Leonardo Boff: "Sólo la
vida del espíritu da plenitud al ser humano"
"Se alimenta de bienes
no tangibles como el amor y la convivencia"
Leonardo Boff, 19 de marzo
de 2017
En nuestra cultura olvidamos
prácticamente cultivar la vida del espíritu que es nuestra dimensión radical
(Leonardo Boff, en
Koinonia).- Hoy es un hecho científicamente reconocido que los cambios
climáticos, cuya expresión mayor es el calentamiento global, son de naturaleza
antropogénica, con un grado de seguridad del 95%. Es decir, tienen su génesis
en un tipo de comportamiento humano violento con la naturaleza.
Este comportamiento no está
en sintonía con los ciclos y ritmos de la naturaleza. El ser humano no se
adapta a la naturaleza sino que la obliga a adaptarse a él y a sus intereses.
El mayor interés, dominante desde hace siglos, se concentra en la acumulación
de riqueza y de beneficios para la vida humana a partir de la explotación
sistemática de los bienes y servicios naturales, y de muchos pueblos,
especialmente, de los indígenas.
Los países que hegemonizan
este proceso no han dado la debida importancia a los límites del
sistema-Tierra. Continúan sometiendo a la naturaleza y la Tierra a una
verdadera guerra, a pesar de que saben que serán vencidos.
La forma como la Madre
Tierra demuestra la presión sobre sus límites intraspasables es mediante los
eventos extremos (prolongadas sequías por un lado y crecidas devastadoras por
otro; nevadas sin precedentes por una parte y oleadas de calor insoportables
por otra).
Ante tales eventos, la
Tierra ha pasado a ser el claro objeto de la preocupación humana. Las numerosas
COPs (Conferencia de las Partes), organizadas por la ONU nunca llegaban a una
convergencia. Solamente en la COP21 de París, realizada del 30 de noviembre al
13 de diciembre de 2015, se llegó por primera vez a un consenso mínimo, asumido
por todos: evitar que el calentamiento supere los 2 grados Celsius.
Lamentablemente esta decisión no es vinculante. Quien quiera puede seguirla,
pero no existe obligatoriedad, como lo mostró el Congreso norteamericano que
vetó las medidas ecológicas del presidente Obama. Ahora el presidente Donald
Trump las niega rotundamente como algo sin sentido y engañoso.
Va quedando cada vez más
claro que la cuestión es antes ética que científica. Es decir, la calidad de
nuestras relaciones con la naturaleza y con nuestra Casa Común no eran ni son
adecuadas, más bien son destructivas.
Citando al Papa Francisco en
su inspiradora encíclica Laudato Si': Sobre el cuidado de la Casa Común (2015):
«Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos
siglos... estas situaciones provocan el gemido de la hermana Tierra, que se une
al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro
rumbo» (n. 53).
Necesitamos, urgentemente,
una ética regeneradora de la Tierra, que le devuelva la vitalidad vulnerada a
fin de que pueda continuar regalándonos todo lo que siempre nos ha regalado.
Será una ética del cuidado, de respeto a sus ritmos y de responsabilidad
colectiva.
Pero no basta una ética de
la Tierra. Es necesario acompañarla de una espiritualidad. Ésta hunde sus
raíces en la razón cordial y sensible. De ahí nos viene la pasión por el
cuidado y un compromiso serio de amor, de responsabilidad y de compasión con la
Casa Común, como por otra parte viene expresado al final de la encíclica del
obispo de Roma, Francisco.
El conocido y siempre
apreciado Antoine de Saint-Exupéry, en un texto póstumo escrito en 1943, Carta
al General "X" afirma con gran énfasis: «No hay sino un problema,
sólo uno: redescubrir que hay una vida del espíritu que es todavía más alta que
la vida de la inteligencia, la única que puede satisfacer al ser humano»
(Macondo Libri 2015, p. 31).
En otro texto, escrito en
1936 cuando era corresponsal de Paris Soir durante la guerra de España, que
lleva como título Es preciso dar un sentido a la vida, retoma la vida del
espíritu. En él afirma: «el ser humano no se realiza sino junto con otros seres
humanos en el amor y en la amistad. Sin embargo los seres humanos no se unen
sólo aproximándose unos a otros, sino fundiéndose en la misma divinidad. En un
mundo hecho desierto, tenemos sed de encontrar compañeros con los cuales
con-dividir el pan» (Macondo Libri p.20). Al final de la Carta al General
"X" concluye: «¡Cómo tenemos necesidad de un Dios!» (op. cit. p. 36).
Efectivamente, sólo la vida
del espíritu da plenitud al ser humano. Es un bello sinónimo de espiritualidad,
frecuentemente identificada o confundida con religiosidad. La vida del espíritu
es más, es un dato originario y antropológico como la inteligencia y la
voluntad, algo que pertenece a nuestra profundidad esencial.
Sabemos cuidar la vida del
cuerpo, hoy una verdadera cultura con tantas academias de gimnasia. Los
psicoanalistas de varias tendencias nos ayudan a cuidar de la vida de la
psique, para llevar una vida con relativo equilibrio, sin neurosis ni
depresiones.
Pero en nuestra cultura
olvidamos prácticamente cultivar la vida del espíritu que es nuestra dimensión
radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños más osados
y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se alimenta de
bienes no tangibles como el amor, la amistad, la convivencia amigable con los
otros, la compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del
espíritu divagamos por ahí sin un sentido que nos oriente y que haga la vida
apetecible y agradecida.
Una ética de la Tierra no se
sustenta ella sola por mucho tiempo sin ese supplément d'ame que es la vida del
espíritu. Ella hace que nos sintamos parte de la Madre Tierra a quien debemos
amar y cuidar.
DE MI ÁLBUM
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