Hay lágrimas de antara en
esta tarde
que el rostro me fustiga con
su invierno.
Hay aroma de kambul y grano
tierno
en el viento que agita este
aguacero.
Hay un dejo a yantar de
chacarero
junto al humo y calor de
este brasero.
Hay orgullo de raza en este
poncho
con que el indio se encara a
las tormentas…
Es muy tarde y qué frío hará en los cerros,
si aquí, con mejor techo y
sin mojarse,
el cuerpo ronroneando junto
al fuego,
pide un caldo de papas
calientito.
Qué será del pobre indio en
esta hora,
sin coca, a lo mejor y sin
millkapa,
shundurado en un suelo que
no es suyo,
mordido por los hielos de la
jalka.
Qué será del pastor y del
arriero,
con sus trapos secándose en
su encima,
viendo azul y tirados como
perros.
Hay lágrimas de antara en
esta tarde,
que vuela el corazón peñas
arriba
y se mete en chociles
boquinegros,
donde rumia su coca y sus
desdichas
el cholo sembrador que,
resignado,
ve la noche venir tan negra
y hosca,
como es negro el hambror de
sus kashgales
junto a negro fogón de
tullpas frías…
DOMINGO DE FLOR
Domingos de Cuaresma:
las aldeanas,
desnudan de corolas las campiñas
y unciosas se derraman
con sus cestas de kandos y
retamas
y sus verdes brazadas de
romero,
a través de los caminos
que se meten serpenteando en
la ciudad.
Y en dos andas de flores
montaraces,
que la tostada mano
de la india muñìdora
matiza con autóctono primor,
el “Amito” clavado sobre el
leño
y la “Linda Mamita” de
puñales
hendida el corazón,
en hombros de varones
estancieros,
por el ancho contorno
procesionan
de la Plaza Mayor.
Las campanas más gordas
dondonean,
la música modula en Fa
menor,
las “criadas” van regando
de pétalos la vía del Señor,
y en gran capa pluvial el
cura envuelto
mascuja en cada esquina una
oración.
¡Oh bellas procesiones de
Cuaresma!
que impregnan el ambiente
de aromas de floresta,
y espectrosolarizan el
poblacho
con tintes de sabor
vernacular.
¡Oh “Domingos de Flor"!
que evocan dulcemente
mis años tempraneros,
cuando holgábame alzando la
“cruz alta”
trajeado de “Cirial”,
bajo el ojo avizor del más
austero
y mayor sacristán de nuestra
iglesia,
el vejete don Tomás.
Cuando unido a la masa
chacarera
recogía en la copa del
sombrero
las silvestres corolas
regadas por los sitios
transitados del Señor.
En aquel rosal –entonces--,
cuando en mi alma cantaban
amorosas
las sagradas alondras de la
Fe.
DE MI ÁLBUM
Coche corral'Cajabamba
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