Santo Domingo de Morropón / Aldo
DE: ORACIONES SIGLO XX
“JÓVENES AL SOL”
Señor:
Muchos se meten con la juventud de nuestros días. Y en
cierto sentido no les falta razón. Son demasiado nombres unidos a la edad
juvenil, que suenan a rebeldía y náusea. Pero no podemos generalizar. La
mayoría de los jóvenes no son así.
Por eso, Señor, me he alegrado al recibir un “Credo de la
juventud”, que voy a leerte, como oración de
esperanza:
“Creo en un joven, cuyos afanes se forjan en el esfuerzo
de comprar un piso a su madre.
Creo en un joven portero que, en virtud de un alto
sentido de responsabilidad, llora en Irlanda porque ha metido un gol en su
propia meta.
Creo en un joven montañero que, solo, durante la noche y
en la cumbre nevada de un monte, vela el cadáver de su acompañante.
Creo en un joven que se arrodilla en una plaza de toros y
pide perdón por un antiguo gesto de desprecio.
Creo en un joven que, en White City, vierte unas
lágrimas -no de ira, sino de pena –sobre
su raqueta vencida.
Creo en un joven que afirma, con palabras de su alma, que
no cambia por la fortuna más fabulosa la paz que ha hallado en la soledad de la
ermita.
Creo en un joven gobernante que labora por la paz, a
sabiendas de que su vida peligra.
Creo en un joven que oculta en la mano de un pobre las
monedas equivalentes a las que malgasta para quebrar la hermosura de su alma”.
Señor, multiplica esos jóvenes, para que este “Credo de
la juventud” tenga cada vez fundamentos más universales.
Rafael de Andrés.
DOM. IV DE CUARESMA
Jesús sana a un ciego de
nacimiento
“Al pasar, Jesús se encontró
con un ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: ‘Maestro, ¿quién
tiene la culpa de que esté ciego, él o sus padres?’
Jesús les respondió: ‘No
hubo pecado, ni de él ni de sus padres. Pero su caso servirá para que se
conozcan las obras de Dios. Mientras sea de día, tengo que hacer el trabajo que
el Padre me ha encomendado. Ya se acerca la noche, cuando no se puede trabajar.
Pero mientras yo esté en el mundo, Yo soy la luz del mundo”…Juan, 9, 1-42
Los dos ciegos
Dos
tipos de ceguera presenta el evangelio de hoy. Ceguera física en el ciego de
nacimiento; ceguera espiritual en los apóstoles y fariseos.
La
fe libró al ciego de su ceguera física por un milagro de Cristo. Sólo la fe
podía librar a los apóstoles de su ceguera inmaterial, más terrible y de
mayores consecuencias que la ceguera material de la carne.
La
realidad más difícil de ver en la vida, de aceptar y comprender, es el dolor,
el sufrimiento, el fracaso, la calumnia, la injusticia, el hambre, la muerte.
Los ojos del alma humana son débiles para reflejar el fulgor de azufre de esas
rocas y abismos. Sólo la fe, venciendo las lágrimas y los ojos crispados, puede
ver sentido en el dolor, felicidad en la muerte. Ese es el gran misterio, el
supremo misterio de la vida: el sufrimiento. Sobre todo cuando es sufrimiento de un niño, muerte de una madre.
Uno
de los rasgos más desconcertantes de la arquitectura humana, más que su extraña
fusión de materia y espíritu, es su capacidad de sufrir. En un mundo
maravilloso, musical y matemático, esta cuña, incrustada como una astilla
gigantesca, nos desorienta y perturba. Los porqués más violentos y rebeldes se
pronuncian frente al dolor y la muerte.
No
es extraño que los apóstoles se quedaran estupefactos ante el anuncio del dolor
y muerte de Cristo. Lo recalca Lucas: “nada de eso entendieron, eran para ellos
palabras escondidas, no comprendían lo que les estaba diciendo”.
Una
cosa queda clara en el anuncio de Cristo: el dolor no es fin, es medio; no es
definitivo, es temporal; no es término, es camino. Burlas, flagelación,
salivazos y muerte, desembocan en el Tercer día, la resurrección.
Esos
son los dos flancos luminosos del dolor. Tiene sentido y finalidad --“no hay mal que por bien no venga”, dice el
pueblo. Tiene términos y fin--, “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que
lo resista”, dice el pueblo.
Nos
pasamos la vida huyendo y combatiendo el dolor en sus mil formas, desde la
incomodidad hasta la desesperación, desde el malestar hasta la muerte. La
civilización y la cultura son, en gran parte, defensivas, protectoras, antes
que constructoras y perfeccionantes. Toda profesión, además de su finalidad
positiva de crear fuerza, expresión de la verdad, belleza, bienestar, bondad,
tiene la finalidad negativa y previa de combatir o prevenir el dolor espiritual
o físico; desde el zapatero hasta el legislador y el gobernante, desde el
panadero hasta el médico, el sacerdote, el orientador, el maestro.
Pero,
queramos o no, el dolor está ahí y alguna vez hay que afrontarlo y ver, con la
fe, que no es mera tiniebla ciega sino extraña condición de la vida. “Si la
semilla no muere y se pudre, no fructifica”, dice Cristo. Alguna vez hay que
reflexionar que, en medio de su ceguera casi mineral, de su sinsentido
enervante y su absurdo que nos rebela, el dolor es no sólo castigo sino factor
de perfeccionamiento y evolución, no sólo piedra sino semilla, no sólo muro
sino ventana y puerta.
José
M. de Romaña.
DE MI ÁLBUM
San Martín de Tours-Sechura-Piura-Perú
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