Nosotros en Brasil conocemos una gran
violencia social, con un número de asesinatos de los más altos del mundo. No
gozamos de paz pues hay mucha rabia, odio, discriminación y perversa
desigualdad social.
Sin embargo estamos al
margen de los grandes conflictos bélicos que se están llevando a cabo en 40
sitios del mundo, algunos verdaderamente amenazadores para el futuro de la
especie humana. Estamos en plena nueva guerra fría entre USA, China y Rusia. Se
ha reiniciado una nueva carrera armamentística, sea en Rusia, sea en Estados
Unidos con Trump, para producir armas nucleares todavía más potentes, como si
las ya existentes no pudiesen destruir toda la vida del planeta.
Lo más grave es que la
potencia hegemónica, Estados Unidos, se ha transformado en un estado
terrorista, haciendo una guerra despiadada a todo tipo de terrorismo,
exteriormente invadiendo países de Oriente Medio e interiormente cazando
inmigrantes ilegales y deteniendo a sospechosos sin respetar los derechos
fundamentales, como consecuencia del “Acto patriótico” impuesto por Bush Jr que
suspendió el habeas corpus, acto no abolido por Obama, como había prometido.
Francisco, el obispo de
Roma, al volver de Polonia dijo en el avión el 12 de julio de 2016: «hay guerra
de intereses, hay guerra por dinero, hay guerra por recursos naturales, hay
guerra por el dominio de los pueblos: esta es la guerra. Alguien podría pensar:
está hablando de guerra de religiones. No. Todas las religiones quieren la paz.
Las guerras las quieren otros. Capito?» Es una crítica directa al actual orden
mundial, de acumulación ilimitada que implica una guerra contra la Tierra y la
explotación de los pueblos más débiles. Todos hablan de libertad, pero sin
justicia social mundial. Irónicamente se podría decir: es la libertad de las
zorras libres en un gallinero de gallinas libres.
Comentaristas de la
situación mundial poco mencionados en nuestra prensa hablan del peligro real de
una guerra nuclear ya sea entre Rusia y Estados Unidos o entre China y Estados
Unidos.
Trump, al decir del
intelectual francés Bernard-Henri Lévy (O Globo 5/3/216) «es una catástrofe
para Estados Unidos y para el mundo. Y también una amenaza». De Putin, en el
mismo periódico, afirma: «es una amenaza explícita. Sabemos que quiere
desestabilizar a Europa, acentuar la crisis de las democracias, y que apoya y
financia a todos los partidos de extrema derecha. Sabemos también que en todos
los lugares en que se traba una batalla entre la barbarie y la civilización,
como en Siria y en Ucrania, está del lado equivocado. Ahí está una verdadera y
gran amenaza».
Según Moniz Sodré en su
grandioso libro El desorden mundial, Putin quiere vengarse de la humillación
que Occidente y Estados Unidos infligieron a su país al final de la guerra
fría. Alimenta pretensiones claramente expansionistas, no en el sentido de
recuperar la antigua URSS sino los límites de la Rusia histórica. El riesgo de
una confrontación nuclear con Occidente no está excluido.
Estamos perdiendo la
conciencia de los llamamientos de los grandes nombres del siglo pasado, como el
de Bertrand Russel y Albert Einstein del 10 de julio de 1955 y unos días
después, el 15 de julio de 1955, secundado por 18 premios Nobel, entre los
cuales Otto Hahn y Werner Heisenberg, afirmando: «vemos con horror que este
tipo de ciencia atómica ha puesto en las manos de la humanidad el instrumento
de su propia destrucción». Lo mismo afirmaron varios premios Nobel durante la
Rio-92.
Si en aquel momento la
situación se presentaba grave, hoy es dramática. Pues además de las armas
nucleares, hay disponibles armas químicas y biológicas que también pueden
diezmar la especie humana.
Algunos analistas de los
conflictos mundiales suponen que el próximo paso del terrorismo ya no sería con
bombas y hombres-bomba sino con armas químicas y biológicas, algunas tomadas de
la reserva bélica dejada por Gadafi.
En la raíz de este sistema
de violencia está el paradigma occidental de voluntad de potencia, es decir,
una forma de organizar la sociedad y la relación con la naturaleza basada en la
fuerza, la violencia y el sometimiento. Ese paradigma privilegia la competencia
a costa de la solidaridad. En vez de hacer de los ciudadanos socios, los hace
rivales.
A ese paradigma del puño
cerrado se impone la mano extendida como una alianza para salvaguardar la vida;
ante el poder-dominación debe prevalecer el cuidado, que pertenece a la esencia
del ser humano y de todo lo viviente. O damos este paso o presenciaremos
escenarios dramáticos, fruto de la irracionalidad y de la prepotencia de los jefes
de Estado y de sus halcones.
DE MI ÁLBUM
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