El Amo Columbio, un hombre de complexión robusta, vistiendo una fina chamarra de piel, proyecta su mirada sobre Janice y evita los saludos de los invitados mientras sus ojos la siguen como abejas a su panal.
   El Capitán Daugherty, un hombre de origen humilde pero de gran rango debido a su esfuerzo, con  uniforme azul bordado con el escudo de Frezzia, se acerca al Amo Columbio. Él tiene la barba recortada y una profunda cicatriz en el rostro.
   “Seguro ni se cruzaba por tu mente tener que organizar esta ceremonia tan pronto”.
Columbio se ríe y lanza su pesado brazo sobre los hombros de Daugherty.
   “Al fin tienes la razón, amigo mío. Y aún me sorprende el decirlo”.
   “¿Te diste cuenta cómo lucían esos soldados en el patio? Ellos sí son los verdaderos hijos de Frezzia”, opina Daugherty.
   “Estoy seguro de que el Capitán Donoch tiene una fiesta para ellos”.
   “Lo que necesitan ahora es un trabajo. Pienso que algunos podrían formar parte de mi grupo de soldados”.
Columbio piensa al respecto.
   “Me parece bien. Ahora, si me disculpas, me parece haber visto a una damisela en apuros”.
Daugherty se ríe.
Columbio se acerca a Janice. Ella lo observa, sorprendida.
   “Qué placer es poder presenciar la felicidad de mi Rey”.
Janice sonríe nerviosa.
   “En ese caso, compartimos el mismo sentimiento”.
   “No hay duda alguna, la Reina Beatriz es toda para él”.
Janice se ríe.
   “Os aseguro que la Reina está agradecida con vuestro comentario”.
Columbio ríe.
   “Espero ansioso el poder visitar su Reino algún día. Parece que Crystland está lleno de mujeres encantadoras”.
Janice se sonroja.
   “Pienso que habrá oportunidad si ellos lo deciden.
   “Y qué mejor con la ayuda de una hermosa guía, dispuesta a mostrarme lo mejor de su reino”.
Janice asiente con la cabeza.
   “Espero no lo olvide; he tomado su palabra”.
Janice hace reverencia a la vez que Columbio le guiña.
  
   En “La Rosa”, Milun no puede creer lo que Nidia le acaba de decir,
   “¿Comprometida, con quién?”, pregunta Milun.
Nidia se da vuelta.
   “Y eso ¿qué importa?”
Milun la toma del brazo.
   “Vamos, ten el valor de decírmelo”.
   “No es culpa mía. Yo no sabía si regresabas o no”.
Nidia acaricia el hombro de Milun.
   “Pero, ya estoy aquí. Y es mejor que me digas quién es”, grita Milun
Nidia  teme confesar la verdad.
   “Ya es demasiado tarde. Me casaré en unas semanas”.
Milun queda consternado con sus palabras.
   “Creo que es mejor para ambos dejar de vernos”, agrega ella.
   “Si esta es la recompensa que merezco, preferiría estar muerto”.
   “En verdad me alegra verte con vida. Y es mi deseo que logres encontrar tu felicidad”.
   “Cada batalla que luché, cada ejército que vencí, lo hice por ti”.
Nidia se da vuelta y se marcha.
   “¿Y tú lo amas”, grita Milun.
Nidia sigue caminando sin responderle.

   En la cocina del Palacio, Alysse coloca las bebidas en una bandeja.
La Señorita Pía se acerca.
   “Ya hay muchos sirvientes a cargo del Salón, ahora”, dice la señorita.
Alysse continúa colocando las bebidas.
   “Esta bandeja está lista. La Reina y sus invitados me necesitan”.
La Señorita Pía le quita la bandeja.
   “A eso me refería. Tu comportamiento  ante la Reina me ha decepcionado por completo”.
Alysse agacha la cabeza.
   “Le prometo que no volverá a suceder. Me quedé impresionada con su belleza y sentí que no podía moverme”.
   “Además tuviste el descaro de dirigirte a la Reina de una manera indebida. Definitivamente, no estás lista aún”.
Alysse la mira entristecida.
   “Sólo trataba de ser amable. Me pareció que la Reina disfrutaba al conversar conmigo en su idioma”.
La Señorita Pía le da una mirada fulminante.
   “¿Disfrutaba? Vergüenza es lo que ella sintió delante de sus invitados”.
   “En verdad lo siento. Tendré más cuidado ahora”.
   “Debes entender que la manera de dirigirse a la Reina es muy distinta a la del trato  a los sirvientes. Ahora ve y cámbiate”.
La Señorita Pía se marcha.

   En el Salón de los Nobles, los músicos tocan algunas sonatas. El Rey Aidan y sus Caballeros continúan brindando por la paz. Una muchacha coqueta, con un suave movimiento de sus caderas se dirige hacia la salida de la habitación. La mirada del Rey se abre paso entre las cabezas de los invitados persiguiendo el atractivo caminar de esta misteriosa doncella. El Rey le informa al Capitán Daugherty de su repentina decisión de abandonar el Salón sin seguridad alguna.
Daugherty parece entender la situación y termina su bebida.
Janice se acerca a la Reina. Ella le sonríe.
   “Parece que has disfrutado plenamente al conversar con el Amo Columbio”.
Janice ríe. Ella sabe cómo es su prima de ocurrente.
   “Debes saber que para él, el Rey es el hombre más afortunado del mundo y todo se lo debe a ti”.
La Reina ríe y observa al Amo Columbio, quien conversa con los invitados.
   “Parecía hipnotizado por ti”.
Janice gira sus ojos y suspira.
   “¿Me pareció verte agotada?”
   “Es tarde. Ya ni sé quién es el que está a cargo de llevarme a mis recámaras”.
   “Estoy segura que la Señorita Pía no tarda en venir”.
La Reina niega con la cabeza.
   “El Rey será quien lo haga”.
La Reina y Janice buscan al Rey sin éxito alguno.
   “Seguro está ocupado con sus Caballeros”, opina Janice.
   “Entonces me retiraré sin que nadie se dé cuenta. Por favor, informa a todos los invitados de mi partida en unos minutos”.
 La Reina se pone de pie y sale por una habitación contigua, el Salón de las Diosas. Sobre un sofá de moldura de madera  el Rey besa a la bella muchacha que vio hace unos momentos. La Reina los observa perturbada.
La Reina sale de la habitación, incapaz de contener las lágrimas. El Monseñor Blanco se acerca y le da un pañuelo.
   “Su Majestad, ¿qué le ocurre?”
La Reina niega con la cabeza.
   “No tiene importancia. A veces me invade la nostalgia”.
   “Espero sepa que cuenta conmigo para todo”.
   “Ya habrá momento, Su Excelencia”.
La Reina se aleja. El Monseñor la persigue con su mirada.

   En su habitación, Alysse yace en su cama. Ella escribe una letra con su mano izquierda.
Querida tía, ni te imaginas lo feliz que me siento. Vivir en el Palacio es como vivir en uno de mis sueños. ¿Me creerías si te digo que pude conocer a la Reina…?”

   Al siguiente día, en un amplio y elegante decorado salón conocido como la Cámara del Consejo Real, el Rey Aidan se encuentra sentado sobre un estrado de mármol. A su alrededor, los miembros de la Corte permanecen sentados en sillas de alto respaldar. Retratos enmarcados de los actuales y anteriores miembros adornan las paredes.
   En el centro de la habitación, el General Riot, un hombre cuya barba se extiende a lo largo de su cuello, coloca sus manos sobre un podio. Viste un jubón que hace buena combinación con sus cortos pantalones.
   “Temo informar que los gastos producidos por la guerra han originado un par de protestas en algunas aldeas del norte”, dice él.
El Rey golpea con sus dedos sobre el brazo de su asiento.
   “¿Acaso están de lado de nuestros enemigos?”, pregunta el Rey.
   “Varios de ellos exigen una reducción de sus tributos”, responde el General Riot.
El Amo Columbio toma la palabra:
   “Nuestro Canciller, el Duque de la Motte es el encargado de evaluar el diezmo. Él nos debería proporcionar un óptimo resultado”.
El Monseñor Blanco se pone de pie.
   “Si no me equivoco, en este momento el Canciller se encuentra en una reunión con los representantes de estas aldeas”.
   “El Canciller cree que son sólo excusas. Se ha encontrado numerosa propaganda y es evidente que no buscan un acuerdo”, opina Riot.
Columbio no parece satisfecho con el comentario del Monseñor.
   “Quizás sea necesario traerlos a la  Asamblea General”.
   “Pero ya no hay más lugar en la agenda”, responde Riot.
   “De alguna manera necesitamos oír sus quejas”, grita Columbio.
El Rey se levanta.
   “Le doy la razón al Amo Columbio. Considero muy importante mantener el bienestar en el Reino. Columbio, ¿podrías ayudar al Duque en este asunto?”
Columbio afirma con la cabeza.
El Rey sale de la habitación. El Capitán Daugherty y sus soldados azules lo esperan en el pasadizo.
El Monseñor se acerca al Rey.
   “No hay necesidad de preocuparse, Su majestad. Ya verá que no es más que una prueba a la soberanía del Reino”.
El Rey agacha la cabeza.
   “Y yo que pensaba que todo había terminado”.
En la Cámara, Columbio se acerca al General Riot.
   “Exijo un informe detallado de lo investigado”.
El General Riot le entrega una pila de papeles. Columbio lee al azar.
   “Te recomiendo que tomes asiento”, dice Riot.
   “Pero esto es el colmo. Veo que los impuestos ya son casi el doble”.
No es ninguna sorpresa para Riot.
   “El Duque ya ha expresado que no se puede hacer nada de la noche a la mañana”.
Columbio golpea los papeles en el podio.
   “Los gastos de la guerra terminaron con la última campaña. Ahora ya no hay justificación para estos excesivos intereses”.
El Monseñor se acerca a Columbio.
   “Mantén la calma. Ya pronto el Duque de la Motte tendrá oportunidad de explicarnos”.
Columbio observa al Monseñor. El Almirante Guiness se ríe.
   “Parece que me perdí de toda la diversión al viajar”, dice Guiness.

   En la aldea de Chandler, Milun vigila la entrada de la panadería. Milun deseoso de intentar convencer a Nidia de su error, está dispuesto a presentarse a Erasmo. En eso un carruaje tirado por caballos, decorado con hojas de oro se detiene en la entrada de la panadería. Milun sorprendido, retrocede.

   En las recámaras de la Reina, Janice se pincha por accidente con una aguja mientras borda. Pequeñas gotas de sangre caen sobre las doradas sábanas de la cama adosada. Ella toma un pañuelo y logra limpiarla antes de que se expanda.
La Reina Beatriz apoya su frente contra la ventana. Lágrimas caen por su rostro mientras gotas de lluvia golpean el otro lado del cristal.
Alysse aparece en la entrada de las recámaras, vistiendo el uniforme de servicio y con una bandeja de pasteles.
   “Sé cómo se siente. Seguro es por su familia”, dice ella.
La Reina pretende no haberla escuchado. Alysse deja la bandeja sobre una mesa y se dirige hacia la puerta, pero la voz de la Reina hace que se detenga.
   “En verdad extraño el poder presenciar cómo los agapanthus florecerían afuera de mi ventana”.
La Reina señala a Janice uno de los armarios. Janice toma unos cuantos vestidos y los extiende sobre la cama.
Alysse fascinada, observa los vestidos.
   “¡Qué belleza!”
Alysse fija su mirada en un vestido rojo. La Reina la observa.
   “Ahora que he decidido tomarte como mi Dama de honor, tendrás que vestirte de acuerdo a la ocasión”.
Alysse niega con la cabeza.
   “Es mi deseo que los tomes”, agrega la Reina.
   “Pero… no puedo…no sería apropiado”.
   “¿Piensas que lo decidido es incorrecto?”, pregunta la Reina.
Alysse  contiene la respiración.
   “Yo soy la Reina, querida. Y decido lo que es correcto”.
Janice sonríe mordiendo el pastel a la vez que Alysse se retuerce de los nervios.
   “Todos pasamos por eso. La Reina en verdad disfruta de tu compañía”.
Alysse balbucea sin éxito alguno. Janice le ofrece un croissant.
   “Quizás te haga falta. Insisto”.
Alysse mira a la Reina, confundida.
   “Su Majestad, yo…yo…”
   “Deja de preocuparte y disfruta”, responde la Reina.
Alysse no puede contener las lágrimas. Eleva la mirada.
Janice toma el vestido rojo
   “Pienso que lucirás muy bella en el baile con éste”.
   “¿Baile?”
   “Sí, pero qué lástima que aquí sean tan lentos”, añade Janice.
Alysse, descontrolada, sacude su cabeza y parte del pastel sale disparado de su boca.
   “No puedo. No sé. Yo no podría…”
Janice gira a Alysse frente al enorme espejo y mantiene el vestido rojo sobre ella. Alysse asombrada, observa su reflejo.
La Reina y Janice sonríen mientras las lágrimas de Alysse se esparcen por su rostro.
   “No sabe cuánto se lo agradezco”.
Janice le alcanza un pañuelo.
   “A propósito, la Reina desea incluir en el baile algunas melodías que sean un poco más populares”.
Alysse sonríe.
   “Pero yo nunca he asistido a un baile. No podría ayudarla”.
La Señorita Pía observa desde la puerta.
   “Aunque ahora recuerdo, mi tía me enseñó hace mucho una mascarada”, agrega Alysse.
La Reina se emociona al escuchar esa palabra.
   “¿Qué es una mascarada?”, pregunta Janice.
Alysse sostiene el vestido rojo y se mueve de lado a lado.

“Es una danza mágica, todos llevan máscaras y sombreros de pluma.
Como esta noche no hay ninguna. Toma mi mano, bailemos de lado.
Oh ya son dos, ¿te hace falta maquillar?
No dejes de soñar, nos veremos en el altar”.

La Reina y Janice quedan fascinadas con las palabras de Alysse.
La Señorita Pía  entra y hace reverencia.
   “Se te necesita en la cocina”.
Alysse deja caer el vestido rojo sobre una silla y hace reverencia.
   “Pero llévalo contigo. Y también los otros”.
Janice coloca el montón de vestidos en los brazos de Alysse.
Alysse evita mirar la cara de la Señorita Pía y se retira. La Señorita aún sorprendida se arrodilla frente a la Reina.
   “Su Majestad, le pido disculpas por el comportamiento de esta criada. Haré que ella regrese los vestidos cuanto antes”.
Alysse es mi Dama de honor. Yo le pedí darles uso y ahora es su deber tenerlos”.
La nariz de la Señorita Pía parece un volcán a punto de estallar.
   “Su Alteza, es usted muy amable. Debo recordarle  que todo el servicio debe vestir el uniforme indicado”.
La Reina le clava la mirada.
   “¿Pero es que nadie comprende que soy yo la que decide?”
La Señorita Pía agacha la cabeza, llena de rabia.
   “Voy a discutir este cambio con el Amo Columbio”, agrega la Reina.

  En la panadería, la puerta del carruaje se abre y el Canciller Duque de la Motte baja con cuidado. Toma un momento para arreglarse la barba. Erasmo corre hacia él, con los brazos extendidos.
   “Señor mío, es un honor verlo por aquí”.
El Duque lo mira de pies a cabeza.
   “No tengo mucho tiempo. Quiero ver a su hija”.
Erasmo asiente.
   “Nidia ha preguntado todo el día por usted”.
Erasmo y el Duque ingresan a través de un arco de piedra. Llegan a una amplia habitación que cuenta con un horno de ladrillo empotrado. Numerosas canastas llenas de todo tipo de pan se encuentran ubicadas a lo largo de una mesa.
Erasmo toma una de las canastas y se la da al Duque.
   “Esta es mi nueva creación. La guardé sólo para usted”.
El Duque de la Motte sonríe.
Nidia baja por las escaleras. Ella viste un largo camisón.
   “Mi pequeña flor, luces tan bella”, dice el Duque.
El Duque besa la mano de Nidia y le entrega un pequeño cofre.
Nidia, muy emocionada lo abre y encuentra un collar de oro.
   “Su Excelencia, qué precioso collar”.
El Duque coloca el collar alrededor del cuello de Nidia.
   “Ahora luce más hermoso en ti”.
   “Es usted un hombre muy generoso”.
Milun observa desde una de las ventanas. El rostro del Duque le parece muy familiar.
Nidia besa los labios del Duque y él la toma de las caderas.
Milun se siente devastado al presenciar las acciones de Nidia.
Milun se da vuelta y observa el carruaje dorado.
   “Tanta elegancia y riqueza, ¿dónde lo he visto? Ya recuerdo; este hombre es uno de los integrantes de la Corte Real”, piensa él.

En su habitación, Alysse extiende los vestidos sobre su cama.
   “No puedo creer que ahora me pertenezcan”.
La Señorita Pía entra con una mirada fulminante.
   “Deberías estar avergonzada”.
Alysse observa sorprendida a la Señorita Pía.
   “¿Y qué hice ahora?”
   “La Reina ignora completamente las reglas de esta Corte, así que, quítate esa idea porque no usarás ninguno de estos vestidos”.
   “Pero tengo orden de la Reina. Me dijo que al ser su Dama de honor, era necesario usarlos”.
   “A mí no me engañas. Cuando te viste frente al espejo  ¿no te diste cuenta del ridículo que hacías?”
La Señorita Pía se ríe.
   “Ellas me obligaron, créame”.
La paciencia de la Señorita Pía llega a su límite.
   “Pero sí ya sabía yo. Jamás debí permitir que entraras. Es por eso que nunca he querido trabajar con Bordanos”.
La Señorita Pía sale de la habitación. Alysse se siente ofendida al escuchar la palabra “Bordano”, que hace referencia a su origen étnico. Alysse solloza sin control sobre su cama.

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