Con la caída del muro de Berlín en 1989 y el
socialismo que hacía el contrapunto (independientemente de sus graves errores
internos), el capitalismo terminó ocupando todos los espacios en la economía y
en la política. Con la llegada al poder de Margaret Thatcher en Inglaterra y de
Ronald Reagan en Estados Unidos, la lógica capitalista adquirió libre curso:
liberalización completa de los mercados con ruptura de todos los controles,
introducción del estado mínimo, de las privatizaciones y de la competencia sin
fronteras.
La llamada “mundialización
feliz” no fue tan feliz.
El premio Nobel de economía,
Joseph Stigliz, pudo escribir en 2011: «solamente el 1% de los más ricos hacen
funcionar la economía y todo el planeta en función de sus intereses» (“Of the 1%
by 1%” en Vanity Fair, mayo 2011). En razón de esto, uno de los mayores
multimillonarios, el especulador Warren Buffet se vanagloriaba: «sí, la lucha
de clases existe, pero mi clase, la de los ricos, es la que dirige la lucha y
la estamos ganando» (Entrevista en la CNN de 2005).
Sólo que todos esos
adinerados nunca incluyeron en sus cálculos el factor ecológico, considerando
los límites de los bienes y servicios naturales como externalidades
despreciables. Esto ocurre también en los debates económicos en nuestro país,
retrasado en esta cuestión, con excepción de algunos pocos como L. Dowbor.
Al lado de la hegemonía
mundial del sistema del capital, crecen por todas partes revoluciones
silenciosas. Son grupos de base, científicos y otros con sentido ecológico que
están ensayando alternativas a este tipo de habitar el planeta Tierra. De
continuar estresando sin piedad a la Tierra, esta podría cambiar y provocar un
desequilibrio capaz de destruir gran parte de nuestra civilización.
En un contexto así de dramático
surgió un movimiento llamado “Los convivialistas” que reúne por ahora a más de
3200 personas de todo el mundo (véase www.lesconvivialistes.org). Buscan vivir
juntos (de ahí convivialidad), cuidando unos de otros y de la naturaleza, no
negando los conflictos, sino haciendo de ellos factores de dinamismo y de
creatividad. Es la política del gana-gana.
Cuatro principios sustentan
el proyecto: el principio de la común humanidad. Con todas nuestras
diferencias, formamos una única humanidad, a mantener unida.
El principio de la común
socialidad: el ser humano es social y vive en varios tipos de sociedades, que
deben ser respetadas en sus diferencias.
El principio de
individuación: aunque siendo social, cada cual tiene derecho a afirmar su
individualidad y singularidad, sin perjudicar a los demás.
El principio de la oposición
ordenada y creadora: los diferentes pueden oponerse legítimamente, pero
teniendo siempre cuidado de no hacer de la diferencia una desigualdad.
Estos principios implican
consecuencias éticas, políticas, económicas y ecológicas que no cabe detallar
aquí.
Lo importante es empezar: a
partir de abajo, con el bio-regionalismo, con las pequeñas unidades de
producción orgánica, con la generación de energía a partir de los desperdicios,
con sentido de autolimitación y de justa medida, viviendo un consumo frugal y
compartido entre todos. Las revoluciones silenciosas están acumulando energía
para, en un momento determinado de la historia, poder hacer la gran
transformación.
Hoy es importante acentuar
la convivialidad porque actualmente hay muchos que ya no quieren vivir juntos.
La convivialidad como
concepto fue puesta en circulación por Ivan Illich (1926-2002) con su libro La
convivialidad (1975). Illich fue uno de los grandes pensadores proféticos del
siglo XX. Austriaco, vivió gran parte de su vida en las dos Américas. Para él
la convivialidad consiste en la capacidad de hacer convivir las dimensiones de
producción y de cuidado; de efectividad y de compasión; de modelado de los
productos y de creatividad; de libertad y de fantasía; de equilibrio
multidimensional y de complejidad social: todo para reforzar el sentido de
pertenencia universal.
La convivialidad pretende
ser también una respuesta adecuada a la crisis ecológica. Ella puede evitar un
real crush planetario.
Habrá un nuevo pacto natural
con la Tierra y social entre los pueblos. El primer párrafo del nuevo pacto
será el sagrado principio de la autolimitación y de la justa medida; después,
el cuidado esencial de todo lo que existe y vive, la gentileza con los humanos
y el respeto a la Madre Tierra.
Es posible organizar una
sociedad buena, una Tierra de la buena-esperanza (Sachs y Dowbor) en la cual
las personas prefieren cooperar y compartir en vez de competir y acumular
ilimitadamente.
Leonardo BOFF/29 de julio-16
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