Celendín
DE: ORACIONES SIGLO XX
“EL INFIERNO”
Señor:
Uno de los temas tabú en el panorama religioso contemporáneo es el del
infierno. Resulta anacrónico, además de chocar con el “buen gusto” de nuestra
época.
La
generación de la bomba atómica, las cámaras de gas, los campos de concentración
y la trata de niños, la civilización del sadismo más refinado chirría ante el
pensamiento del infierno.
El mismo
enfoque del cristianismo posconciliar, más positivo, es reacio a incluir entre sus temas la
predicación de las penas del más allá.
Sin
embargo, Señor, el infierno es un dato revelado por Ti, que no puede omitirse,
sin mutilar el Evangelio. Otra cosa muy distinta es la descripción
apocalíptica, que durante siglos se ha hecho de él. Los predicadores medievales
y renacentistas se han complacido morbosamente en pintar con paleta macabra y
oratoria amplificatoria la realidad incuestionable del infierno.
Pero una
mirada objetiva hacia ese mal, Señor, resulta conveniente. Lo primero, para
quitarle ese sambenito de una crueldad vengadora hacia los hombres pecadores.
Porque Tú no has creado el infierno, negación de todo bien, ya que tu bondad
sólo puede crear cosas buenas. El infierno es sólo el resultado de la libertad
humana, empeñada en volverte las espaldas para siempre. El infierno es decir
consciente y definitivamente no a las constantes solicitaciones con que tu amor
asedia nuestra libertad.
Tú,
Señor, no condenas a nadie. Sólo el hombre puede elegir su destino eterno
separado de Ti. No permitas que huyamos de tu amor ni en el tiempo ni en la
eternidad.
Rafael
de Andrés.
DOM. I DE CUARESMA
“Después
el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el
diablo. Y después de estar sin comer cuarenta días y cuarenta noches, tuvo
hambre.
Entonces,
se le acercó el tentador y le dijo: ‘Si eres el Hijo de Dios, ordena que estas
piedras se conviertan en pan’. Pero Jesús respondió: ‘Dice la Escritura que el
hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de
Dios’.
Después
de esto, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa, y lo puso en la parte más alta
del templo, y le dijo: ‘Si eres el Hijo de Dios, tírate de aquí para abajo.
Puesto que la Escritura dice: ‘Dios ordenará a sus ángeles que te lleven en sus
manos para que tus pies no tropiecen en piedra alguna’. Jesús replicó: ‘Dice
también la Escritura: ‘No tentarás al Señor tu Dios’.
En
seguida lo llevó el diablo a un cerro muy alto, le mostró toda la riqueza de
las naciones y le dijo: ‘Te daré todo esto si te hincas delante de mí y me
adoras’. Entonces Jesús le respondió: ‘Aléjate de mí, Satanás, porque dice la
Escritura: ‘Adorarás al Señor tu Dios, a él sólo servirás’.
Entonces
lo dejó el diablo y acercándose los ángeles se pusieron a servir a Jesús”.
Mateo, 4, 1-11
JESÚS va al desierto, revestido con el poder del Espíritu
Santo, que se manifestó en las aguas del Jordán. El mal lanza su ataque en tres
áreas fundamentales de la vida humana: el tener, el poder y el ser. Por todos
los medios el Tentador tergiversa las palabras del Creador para que el hombre
no sienta la necesidad de Dios y
considere que por sus propios medios puede alcanzar la redención. Es necesario
recordar que el tentador no se dio por vencido, vuelve a atacar a Jesús en la mitad
de su ministerio (Cesarea de Filipo: Mt. 16, 23) y al final de su misión
(Getsemaní: Lc. 22, 42-44), pero siempre fue vencido por el Señor.
Dios nos
tienta, nos pulsa, nos somete a prueba, con ocasiones y circunstancias duras,
para perfeccionarnos, para obligarnos a superar nuestra medida y a dar lo mejor
de nosotros mismos. El Demonio nos tienta con ocasiones y pruebas placenteras
para ver si cedemos. Tentar es provocar al bien o al mal.
La
tentación es el ejercicio de relaciones públicas que realiza el demonio para
convencernos --cuando no nos convencemos
nosotros mismos—a que adquiramos sus mercancías de muerte al precio de nuestra
salud, nuestra paz y nuestra alma. Tratándose de productos averiados o dañinos,
tiene que basar su propaganda en la mentira. Y dentro de nosotros cuenta con
eficaces aliados: la imaginación, el desorden de los deseos y nervios, la
jerarquía de valores tergiversados, el ansia radical de ser felices a toda
costa y el hecho de que nada sea absolutamente malo sino que incluya elementos
parciales de verdad, bondad, belleza o siquiera satisfacción y placer.
La
tentación es el momento en que el pecado es todavía fascinación y deseo, antes
de ser hastío, desilusión, desequilibrio o angustia. O el momento en que el
deber es todavía exigencia, incomodidad y temor, antes de ser satisfacción o,
en todo caso, coherencia y unidad consigo mismo, con el universo y con Dios.
La tentación –sea deseo desordenado, confusión,
desesperación, cansancio, temor desproporcionado--, en el fondo no es más que
un desenfoque de la realidad. El dinero es medio; la tentación lo presenta como
fin. El placer es circunstancia; la tentación lo convierte en esencia y
contenido. El miedo es impulso; la tentación lo eleva a motivo.
Distorsión,
desequilibrio, desenfoque, provocados por algún aspecto especialmente grato del
objeto, si se trata de una tentación de elección y acción desordenadas o
ilícitas. O por algún aspecto especialmente ingrato objetiva o
imaginativamente, si se trata de una tentación de omisión o de fuga indebidas.
Cristo aceptó
ser tentado por el demonio, como nos lo presenta el Evangelio de este primer
domingo de Cuaresma, para compadecernos y comprendernos experimentalmente,
según señala san Pablo y para servirnos de ejemplo.
Cristo
es tentado por el demonio en la vanidad: procurarse el alimento de una manera
espectacular, convirtiendo las piedras en pan. En la soberbia, invitado a
descender desde el pináculo del templo de Jerusalén, sobre palmas de ángeles,
deslumbrando a la multitud. Y por último en la lujuria de poder, en el ansia de
dominar las cosas y los hombres aun al precio de vender la propia alma.
Cristo
nos muestra cómo vencer las tentaciones. Fuera de la última, en que Cristo
rechaza duramente la pretensión del demonio de ser adorado, Cristo actúa
serenamente y acudiendo al resorte religioso. Serenidad y religiosidad.
Pretender rechazar violentamente un mal deseo es un error, es fijar más ese mal
deseo. Lo eficaz es quitarle tierra no dándole importancia o dando más
importancia a otras zonas positivas de la vida.
Pretender
rechazar un mal deseo contando sólo consigo mismo, es imposible a la larga. Hay
que contar con la fuerza suprema de nuestra vida, Dios. Dios es trinidad. El
hombre es duplicidad, como Cristo: hombre y Dios. O, en todo caso, hombre con
Dios.
DE MI ÁLBUM
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