BIENVENIDOS A
FREZZIA
Agosto de 1782. Es primavera, maravillosos paisajes
naturales muestran la belleza del Reino de Frezzia. El cielo de color azul
pálido, la exuberante vegetación de las colinas y el brillo de las flores silvestres
son sólo algunos elementos de esta historia que nos trasladan a una época de
mitos y leyendas.
La aldea principal, Chandler, que a través
de los años se ha desarrollado gradualmente desde construcciones rudimentarias
hasta casas de entramado de madera, cuenta con barrios muy pintorescos. En sus
calles empedradas, los pintores y juglares exhiben su arte, exaltando la
libertad y el romance.
La aldea cuenta con decoraciones de papel en
sus calles y coloridos telares en todos los balcones, exhibiendo el
impresionante escudo del reino.
Los aldeanos, con una gran sonrisa se
abrazan, celebrando el fin de la guerra en contra de uno de los reinos vecinos.
Todos juntos, hombres y mujeres, niños y niñas, gritan:
“¡Viva
Frezzia!, ¡Viva el Rey!”
La felicidad se extiende por todo el reino.
Siguiendo un ancho camino de piedra, hasta la cima de la colina más alta,
cientos de banderas vuelan sobre las torres de un enorme castillo de piedra.
El majestuoso Palacio Real de Frezzia es una
joya arquitectónica, y ha sido el hogar de los monarcas durante generaciones.
Fue construido bajo la influencia gótica, utilizando materiales como el mármol,
la piedra, el bronce, el oro y las mejores maderas del lugar.
Un muro de contención rodea el Palacio. Está
dominado por nueve torres, todas conectadas por una pasarela. La Torre
principal tiene una cúpula bulbosa, donde se encuentran los apartamentos del Rey
y las recámaras de la Reina. Ambos comparten un amplio jardín lleno de tilos,
robles, álamos y flores tropicales simétricamente moldeadas y decorado con
estatuas y fuentes.
En el patio inferior, la gente se amontona
apoyando a la soberanía de Frezzia. Ellos esperan ansiosamente la llegada del
Rey y la Reina para expresar su alegría por la paz, que ha sido restaurada en
su amado reino.
Hay balcones construidos para esta ceremonia
especial, designados sólo para los miembros de la nobleza. La nobleza viste
elegantes atuendos y sofisticados sombreros a diferencia de los aldeanos
quienes permanecen de pie en el patio.
En el balcón de la torre principal, el
heraldo anuncia la llegada de Sus Majestades. Los miembros de la Corte Real se
ponen de pie, y las trompetas resuenan. Dos sirvientes abren las cortinas de
raso y el Rey Aidan y la bella Reina Beatriz ingresan. La multitud ovaciona;
todos expresan su respeto y agradecimiento aplaudiéndoles efusivamente.
El Rey Aidan, un joven de mirada intensa,
lleva en la cabeza la inmaculada corona de oro de Frezzia, cubriendo parte de
su cabello bronceado. Su traje de gala metálico revela su esbelta figura. Sus
ojos azules observan fijamente la emoción de la bulliciosa multitud, nunca
antes visto.
La Reina Beatriz, una joven de belleza
excepcional, como la pintura de una diosa
traída a la vida, sonríe dulcemente al Rey. Sus ojos verdes parecen
esmeraldas en la nieve debido a su pálido rostro. Ella lleva un vestido pomposo
hecho de las mejores rosas verdes del reino y una corona dorada la cual se
extiende por medio de plata ornamental en su cabello.
El heraldo anuncia la llegada del Capitán
Donoch y su valeroso ejército. En la barbacana, la infantería, en perfecta
alineación, abre su paso a través de los miles de pobladores.
Los soldados visten sombreros de cuero de
ala ancha y tabardos marrones como uniforme, en los que algunos de ellos
todavía reflejan la experiencia devastadora de la guerra. Sus rostros
resplandecen como el sol naciente,
dejando atrás el dolor y el sufrimiento. Delante de ellos, sentado sobre su
caballo con la cabeza en alto, el Capitán Donoch, un hombre de elegante
vestimenta y de pocas arrugas en la frente, ordena a los soldados detener su
paso.
Los aplausos de la multitud se intensifican.
Esta vez, los miembros de la nobleza también aplauden con regocijo.
Los soldados se arrodillan, saludando al Rey
y a la Reina. En la primera fila, Milun, un joven soldado, diminuto al lado de
sus compañeros, fija su mirada en el balcón de la torre principal. Él tiene
cabello rizado y ojos negros. Milun inclina su cabeza y su sombrero cae sobre
su rostro. Su prominente nariz evita su caída. A pesar del sonido de las
trompetas y los aplausos de la gente, Milun mira hacia el cielo mientras se
dice a sí mismo:
“Me gustaría que mis compañeros caídos pudieran presenciar esta ceremonia”.
“Me gustaría que mis compañeros caídos pudieran presenciar esta ceremonia”.
En el patio interior, Alysse, una muchacha
de belleza exótica, con su largo cabello negro y un colorido vestido plisado,
recibe indicaciones de un guardia con uniforme azul, cómo llegar a la sala de
banquetes. Alysse agradece al guardia e ingresa por un largo pasillo.
Los ojos marrones de Alysse se deslumbran
con el diseño de los corredores del palacio, que incluye arcos apuntados y
bóvedas al final de sus largas columnas. Sin prestar atención a los niveles del
piso de mármol brillante, Alysse pierde el equilibrio atrayendo la atención de
los guardias.
Alysse, avergonzada, se acerca a los
guardias,
“Debo ver a la señorita Pía”.
“Debo ver a la señorita Pía”.
Uno de los guardias con una fría mirada,
extiende su brazo hacia la derecha. Alysse no desperdicia su tiempo
agradeciendo al guardia y sigue caminando hasta que oye ruidos provenientes del
interior de una habitación cercana.
Alysse entra al salón de banquetes y observa
muchas doncellas caminando en diferentes direcciones, llevando contenedores de
flores.
En el centro de la habitación, la Señorita
Pía, una mujer robusta con una voz aguda, ondea sus manos dando órdenes a los
sirvientes. Las criadas evitan su mirada mientras confeccionan guirnaldas de
flores.
Alysse reconociendo la autoridad de la Señorita
Pía se le acerca y dice:
“Discúlpeme Señora, busco a la Señorita Pía”.
“Discúlpeme Señora, busco a la Señorita Pía”.
La señorita Pía frunce el ceño. Alysse
siente temor al ver moverse las cejas de la señorita Pia.
“¿Cómo es posible que los guardias permitan
la entrada durante esta importante ceremonia?”, grita la Señorita Pía.
Alysse le echa una mirada condescendiente
tratando de robarle una sonrisa, pero la mirada desafiante de la Señorita Pía
no cambia.
En el balcón principal, el jefe de la
Infantería Naval, el Almirante Guiness, un hombree bajo, de avanzada edad y con
una pequeña joroba, se ubica al lado del Rey. Con voz enérgica, el Almirante
Guiness comienza su discurso:
“Tengo el orgullo de presentarles con la mayor satisfacción que Frezzia inspira, a
los valientes, gloriosos hijos de Frezzia, el Capitán Donoch y su ejército”.
El Capitán Donoch hace su aparición en el
balcón principal, y es corialmente recibido por el Rey, la Reina y la Corte
Real. El Capitán Donoch recibe flores de la Reina Beatriz y una medalla de oro
del Almirante Guiness.
La gente en el patio inferior aplaude,
incluyendo los soldados. El rostro de Milun muestra felicidad por el éxito de
su Capitán. Pedro, un joven soldado, esbelto y de extremidades largas, se
encuentra al lado de Milun. Pedro fija su mirada en el balcón principal y dice:
“La Reina es sumamente bella. El Rey es un hombre con suerte”. Milun, ya
acostumbrado a la elocuencia de Pedro, le responde con una sonrisa sarcástica y
mira a la multitud. Pedro persigue la mirada de Milun.
“¿Crees que la hija del panadero está aquí,
verdad? ¿Cuál es su nombre? Siempre hablas de ella”.
“Nidia, se llama Nidia”, responde Milun.
“Pero no la ves más de un año. ¿Crees que va
a esperar por ti?”, pregunta Pedro.
“Tú no sabes nada sobre las promesas de
amor”, contesta Milun.
“Pero yo sé de mujeres. Ya me imagino cómo
te dará la bienvenida”. Pedro hace temblar sus piernas. Milun sonríe y empuja a
Pedro. Ellos escuchan el estruendo de las trompetas.
En el balcón principal, el Rey Aidan
comienza su discurso:
“Una vez más, como en tiempos atrás,
estuvimos expuestos a la destrucción; pero os garantizo, que juntos, siempre
derrotaremos al silencioso enemigo del norte”.
La Reina Beatriz toma la mano del Rey y
ambos hacen su venia en agradecimiento a los soldados. La gente, al ver este
acto de humildad por parte de los gobernantes, aplauden y gritan: “¡Viva el
Rey!” y ”¡Que viva la Reina!”.
En uno de los balcones, Janice, una joven
doncella de delicada figura, levanta su velo y una sonrisa sublime se extiende
en sus sonrojadas mejillas. Al aplaudir, las mangas de su vestido ocre se
mueven como un acordeón.
En el salón de los banquetes, Alysse extrae
una carta de su vestido y se la da a la Señorita Pía, diciéndole:
“Doña Adela me pidió que viniese al Palacio tan pronto sea posible”.
“Doña Adela me pidió que viniese al Palacio tan pronto sea posible”.
La Señorita Pía arruga la carta hasta
convertirla en una bola de papel.
“¿Tiene usted alguna experiencia ayudando en
ceremonias?”, pregunta la Señorita Pía.
Alysse afirma con la cabeza.
“Yo atendía durante la hora del té cada
domingo”.
La
Señorita Pía mira directamente a los ojos de Alysse.
“Eso no es suficiente; trabajar en el
Palacio Real es un reto”.
“Si tan sólo me diera una oportunidad, yo…”
Una de las criadas tropieza y se le cae de
las manos un recipiente lleno de agua. Su vestido queda empapado. La Señorita
Pía, furiosa, contiene la respiración.
Alysse baja su mirada.
“Permítame, es mejor que me marche”.
Uno de los sirvientes se acerca y le informa
a la Señorita Pía que ha llegado el momento de las guirnaldas.
“Ya es la hora”, grita ella.
Las criadas rápidamente cogen una guirnalda
y forman una fila. La Señorita Pía agarra una guirnalda y se la lanza a Alysse.
“No tiene idea de lo que esto significa para
mí. Yo…”
Esto parece
molestar más a la Señorita Pía.
“Nada está decidido aún, ¡Dese prisa!”
Alysse, con la guirnalda en sus manos, se
ubica al final de la fila. En el patio inferior, las trompetas tocan una marcha
militar. Las criadas desfilan y cada una se detiene delante de cada soldado.
Alysse, sorprendida, se da cuenta de que no
tiene otra opción más que imitar a las demás, y toma su lugar, enfrente de
Milun. Miliun y Alysse se miran detenidamente.
Las criadas colocan las guirnaldas alrededor
del cuello de los soldados. Alysse permanece quieta delante de Milun
sosteniendo la guirnalda. Milun fascinado por la belleza de Alysse, le
pregunta:
“¿Me la tengo que poner yo mismo?”
Alysse
observa con atención a las demás.
“Ah, la guirnalda…” Alysse se da cuenta.
Alysse coloca
la guirnalda alrededor del cuello de Milun. Milun le sonríe.
Las criadas agradecen a los soldados por su
heroica participación en la guerra y les regalan un beso en cada mejilla.
Alysse decide hacer lo mismo, pero la mirada penetrante de Milun, hace sólo
darle un beso en la frente. Milun se paraliza de la emoción.
Las criadas regresan a la sala de banquetes,
y Alysse se marcha sin despedirse de Milun. Milun la persigue con su mirada
mientras se acaricia la frente. Pedro lo empuja y hace que Milun regrese a su realidad.
“Vaya que es hermosa”, comenta Pedro.
“Tiene algo muy distinto a las otras”, opina
Milun.
“Y yo que pensé que sólo tenías ojos para… ¿Cuál
es su nombre, otra vez?”.
Milun gira
los ojos con fastidio.
La música se
detiene y el Rey Aidan continúa su discurso:
“Otorgo mi infinita gratitud a nuestros
soldados, verdaderos hijos de Frezzia, y para los que no están presente,
expreso mis sinceras condolencias como mayor representante del reino”.
Los miembros de la Corte Real, el Amo Columbio,
a cargo del servicio real, el Duque Gian de la Motte II, jefe de cancillería,
el General Riot, a cargo del ejército, el Monseñor Blanco, representante del
clero en el Palacio, y el Almirante Guiness, permanecen de pie al lado del Rey.
El Rey y los cinco miembros de la Corte Real
juntan sus manos y de un solo movimiento
levantan sus brazos en señal de unidad y paz en el reino. El público aplaude
mientras el sonido de las trompetas da término a la ceremonia.
No muy lejos de allí, una parvada de cuervos
revolotea sobre un antiguo y austero recinto, el Monasterio de San Mirador.
Situando sobre una colina, este monasterio fue construido en el siglo VIII por
un grupo de monjes, quienes fueron los primeros fundadores de Frezzia.
Dentro de este amurallado se encuentran
calles estrechas, callejones y una edificación circular cubierta por una cúpula
construida de ladrillos rojos. A pesar de su deterioro, el Monasterio de San
Mirador aún conserva la disposición para la soledad y la meditación. A diferencia
del bullicio en el Palacio Real, numerosos sacerdotes se han unido a la
celebración cantando cantos gregorianos en la capilla principal.
En una cámara oscura, bajo la luz proyectada
a través de un rosetón se aprecian unos colores deslizantes dando forma a un
hombre de túnica amarilla con capucha. El hombre permanece de rodillas delante
de un altar con la cabeza baja.
Su meditación es interrumpida con la entrada
del Padre Superior, la principal autoridad en el monasterio, quien lleva en la
mano una vela encendida. El Padre Superior, un anciano de contextura gruesa,
portando una túnica de raso rojo, entrecierra los ojos en la oscuridad.
Él llama un par de veces:
“Padre Arturo”.
Arturo se pone de pie, revelando las bellas
facciones de un hombre de mediana edad de abundante bello facial. Su rostro
pálido se eleva.
“Permítame disculparme, Padre Superior. Debo
haber perdido la noción del tiempo”.
Sus palabras
transmiten paz y serenidad.
El Padre
Superior trata de no sonreír.
“El que debe disculparse soy yo por
interrumpir su continua penitencia”, responde él.
Arturo se quita la capucha y su cabello gris
cae sobre su rostro. Él luce de muy buena postura considerando su edad.
“Temo que mi rendimiento y voluntad difieren
mucho de los otros”.
El Padre
Superior toca el hombro de Arturo.
“Tu compromiso con el monasterio es más que
orar y guardar penitencia”.
“Jamás me sentiría a gusto estando en otro
lugar. Es por eso que siempre estaré agradecido de su invitación”, añade
Arturo.
“Siempre supe que había algo especial en
ti”, opina el Padre Superior.
“Espero poder retribuir de alguna manera
toda la bondad que me ha dado”.
“Lo que necesito de ti, por ahora, es que respires
un poco de aire fresco”, responde el Padre Superior.
Arturo
sonríe, pero debajo de su sonrisa hay un rastro de tristeza.
En el temporal complejo naval, tiendas de
campaña están ubicadas alrededor de un campo. Sentados en mesas grandes, los
soldados ingieren carnes asadas y beben jarras de cerveza.
En una de las mesas, Milun se acerca al
Capitán Donoch y dice:
“Antes sólo conocí en pintura el Palacio
Real”.
El Capitán
Donoch ríe y limpia su boca.
“Y ese fue el propósito de la ceremonia,
honrar a todos ustedes”.
“No era necesaria tanta gratitud. Lo haría
nuevamente si tuviese que hacerlo”, afirma Milun.
“Sé
que lo harías. Eres uno de mis mejores soldados. Ahora ve y diviértete”.
Donoch evita
la mirada de Milun. Después de un par de segundos, Milun dice con
determinación:
“Ha llegado el momento de mirar en otra
dirección”.
“Pensé que ya habías cambiado de opinión”.
El Capitán
Donoch sirve un trago y se lo entrega a Milun. Milun toma un sorbo.
“Siento decepcionarlo. Espero sepa que mi
compromiso con Frezzia y con nuestro ejército nunca cambiará”.
“Y todo esto por la hija del panadero”,
exclama el Capitán Donoch.
Milun se
sienta y clava su mirada en los ojos del Capitán.
“Es tiempo de hacer mi vida y dejar la
guerra atrás”.
“Yo sólo busco tu bienestar. ¿Qué ocurriría
si ella ya ha hecho su vida?”.
El Capitán
bebe de la botella.
“Hicimos un juramento de amor”.
“Algunos juramentos dejan de cumplirse”.
Milun se pone
de pie.
“Usted ya tiene una familia. ¿Se da cuenta
qué feliz se siente al ser recibido en los brazos de sus seres queridos?”.
El Capitán
Donoch se levanta riéndose.
“Esas palabras fluyen del corazón del
hombre. Ven aquí. Dale un abrazo a este viejo antes de marcharte”.
Milun sonríe
y abraza al Capitán Donoch.
“Usted ha sido casi un padre para mí, el
padre que nunca tuve”.
“Esta es tu familia. Has aportado una
valiosa ayuda y ahora es el momento que busques tu propio camino”.
El Capitán Donoch toma su espada y se la
entrega a Milun.
“Aquí tienes, podrías necesitar de ella.
Nunca se sabe con qué te chocarás”.
Milun abre
bien los ojos.
“No hace falta”.
“No estaría en mejores manos. Te lo mereces,
hijo”, responde el Capitán.
Lágrimas ruedan
por las mejillas de Milun. Pedro se acerca y se da cuenta de la inevitable
decisión de Milun.
“Pero no es posible. Es momento de
celebrar”, dice Pedro.
Milun abraza
a Pedro.
“Limpia esa cara”, Pedro le grita.
Milun lo mira
fijamente.
“Tengo la esperanza que logres cumplir todos
tus sueños”.
Pedro mira
hacia abajo. Una pequeña sonrisa aparece en su rostro.
“Jamás seré tan hábil como tú”.
“Pero ya eres un hombre y ahora podrás
aprender del Capitán”, responde Milun.
“Antes que nos abandones, te tenemos que
despedir como te mereces”.
Pedro hace
silbidos y los otros soldados traen varias jarras de cerveza. Milun se niega a
beber, pero los soldados lo obligan a abrir la boca. El Capitán Donoch se
limita a sonreír.
En la cocina del Palacio, Alysse observa con
atención a los calderos de hierro que burbujean con los guisos. Ella toma un
utensilio de plata colocado sobre un fregadero de piedra y se le cae de las
manos. Una criada, vestida de uniforme morado y gorra plegada, se presenta ante
Alysse con una sonrisa amigable.
“Yo soy Sharize. La Señorita Pía me pidió
ponerte al tanto de tus responsabilidades”.
Alysse mira a
todas partes.
“Este lugar es inmenso. Me da miedo
perderme”.
“Te tomará algún tiempo en adaptarte. Debo
darte un uniforme y mostrarte las habitaciones de los sirvientes”, responde
Sharize.
Miccael, uno
de los cocineros, de cabello rubio, amplios hombros y personalidad inquieta, se
acerca. El muchacho fija su mirada en Alysse, con cara de sorpresa.
“¿Tú eres Alysse?, eso creo, pregunta
Miccael.
Alysse se
asombra.
¿Lo conozco de algún lado, señor?”
Miccael
sonríe, aún sorprendido de verla.
“Soy Miccael, el hijo de doña Adela. Ella
mencionó que vendrías a trabajar en el Palacio.
Alysse lo
mira, realmente sorprendida.
“Ya recuerdo, eras un pequeño niño y ahora
has crecido”.
Miccael
sonríe.
“Mi madre nunca mencionó lo hermosa que
eras”.
Alysse se ríe
incrédula. Miccael besa la mano de Alysse.
“Estás oficialmente bienvenida al Palacio
Real”.
La Señorita Pía
se acerca con cara de hormiga.
“Lo último que faltaba, coqueteando en el Palacio”,
dice ella.
Alysse retira
su mano. No esperaba ser sorprendida de esa manera.
En la aldea de Chandler, Milun aún
uniformado, parece tener problemas con su orientación. Se da cuenta de que la
aldea luce igual que antes. Calles amplias y limpias, un tipo de arquitectura
muy rudimentario como cualquier otra aldea cuyas coloridas calles deslumbran a
sus visitantes. La gente se acerca a Milun y lo abrazan. Todo se debe a su
uniforme.
“Bienvenido a casa”, le dicen.
Milun se
emociona al recibir el afecto de los aldeanos. Él voltea la mirada y observa
una florería en la plaza.
“Tulipanes rojos; casi me olvido”, se dice
Milun.
En el Monasterio de San Mirador, Arturo y el
Padre Superior caminan por un pasillo con una luz muy brillante. El Padre
Superior parece satisfecho por haber logrado que Arturo salga de su continua
penitencia.
“Ahora que terminó la guerra, vienen sus
consecuencias. Las familias que han perdido un padre, esposo o hijo, necesitan
consuelo a su dolor”.
“Oraremos por ellos”, responde Arturo.
“Nuestro deber es difundir la Palabra de
Dios”.
Arturo se
queda mirando al Padre Superior, con mucha sorpresa.
“Me gustaría poder ayudar pero… aún no estoy
listo”.
El Padre
Superior ríe.
“El tiempo no importa. Tu disposición y
voluntad es lo que cuenta”.
Arturo afirma
con la cabeza.
“Haré lo que guste, y usaré sus enseñanzas
espirituales con sabiduría”.
Arturo mira
al cielo y observa coloridos faroles flotando.
“Deben venir del Palacio”, dice el Padre
Superior.
“¿Echa de menos las multitudes y el bullicio
del Palacio Real?”, pregunta Arturo.
Al Padre
Superior no parece molestarle la pregunta.
“Es completamente distinto a la vida de este
monasterio, pero ya era hora de regresar”.
“Supongo que vuestra sabiduría ya no era
necesaria en el Palacio”.
“El Monseñor Blanco es un experto en
política. Y es el indicado para la Corte Real”.
“A veces pienso que vuestra presencia en el
Palacio podría haber evitado la guerra”.
Arturo baja
la mirada. El Padre Superior permanece en silencio.
En la cocina del Palacio, Alysse decide
contestarle a la Señorita Pía.
“Le pido una disculpa mi señora. Me retiro a
cambiarme”.
La Señorita
Pía frunce el ceño.
“¿Ya te explicó Sharize tus deberes o tengo
que hacerlo yo?”.
Alysse
asienta con la cabeza. Miccael mira sorprendido a la Señorita Pía. Él parece
perturbado por su tono de voz.
“Ella necesita tiempo para adaptarse”, dice
Miccael.
La Señorita
Pía le clava su mirada.
“Yo no sabía que estabas a cargo de los
deberes de los criados. Debo confirmar eso con el Amo Columbio”.
Miccael se
ríe y se acerca a la Señorita Pía.
“Uno de estos días…”
Una criada se
acerca y los interrumpe. Ella indica a la Señorita Pía que las bandejas ya
están listas”.
Miccael mueve
la mano despidiéndose de Alysse y regresa a sus deberes. La Señorita Pía toma
una bandeja.
“¿Oíste lo que ella dijo? Tenemos que darnos
prisa”.
Alysse toma
su uniforme.
“Iré a cambiarme ahora. No me demoraré”.
La Señorita
Pía gira los ojos burlándose.
“Parece que no has escuchado nada de lo que
dije. La Reina y sus invitados necesitan ser atendidos”.
Alysse
tiembla.
“¿La Reina…?”
La Señorita
Pía toma del brazo a Alysse y camina con ella.
En la aldea, Milun detiene su paso, llevando
un ramo de tulipanes rojos. Él observa con atención a la panadería, un pequeño
establecimiento situado en la esquina de una calle muy transitada.
Afuera de la panadería, una gran multitud
está reunida. Un cartel de madera indica que se está regalando pan fresco en
conmemoración de este día tan importante en la historia de Frezzia.
“No ha cambiado nada”, dice Milun.
Erasmo, dueño
de la panadería y padre de Nidia, algo viejo, de corta estatura, ejemplo de
esfuerzo por el sudor en la frente, se encuentra en la entrada entregando el
pan a los aldeanos.
Milun se acerca y echa un vistazo a la
panadería buscando a Nidia, pero no logra verla. Milun se da cuenta de que el
sol se está ocultando y decide esperar hasta que la panadería cierre.
En el Palacio Real, los Nobles se reúnen en
el centro de una sala grande decorada con filigrana de oro. Se le conoce como
el Salón de los Nobles.
La velada nocturna está acompañada por un
trío de violinistas quienes tocan un repertorio de música clásica. En el
estrado, sentada en una silla de respaldo tapizado, la Reina Beatriz mantiene
su mirada en el reloj de carrillón mientras sus manos frotan los brazos de la
silla.
Sentadas alrededor de la Reina, tres de las
mujeres más aristocráticas del reino la observan; sus sonrisas son pura
formalidad. La Dama Felicia, bella de por sí, de prominentes pómulos, luciendo
un estilizado capirote sobre su cabeza, empieza la conversación.
“Me imagino, qué difícil es tener que
adaptarse a todas estas formalidades”.
La Reina
Beatriz sonríe. Para su favor, ella también posee una excelente sonrisa falsa.
“Mi adorada amiga, no tienes idea de lo
feliz que soy. Considero una bendición el poder venir a Frezzia”.
La Dama
Eugenia, una voluminosa mujer que apenas logra respirar debido a su ajustado
vestido, sonríe con desdén. Ella observa de pies a cabeza a la Reina.
“Debe ser un importante logro para usted el
ser considerada como ícono de la moda de Frezzia”.
La Reina
sonríe y se le escapa una risa explosiva.
“Yo creo, modestamente, que has de estar
equivocada”.
Finalmente,
la Dama Clara, una diminuta mujer, vistiendo un bonete dividido, con una voz
chillona, añade:
“El Rey es muy afortunado por tenerte”.
A la Reina le
parece más importante el comentario de la Dama Clara. Con mirada decisiva,
dice:
“El Rey merece lo mejor. Y mi lugar es estar
a su lado”.
Las tres
mujeres se miran unas a otras como señal de satisfacción a la apropiada
respuesta de la Reina.
En la aldea, Milun continúa observando a la
panadería desde la calle del frente. Finalmente, el último comprador se despide
y Erasmo sale a recoger el cartel. Milun cree que ésta es su oportunidad para
ver a Nidia. Camina con cuidado hacia la entrada posterior de la panadería.
Observa la pequeña puerta y el balcón. Golpea la puerta pero nadie contesta.
Intenta nuevamente y oye los ligeros pasos que se acercan. La puerta se abre, y
Nidia, una hermosa doncella, de nariz perfecta y largo cabello rizado, rubio
platinado, permanece estupefacta frente a él. Su sorpresa es muy grande al ver
que Milun ha regresado.
Milun tampoco
puede ocultar su emoción ante Nidia.
En el
Palacio, Janice, la prima de la Reina, se acerca a la Reina. La Reina se
siente aliviada al ver a Janice que simpatiza con sus invitados y emplea la
etiqueta requerida.
“Siento que aquí todos sólo se dedican a
hablar de mí”.
“Muéstrales una gran sonrisa”, le responde
Janice.
La Reina
esboza una pequeña sonrisa.
“Mejor, aprende de mí”.
“Sólo evita que se acerquen”, responde la
Reina.
Janice toma
las manos de la Reina.
“Toda esta gente es ahora tu familia”.
La Señorita
Pía y Alysse entran al salón y hacen reverencia. Alysse sostiene una bandeja de
frutas. La Reina clava su mirada en las frutas a la vez que sus ojos se
agrandan.
“¡Alquequenjes! Al fin los encontraste”.
“Detesto cómo dejan las manos”, opina Janice.
La Reina
extiende su mano hacia la fruta, pero Alysse se paraliza al contemplar a la
Reina. La Reina mira a la Señorita Pía confundida.
“¡Oh, oh!, exclama la Reina.
La Señorita
Pía se voltea y le susurra a Alysse:
“La fruta…”.
Alysse
reacciona y extiende la bandeja hacia la Reina. Ella toma una tajada.
Alysse pide
disculpas usando una frase en otro idioma:
“Oh, M’rot”
La Reina
reconoce la frase de su lengua materna, Criztino, y gira hacia Alysse.
“¿Cómo es que conoces mi idioma?”.
La Señorita
Pía contiene la respiración y toma a Alysse del brazo.
“Su Majestad, Alysse es una criada nueva,
sólo está aquí…”
La Reina
levanta la mano.
“¡Deja que hable!”
La Reina
pregunta a Alysse nuevamente; esta vez en su lengua materna:
“¿Donher ys ec aprenle?
“Sy aprenle quen traworle tes matonelli”,
responde Alysse (“lo aprendí cuando servía para una familia”).
“Muy impresionante. Lo aprendió bastante
bien”, observa la Reina.
Janice
sonríe. Las otras Damas comienzan a murmurar entre sí.
“Se lo agradezco, Su majestad. Estoy aquí a
su disposición”, responde Alysse.
La Señorita
Pía chasquea sus dedos. Alysse hace reverencia y se lleva la bandeja.
La Reina, aún
sorprendida, gira hacia la Señorita Pía.
“Señorita Pía, me ha conseguido una muchacha
muy peculiar. Usted es una caja llena de sorpresas”.
La Señorita
Pía sonríe un poco más nerviosa.
En la panadería, Nidia mira impresionada a
Milun como si estuviera viendo un fantasma. Él permanece quieto en espera de un
cálido abrazo. Nidia reacciona lentamente.
“Has regresado. Lo veo y no lo creo”.
“Luces tan bella…”
Milun toma la
iniciativa y la abraza. Nidia descansa su cabeza sobre su pecho y recibe los
tulipanes.
“No sabes cuánto he anhelado este momento”, añade
Milun.
Nidia lo
mira.
“Recé por ti cada día”.
Milun toma el
rostro de Nidia.
“Durante días y noches, sólo deseaba
contemplar tu tierna mirada”.
Nidia baja la
mirada.
“Es una bendición que hayas regresado sano y
salvo”.
Milun la toma
por las caderas.
“Todo es gracias a ti. Pero mira qué belleza
de mujer”.
Milun trata
de besarla, pero Nidia retrocede.
“Mi padre puede venir. Es mejor que te
marches”.
Milun sonríe,
muy seguro de sí mismo.
“Tu padre debe saber de lo nuestro. Yo me
haré cargo”.
Nidia
devuelve los tulipanes a Milun.
“No es el momento oportuno. Hablaremos de
eso luego”.
“Pero ¿cuánto más necesitas?, hace más de un
año de mi partida”.
A Milun le da
hipo.
“¿Estuviste bebiendo?”, pregunta Nidia.
“Fue algo difícil tener que despedirme de
mis compañeros después de todo este tiempo”.
Nidia gira
los ojos, preocupada.
“Y ahora ¿qué harás?”.
“Uno de los amigos caídos poseía un barco en
el puerto. Me lo dejó a cargo. Se llama “La Rosa”.
“Te veré allí”, responde Nidia.
Nidia
retrocede y sostiene su puerta. Milun se le acerca y besa los labios de Nidia.
Nidia cierra la puerta sin hacer ruido. Milun baja la mirada.
En el Palacio, Alysse sirve pasteles a los
invitados con una enorme sonrisa. La Dama Felicia la mira con reproche y les
pregunta a sus amigas, las Damas Eugenia y Clara.
“¿No les parece que hay algo extraño en esta
criada?”
La Dama Clara
afirma con la cabeza.
“Posee un hermoso cabello”.
La Dama
Felicia pone los ojos en blanco.
“¡Es una Bordana!”
La Dama
Eugenia agranda los ojos,
“¿Una Bordana, aquí, en el Palacio?”
La Dama
Felicia asiente y mira nuevamente a Elysse.
“Hasta me di cuenta que habló con la Reina
en otro idioma. Se dice que los Bordanos aprendieron muchas de estas lenguas
extranjeras”.
Clara levanta
sus cejas y toma la palabra:
“Después de la Guerra Civil se supone que
también gozan de los mismos derechos”.
Felicia ríe y
dice:
“Un Bordano será siempre un Bordano”.
La Reina
ondea su mano llamando a Alysse. Ella se le acerca y le hace reverencia.
“Dígame, Su Majestad.
La Reina le
señala hacia Janice.
“Ella es Janice, mi prima”.
“¡Qué placer conocerla, señora!”, inclinando
la cabeza.
“No sabía que estuviera casada”, sonríe
Janice.
“Perdóneme señorita, no es mi intención…”
“Descuida. Sigo impresionada. No hay mucha
gente en este reino que hable nuestro idioma”, comenta Janice
Alysse ríe de
oreja a oreja.
“Se me ha olvidado mucho. Me gustaría poder
practicarlo más”.
La Reina está
feliz de oír eso.
“Puedes practicar con nosotras; de lo
contrario también lo olvidaré”.
La Reina se
ríe. Alysse se da cuenta que la bandeja está vacía.
“Permítanme ofrecerles unas bebidas. Vuelvo
en seguida”.
Alysse hace
reverencia y se retira del Salón.
“No hay duda alguna, Alysse tiene algo que
las otras doncellas no tienen”, opina la Reina.
Janice se
inclina hacia la Reina.
“Y ¿a qué se debe? Hasta ahora ninguna de
las otras te han gustado”.
“Tengo una gran idea”, la Reina sonríe.
Milun llega al puerto y camina a lo largo de
un muelle de madera rodeado de mar por ambos lados. Un grupo de borrachos aún
celebran el final de la guerra, pasándose entre ellos una jarra de cerveza.
Milun observa la amplia variedad de embarcaciones y se acerca a uno de los
marineros, un viejo hombre de barba descuidada.
“¿Podría decirme, cuál es “La Rosa”?,
pregunta Milun.
El marinero
fija su mirada en el uniforme de Milun
“¿Es usted un soldado?”
“Sí, participé en la guerra”.
El marinero
extiende su mano hacia “La Rosa”, una pequeña carraca de tres mástiles. Milun
contempla el navío.
“Ha permanecido sin uso durante años”.
“Está en mejor condición de lo que me había
imaginado”, observa Milun.
“Algunos de nosotros hemos cuidado de ella”.
“Qué bueno, ahora yo estaré a su cargo”.
El marinero
mira sorprendido a Milun.
Milun extrae
una carta de su bolso y se la entrega.
“Vladi fue un hombre muy valiente. Por
desgracia fue gravemente herido y murió, ya hace unos meses”.
El marinero
observa la carta.
“Me lo imaginé. Vi mucha gente partir y
muchos no regresaron”.
“¿Cuánto le debo?”, pregunta Milun.
“No hace falta, señor. Tómelo como una forma
de agradecimiento”.
Milun le
entrega dos monedas de oro.
“Sé que no es mucho, pero hágame el favor de
recibirlo.
El marinero
esboza una sonrisa.
En la cocina del Palacio, Alysse coloca
varias bebidas en su bandeja. Sharize se le acerca.
“Espero que no hayas tenido problema alguno.
Cuando termines debo mostrarte tu habitación”.
“Logré ver a la Reina. Incluso me dirigió la
palabra en dos oportunidades”, sonríe Alysse.
“¡Qué maravilla!, Y ¿qué piensas de ella?”
Alysse junta
sus manos y eleva la mirada.
“La Reina es tan adorable. Sentí como si
tuviera un aura de elegancia a su alrededor”.
Una de las
criadas, Yllia, una mujer de mirada déspota, estrecha cintura y voluptuoso
cuerpo, interrumpe la conversación.
“Qué equivocada que estás. Una niña
caprichosa es lo que es”.
Alysse no
puede ocultar su sorpresa ante los comentarios negativos contra la Reina.
“Esa no es la forma correcta de referirse a
Su Majestad”.
Yllia se ríe
y aprieta los labios.
“Y ¿qué puedes hacer tú?”
Alysse la
mira desafiante.
“Te enseñaré buenos modales”.
Sharize se
coloca en medio de ellas.
“Yllia, todo esto es un malentendido”.
“Parece que esta muchacha no tiene ni la
menor idea”.
Yllia toma
una bandeja y se marcha. Sharize gira hacia Alysse.
“Sucede que desde tu llegada, la Reina ha
rechazado a todas sus Damas de honor”.
Alysse con una
sonrisa sarcástica menea la cabeza.
“Pero si todas son como Yllia, estoy de
acuerdo con la Reina”. Sharize sonríe.
A bordo de “La Rosa”, Milun permanece de pie
en la cubierta. Contempla el ir y venir de la marea baja.
“Finalmente ya estoy de vuelta”, se dice a
sí mismo.
Milun
desabrocha una cantimplora de su cinturón y bebe de ella.
“Y ahora, sí podré hacer mi vida al lado de
Nidia”.
En el Palacio, la Reina Beatriz sonríe a sus
invitados. Ella le pregunta a Janice:
“Me encantaría saber tu opinión acerca de
los Caballeros de Frezzia”.
Janice sonríe
y baja la mirada.
“Pero si yo no pienso en eso. Mi prioridad
es estar a su lado”.
Alysse se
acerca y les ofrece bebidas. La Reina le sonríe
“Y tú, ¿hay algún Caballero que te corteja?”
Alysse
pestañea, sorprendida.
Janice se
cubre la boca en señal de asombro.
“No por ahora, Su Majestad”, responde
Alysse.
“Pero tengo la esperanza que algún día pueda
conocer a un Caballero en un blanco caballo alado”, agrega.
La Reina y
Janice se parten de risa.
“Quién sabe, pueda que no sea sólo un cuento
de hadas”, observa la Reina.
La Señorita
Pía entra al Salón y observa a Alysse platicar con la Reina. Se acerca y dirige
su mirada hacia Alysse.
“La Reina necesita atender a sus invitados”.
“Sí, señorita”. Alysse hace reverencia y se
aleja.
La Señorita
Pía se arrodilla ante la Reina y agacha la cabeza.
“Su Majestad, le prometo encontrar mejores
sirvientes”.
“Envïe a Alysse a mis aposentos”.
“¿A sus aposentos?”.
La Señorita
Pía respira apresurada:
“Ella no está lista para…”
La Reina
levanta la mano.
“Entonces será su obligación asegurarse de
que esté lista”, responde la Reina.
La Señorita
Pía baja la mirada.
“Sí, Su Majestad.
A bordo de “La Rosa”, Milun observa la luna.
Oye pasos en la cubierta y voltea. La inesperada visita de Nidia lo deja
boquiabierto.
“Pero qué agradable sorpresa”
Nidia sonríe
y se le acerca.
“Esperé hasta que mi padre se acueste. No
había otra forma”.
Nilun
acaricia el rostro de Nidia.
“No debes andar sola de noche; puede ser
peligroso”.
Nidia apenas
le sonríe mientras observa a su alrededor.
“Es un hermoso barco. Me alegro por ti”.
Milun la
abraza.
“También te pertenece”.
Milun intenta
besarla, pero Nidia lo detiene. A Milun le parece extraño.
“¿Qué sucede, hay algo que no quieres
decir?”
Se miran entre
sí durante un largo momento. Luego Nidia solloza.
“Lo siento. Ya estoy comprometida”.
Milun se
paraliza con la noticia.
En el Palacio, la Reina Beatriz simpatiza
con sus invitados. Las puertas se abren y varios soldados con uniforme azul se
ubican a los costados. El Rey Aidan entra
y todos los invitados se inclinan.
Detrás del Rey, hace entrada su séquito.
Entre ellos el Amo Columbio, considerado como “el brazo derecho del Rey”, y sus
Caballeros, el Duque de Amici, el Barón de Molina y el Conde Di pace. Y para
finalizar, hace ingreso el Capitán
Daugherty, a cargo de la seguridad del Rey y líder de los soldados
azules.
El Rey se acerca a la Reina con una sonrisa
deslumbrante.
“¿Disfrutas de esta agradable velada,
querida?”
Los ojos de
la Reina brillan de emoción.
“Mucho más ahora con su presencia, mi Rey”.
El Rey toma
la mano de la Reina y la besa.
“La Corte está muy impresionada con vuestra
imponente postura frente a la gente”.
La Reina
sonríe y acaricia la mano del Rey.
“Soy yo la que está muy agradecida por todo
el apoyo recibido”.
“Me encargaré que se haga como gustes”,
responde el Rey
“Poder disfrutar de la compañía de mis
primos en Palacio era mi deseo más anhelado”.
La Reina
sonríe.
Entre los presentes, el Monseñor Blanco,
representante del clero en el Palacio, un hombre encantador de abundantes
cejas, en una túnica plateada, observa con satisfacción la demostración de amor
entre ellos.
El Canciller Duque Gian de la Motte II,
primo del Rey, un hombre delgado, de ojos hundidos y manos nerviosas, se acerca
al Monseñor. Tiene una barba de aguja ya casi blanca y viste un jubón de cuero
a rayas. El Duque le ofrece al Monseñor una copa de champán.
“¿Brindamos por la armonía y la paz en el Reino?”
El
Monseñor rechaza la bebida moviendo su
mano.
“Yo celebro de otra manera”.
El Duque
sonríe y bebe las dos copas a la vez.
El Amo Columbio, un hombre de complexión
robusta, vistiendo una fina chamarra de piel, proyecta su mirada sobre Janice y
evita los saludos de los invitados mientras sus ojos la siguen como abejas a su
panal.
El Capitán Daugherty, un hombre de origen
humilde pero de gran rango debido a su esfuerzo, con uniforme azul bordado con el escudo de Frezzia,
se acerca al Amo Columbio. Él tiene la barba recortada y una profunda cicatriz
en el rostro.
“Seguro ni se cruzaba por tu mente tener que
organizar esta ceremonia tan pronto”.
Columbio se
ríe y lanza su pesado brazo sobre los hombros de Daugherty.
“Al fin tienes la razón, amigo mío. Y aún me
sorprende el decirlo”.
“¿Te diste cuenta cómo lucían esos soldados
en el patio? Ellos sí son los verdaderos hijos de Frezzia”, opina Daugherty.
“Estoy seguro de que el Capitán Donoch tiene
una fiesta para ellos”.
“Lo que necesitan ahora es un trabajo.
Pienso que algunos podrían formar parte de mi grupo de soldados”.
Columbio
piensa al respecto.
“Me parece bien. Ahora, si me disculpas, me
parece haber visto a una damisela en apuros”.
Daugherty se
ríe.
Columbio se
acerca a Janice. Ella lo observa, sorprendida.
“Qué placer es poder presenciar la felicidad
de mi Rey”.
Janice sonríe
nerviosa.
“En ese caso, compartimos el mismo
sentimiento”.
“No hay duda alguna, la Reina Beatriz es
toda para él”.
Janice se
ríe.
“Os aseguro que la Reina está agradecida con
vuestro comentario”.
Columbio ríe.
“Espero ansioso el poder visitar su Reino
algún día. Parece que Crystland está lleno de mujeres encantadoras”.
Janice se
sonroja.
“Pienso que habrá oportunidad si ellos lo
deciden.
“Y qué mejor con la ayuda de una hermosa
guía, dispuesta a mostrarme lo mejor de su reino”.
Janice
asiente con la cabeza.
“Espero no lo olvide; he tomado su palabra”.
Janice hace
reverencia a la vez que Columbio le guiña.
En “La Rosa”, Milun no puede creer lo que
Nidia le acaba de decir,
“¿Comprometida, con quién?”, pregunta Milun.
Nidia se da
vuelta.
“Y eso ¿qué importa?”
Milun la toma
del brazo.
“Vamos, ten el valor de decírmelo”.
“No es culpa mía. Yo no sabía si regresabas
o no”.
Nidia
acaricia el hombro de Milun.
“Pero, ya estoy aquí. Y es mejor que me
digas quién es”, grita Milun
Nidia teme confesar la verdad.
“Ya es demasiado tarde. Me casaré en unas
semanas”.
Milun queda consternado con sus palabras.
“Creo que es mejor para ambos dejar de
vernos”, agrega ella.
“Si esta es la recompensa que merezco,
preferiría estar muerto”.
“En verdad me alegra verte con vida. Y es mi
deseo que logres encontrar tu felicidad”.
“Cada
batalla que luché, cada ejército que vencí, lo hice por ti”.
Nidia se da
vuelta y se marcha.
“¿Y tú lo amas”, grita Milun.
Nidia sigue
caminando sin responderle.
En la cocina del Palacio, Alysse coloca las
bebidas en una bandeja.
La Señorita
Pía se acerca.
“Ya hay muchos sirvientes a cargo del Salón,
ahora”, dice la señorita.
Alysse
continúa colocando las bebidas.
“Esta bandeja está lista. La Reina y sus
invitados me necesitan”.
La Señorita
Pía le quita la bandeja.
“A eso me refería. Tu comportamiento ante la Reina me ha decepcionado por
completo”.
Alysse agacha
la cabeza.
“Le prometo que no volverá a suceder. Me
quedé impresionada con su belleza y sentí que no podía moverme”.
“Además tuviste el descaro de dirigirte a la
Reina de una manera indebida. Definitivamente, no estás lista aún”.
Alysse la
mira entristecida.
“Sólo trataba de ser amable. Me pareció que
la Reina disfrutaba al conversar conmigo en su idioma”.
La Señorita
Pía le da una mirada fulminante.
“¿Disfrutaba? Vergüenza es lo que ella
sintió delante de sus invitados”.
“En verdad lo siento. Tendré más cuidado
ahora”.
“Debes entender que la manera de dirigirse a
la Reina es muy distinta a la del trato
a los sirvientes. Ahora ve y cámbiate”.
La Señorita
Pía se marcha.
En el Salón de los Nobles, los músicos tocan
algunas sonatas. El Rey Aidan y sus Caballeros continúan brindando por la paz.
Una muchacha coqueta, con un suave movimiento de sus caderas se dirige hacia la
salida de la habitación. La mirada del Rey se abre paso entre las cabezas de
los invitados persiguiendo el atractivo caminar de esta misteriosa doncella. El
Rey le informa al Capitán Daugherty de su repentina decisión de abandonar el
Salón sin seguridad alguna.
Daugherty
parece entender la situación y termina su bebida.
Janice se
acerca a la Reina. Ella le sonríe.
“Parece que has disfrutado plenamente al
conversar con el Amo Columbio”.
Janice ríe.
Ella sabe cómo es su prima de ocurrente.
“Debes saber que para él, el Rey es el
hombre más afortunado del mundo y todo se lo debe a ti”.
La Reina ríe y observa al Amo Columbio, quien conversa con los invitados.
“Parecía hipnotizado por ti”.
Janice gira
sus ojos y suspira.
“¿Me pareció verte agotada?”
“Es tarde. Ya ni sé quién es el que está a
cargo de llevarme a mis recámaras”.
“Estoy segura que la Señorita Pía no tarda
en venir”.
La Reina
niega con la cabeza.
“El Rey será quien lo haga”.
La Reina y
Janice buscan al Rey sin éxito alguno.
“Seguro está ocupado con sus Caballeros”,
opina Janice.
“Entonces me retiraré sin que nadie se dé
cuenta. Por favor, informa a todos los invitados de mi partida en unos
minutos”.
La Reina se pone de pie y sale por una
habitación contigua, el Salón de las Diosas. Sobre un sofá de moldura de
madera el Rey besa a la bella muchacha
que vio hace unos momentos. La Reina los observa perturbada.
La Reina sale
de la habitación, incapaz de contener las lágrimas. El Monseñor Blanco se
acerca y le da un pañuelo.
“Su Majestad, ¿qué le ocurre?”
La Reina
niega con la cabeza.
“No tiene importancia. A veces me invade la
nostalgia”.
“Espero sepa que cuenta conmigo para todo”.
“Ya habrá momento, Su Excelencia”.
La Reina se
aleja. El Monseñor la persigue con su mirada.
En su habitación, Alysse yace en su cama.
Ella escribe una letra con su mano izquierda.
“Querida tía, ni te imaginas lo feliz que me
siento. Vivir en el Palacio es como vivir en uno de mis sueños. ¿Me creerías si
te digo que pude conocer a la Reina…?”
Al siguiente
día, en un amplio y elegante decorado salón conocido como la Cámara del Consejo
Real, el Rey Aidan se encuentra sentado sobre un estrado de mármol. A su
alrededor, los miembros de la Corte permanecen sentados en sillas de alto
respaldar. Retratos enmarcados de los actuales y anteriores miembros adornan
las paredes.
En el centro de la habitación, el General
Riot, un hombre cuya barba se extiende a lo largo de su cuello, coloca sus
manos sobre un podio. Viste un jubón que hace buena combinación con sus cortos pantalones.
“Temo informar que los gastos producidos por
la guerra han originado un par de protestas en algunas aldeas del norte”, dice
él.
El Rey golpea
con sus dedos sobre el brazo de su asiento.
“¿Acaso están de lado de nuestros
enemigos?”, pregunta el Rey.
“Varios de ellos exigen una reducción de sus
tributos”, responde el General Riot.
El Amo
Columbio toma la palabra:
“Nuestro Canciller, el Duque de la Motte es
el encargado de evaluar el diezmo. Él nos debería proporcionar un óptimo
resultado”.
El Monseñor
Blanco se pone de pie.
“Si no me equivoco, en este momento el
Canciller se encuentra en una reunión con los representantes de estas aldeas”.
“El Canciller cree que son sólo excusas. Se
ha encontrado numerosa propaganda y es evidente que no buscan un acuerdo”,
opina Riot.
Columbio no
parece satisfecho con el comentario del Monseñor.
“Quizás sea necesario traerlos a la Asamblea General”.
“Pero ya no hay más lugar en la agenda”,
responde Riot.
“De alguna manera necesitamos oír sus
quejas”, grita Columbio.
El Rey se
levanta.
“Le doy la razón al Amo Columbio. Considero
muy importante mantener el bienestar en el Reino. Columbio, ¿podrías ayudar al
Duque en este asunto?”
Columbio
afirma con la cabeza.
El Rey sale
de la habitación. El Capitán Daugherty y sus soldados azules lo esperan en el
pasadizo.
El Monseñor
se acerca al Rey.
“No hay necesidad de preocuparse, Su
majestad. Ya verá que no es más que una prueba a la soberanía del Reino”.
El Rey agacha
la cabeza.
“Y yo que pensaba que todo había terminado”.
En la Cámara,
Columbio se acerca al General Riot.
“Exijo un informe detallado de lo
investigado”.
El General
Riot le entrega una pila de papeles. Columbio lee al azar.
“Te recomiendo que tomes asiento”, dice
Riot.
“Pero esto es el colmo. Veo que los
impuestos ya son casi el doble”.
No es ninguna
sorpresa para Riot.
“El Duque ya ha expresado que no se puede
hacer nada de la noche a la mañana”.
Columbio
golpea los papeles en el podio.
“Los gastos de la guerra terminaron con la
última campaña. Ahora ya no hay justificación para estos excesivos intereses”.
El Monseñor
se acerca a Columbio.
“Mantén la calma. Ya pronto el Duque de la
Motte tendrá oportunidad de explicarnos”.
Columbio
observa al Monseñor. El Almirante Guiness se ríe.
“Parece que me perdí de toda la diversión al
viajar”, dice Guiness.
En la aldea de Chandler, Milun vigila la
entrada de la panadería. Milun deseoso de intentar convencer a Nidia de su
error, está dispuesto a presentarse a Erasmo. En eso un carruaje tirado por
caballos, decorado con hojas de oro se detiene en la entrada de la panadería.
Milun sorprendido, retrocede.
En las recámaras de la Reina, Janice se
pincha por accidente con una aguja mientras borda. Pequeñas gotas de sangre
caen sobre las doradas sábanas de la cama adosada. Ella toma un pañuelo y logra
limpiarla antes de que se expanda.
La Reina
Beatriz apoya su frente contra la ventana. Lágrimas caen por su rostro mientras
gotas de lluvia golpean el otro lado del cristal.
Alysse
aparece en la entrada de las recámaras, vistiendo el uniforme de servicio y con
una bandeja de pasteles.
“Sé cómo se siente. Seguro es por su
familia”, dice ella.
La Reina
pretende no haberla escuchado. Alysse deja la bandeja sobre una mesa y se
dirige hacia la puerta, pero la voz de la Reina hace que se detenga.
“En verdad extraño el poder presenciar cómo
los agapanthus florecerían afuera de mi ventana”.
La Reina
señala a Janice uno de los armarios. Janice toma unos cuantos vestidos y los
extiende sobre la cama.
Alysse
fascinada, observa los vestidos.
“¡Qué belleza!”
Alysse fija
su mirada en un vestido rojo. La Reina la observa.
“Ahora que he decidido tomarte como mi Dama
de honor, tendrás que vestirte de acuerdo a la ocasión”.
Alysse niega
con la cabeza.
“Es mi deseo que los tomes”, agrega la
Reina.
“Pero… no puedo…no sería apropiado”.
“¿Piensas que lo decidido es incorrecto?”,
pregunta la Reina.
Alysse contiene la respiración.
“Yo soy la Reina, querida. Y decido lo que
es correcto”.
Janice sonríe
mordiendo el pastel a la vez que Alysse se retuerce de los nervios.
“Todos pasamos por eso. La Reina en verdad
disfruta de tu compañía”.
Alysse
balbucea sin éxito alguno. Janice le ofrece un croissant.
“Quizás te haga falta. Insisto”.
Alysse mira a
la Reina, confundida.
“Su Majestad, yo…yo…”
“Deja de preocuparte y disfruta”, responde
la Reina.
Alysse no
puede contener las lágrimas. Eleva la mirada.
Janice toma
el vestido rojo
“Pienso que lucirás muy bella en el baile con
éste”.
“¿Baile?”
“Sí, pero qué lástima que aquí sean tan
lentos”, añade Janice.
Alysse,
descontrolada, sacude su cabeza y parte del pastel sale disparado de su boca.
“No puedo. No sé. Yo no podría…”
Janice gira a
Alysse frente al enorme espejo y mantiene el vestido rojo sobre ella. Alysse
asombrada, observa su reflejo.
La Reina y
Janice sonríen mientras las lágrimas de Alysse se esparcen por su rostro.
“No sabe cuánto se lo agradezco”.
Janice le alcanza
un pañuelo.
“A propósito, la Reina desea incluir en el
baile algunas melodías que sean un poco más populares”.
Alysse
sonríe.
“Pero yo nunca he asistido a un baile. No
podría ayudarla”.
La Señorita
Pía observa desde la puerta.
“Aunque ahora recuerdo, mi tía me enseñó
hace mucho una mascarada”, agrega Alysse.
La Reina se
emociona al escuchar esa palabra.
“¿Qué es una mascarada?”, pregunta Janice.
Alysse
sostiene el vestido rojo y se mueve de lado a lado.
“Es una danza mágica, todos llevan máscaras
y sombreros de pluma.
Como esta noche no hay ninguna. Toma
mi mano, bailemos de lado.
Oh ya son dos, ¿te hace falta
maquillar?
No dejes de soñar, nos veremos en el
altar”.
La Reina y
Janice quedan fascinadas con las palabras de Alysse.
La Señorita
Pía entra y hace reverencia.
“Se te necesita en la cocina”.
Alysse deja
caer el vestido rojo sobre una silla y hace reverencia.
“Pero llévalo contigo. Y también los otros”.
Janice coloca
el montón de vestidos en los brazos de Alysse.
Alysse evita
mirar la cara de la Señorita Pía y se retira. La Señorita aún sorprendida se
arrodilla frente a la Reina.
“Su Majestad, le pido disculpas por el
comportamiento de esta criada. Haré que ella regrese los vestidos cuanto
antes”.
Alysse es mi
Dama de honor. Yo le pedí darles uso y ahora es su deber tenerlos”.
La nariz de
la Señorita Pía parece un volcán a punto de estallar.
“Su Alteza, es usted muy amable. Debo
recordarle que todo el servicio debe
vestir el uniforme indicado”.
La Reina le
clava la mirada.
“¿Pero es que nadie comprende que soy yo la
que decide?”
La Señorita
Pía agacha la cabeza, llena de rabia.
“Voy a discutir este cambio con el Amo
Columbio”, agrega la Reina.
En la panadería, la puerta del carruaje se
abre y el Canciller Duque de la Motte baja con cuidado. Toma un momento para
arreglarse la barba. Erasmo corre hacia él, con los brazos extendidos.
“Señor mío, es un honor verlo por aquí”.
El Duque lo
mira de pies a cabeza.
“No tengo mucho tiempo. Quiero ver a su
hija”.
Erasmo
asiente.
“Nidia ha preguntado todo el día por usted”.
Erasmo y el
Duque ingresan a través de un arco de piedra. Llegan a una amplia habitación
que cuenta con un horno de ladrillo empotrado. Numerosas canastas llenas de
todo tipo de pan se encuentran ubicadas a lo largo de una mesa.
Erasmo toma
una de las canastas y se la da al Duque.
“Esta es mi nueva creación. La guardé sólo
para usted”.
El Duque de
la Motte sonríe.
Nidia baja
por las escaleras. Ella viste un largo camisón.
“Mi pequeña flor, luces tan bella”, dice el
Duque.
El Duque besa
la mano de Nidia y le entrega un pequeño cofre.
Nidia, muy
emocionada lo abre y encuentra un collar de oro.
“Su Excelencia, qué precioso collar”.
El Duque
coloca el collar alrededor del cuello de Nidia.
“Ahora
luce más hermoso en ti”.
“Es usted un hombre muy generoso”.
Milun observa
desde una de las ventanas. El rostro del Duque le parece muy familiar.
Nidia besa
los labios del Duque y él la toma de las caderas.
Milun se
siente devastado al presenciar las acciones de Nidia.
Milun se da
vuelta y observa el carruaje dorado.
“Tanta elegancia y riqueza, ¿dónde lo he
visto? Ya recuerdo; este hombre es uno de los integrantes de la Corte Real”,
piensa él.
En su
habitación, Alysse extiende los vestidos sobre su cama.
“No puedo creer que ahora me pertenezcan”.
La Señorita
Pía entra con una mirada fulminante.
“Deberías estar avergonzada”.
Alysse
observa sorprendida a la Señorita Pía.
“¿Y qué hice ahora?”
“La Reina ignora completamente las reglas de
esta Corte, así que, quítate esa idea porque no usarás ninguno de estos
vestidos”.
“Pero tengo orden de la Reina. Me dijo que
al ser su Dama de honor, era necesario usarlos”.
“A mí no me engañas. Cuando te viste frente
al espejo ¿no te diste cuenta del
ridículo que hacías?”
La Señorita
Pía se ríe.
“Ellas me obligaron, créame”.
La paciencia
de la Señorita Pía llega a su límite.
“Pero sí ya sabía yo. Jamás debí permitir
que entraras. Es por eso que nunca he querido trabajar con Bordanos”.
La Señorita
Pía sale de la habitación. Alysse se siente ofendida al escuchar la palabra
“Bordano”, que hace referencia a su origen étnico. Alysse solloza sin control
sobre su cama.
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