domingo, 28 de agosto de 2016

SANTA ROSA DE LIMA / Padre VICENTE



Lima, la ciudad de los Reyes  --aquella ciudad cuya “dulzura de un verano inalterable” deleitaba tanto el corazón de Pizarro, centro colonial de la política, la cultura, el comercio y la riqueza – esta Lima se ha hecho mundialmente famosa por su elegancia, su belleza y por las interesantes personalidades que han contribuido a una gloriosa historia.

   Paradójicamente, sin embargo, el renombre mundial ha venido a esta gran capital  --en gran parte – por medio de alguien que se retiraba en silencio y oración de todo el esplendor de la vida capitalina y se dedicaba a unas austeridades personales y abnegadas obras de caridad.

   Esta persona –una mujer, Isabel Flores de Oliva, nacida en el año 1586 – vivió solamente 31 años en el ambiente limeño, pero desde su muerte en el año 1617, la ciudad se ha identificado tanto con su nombre que no se pronuncia el uno sin mencionar al otro.

   Santa Rosa de Lima  -a quien honramos hoy (30 de agosto) como Patrona de las Américas-- fue contemporánea de San Martín de Porres, Santo Toribio de Mogrovejo y del Beato Juan Masías; inspirada por el ejemplo de Santa Catalina de Siena, se convirtió en una dominica terciaria, dedicando su vida a la búsqueda de la intimidad con Dios y al alivio de los menos favorecidos de su alrededor.

   Leyendo su vida, estamos quizá inclinados a cierta incredulidad en cuanto a su austeridad personal o a una severa crítica de sus excesivas penitencias. Sus ayunos, sus prolongadas horas de retiro y oración, los sufrimientos impuestos y aceptados con una inexplicable alegría no nos parecen realizados por una simpática mujer de personalidad tan atrayente.

   Con todo, la celebrada Patrona de las Américas vive por todos los tiempos como ejemplo de una persona que pudo vivir en un mundo superficial y semipagano y, por la profundidad de su amor y la fuerza de su voluntad, alcanzar los más altos grados de una experiencia mística.

   Mientras que no pretendemos imitar sus excesos de santidad –ni aprobamos para todos su camino hacia Dios, particularmente en este siglo en que estamos convencidos de expresar la devoción religiosa de una manera más humana y ordinaria—apreciamos la gran santidad de Rosa de Santa María y le pedimos su bendición sobre las Américas y de manera especial sobre esta capital.

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