Lima, la ciudad de los
Reyes --aquella ciudad cuya “dulzura de
un verano inalterable” deleitaba tanto el corazón de Pizarro, centro colonial
de la política, la cultura, el comercio y la riqueza – esta Lima se ha hecho
mundialmente famosa por su elegancia, su belleza y por las interesantes
personalidades que han contribuido a una gloriosa historia.
Paradójicamente, sin embargo, el renombre
mundial ha venido a esta gran capital
--en gran parte – por medio de alguien que se retiraba en silencio y
oración de todo el esplendor de la vida capitalina y se dedicaba a unas
austeridades personales y abnegadas obras de caridad.
Esta persona –una mujer, Isabel Flores de
Oliva, nacida en el año 1586 – vivió solamente 31 años en el ambiente limeño,
pero desde su muerte en el año 1617, la ciudad se ha identificado tanto con su
nombre que no se pronuncia el uno sin mencionar al otro.
Santa Rosa de Lima -a quien honramos hoy (30 de agosto) como
Patrona de las Américas-- fue contemporánea de San Martín de Porres, Santo
Toribio de Mogrovejo y del Beato Juan Masías; inspirada por el ejemplo de Santa
Catalina de Siena, se convirtió en una dominica terciaria, dedicando su vida a
la búsqueda de la intimidad con Dios y al alivio de los menos favorecidos de su
alrededor.
Leyendo su vida, estamos quizá inclinados a
cierta incredulidad en cuanto a su austeridad personal o a una severa crítica
de sus excesivas penitencias. Sus ayunos, sus prolongadas horas de retiro y
oración, los sufrimientos impuestos y aceptados con una inexplicable alegría no
nos parecen realizados por una simpática mujer de personalidad tan atrayente.
Con todo, la celebrada Patrona de las
Américas vive por todos los tiempos como ejemplo de una persona que pudo vivir
en un mundo superficial y semipagano y, por la profundidad de su amor y la
fuerza de su voluntad, alcanzar los más altos grados de una experiencia
mística.
Mientras que no pretendemos imitar sus
excesos de santidad –ni aprobamos para todos su camino hacia Dios, particularmente
en este siglo en que estamos convencidos de expresar la devoción religiosa de
una manera más humana y ordinaria—apreciamos la gran santidad de Rosa de Santa
María y le pedimos su bendición sobre las Américas y de manera especial sobre
esta capital.
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