DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"
No dejes que los sueños
de las cosas
que más quiero
me aten a la Tierra,
sino que con una visión clara,
me enseñes a construir
este día contigo,
querido SEÑOR,
más cosas que duran
para toda la eternidad.
Afina mis oídos para escuchar
Tu mensaje, SEÑOR;
Inspira mis labios para decir
sólo Tu palabra.
Cubre mis ojos para
las cosas que no debo ver.
Ayúdame a dejar
en tus manos todas
mis preocupaciones.
N.H.D. Palabras
Doradas.
VENTANA AL MUNDO:
CAPRI
TODOS VIVEN ALEGRES EN CAPRI
Por Martha
Gellhorn
Capri, a la entrada del Golfo de Nápoles, es una larga
roca arenisca y caliza, de figura bastante parecida a la de un 8, con una
superficie de 15 kilómetros cuadrados. No es nada práctica: bañan sus orillas
las aguas más azuladas del mundo, pero falta en su territorio agua potable, que
hay que llevar desde tierra firme, a 600 liras la tonelada. Tiene un puerto que
merece escasamente el nombre de tal.
El blanco buque
procedente de Nápoles hace sonar la sirena mientras, bailoteando sobre las
olas, navega a la vista de los acantilados de Capri. Una fila de compatriotas
en cuyas gorras campean nombres de hoteles aguardan frente al muelle. Contra lo
acostumbrado en otras latitudes, no se abalanzan a los recién llegados como
buitres. La fama de corteses de que gozan los naturales de Capri se manifiesta
desde que el viajero pone el pie a la isla.
Un aire soleado,
tibio, acariciador, oloroso a jazmín y a madreselva, a gardenia y a tuberoso, a
clavel y a brezo, envuelve al viajero mientras el coche rueda carretera arriba.
Y ya mire hacia las cumbres, ya hacia la costa, la isla le ofrece sus flores,
sus pinos aparasolados, sus quintas de colores pálidos y de jardines circuidos
por altas tapias, las gigantescas peñas de sus orillas, el espejo de su mar de
zafiro. Tan hermoso es el espectáculo, que más que visto parece soñado. Es
evidente que en esta isla viven para gozar de las horas, y no para contarlas.
Ataviados con
trajes vistosos, los viajeros pasan el día arrellenados en los cafés de la
Piazza, charlando entre sorbo y sorbo. El visitante siente en torno suyo gente
risueña, el sonreír de la vida misma, algo que casi ha desaparecido hoy del
mundo: la paz. Imagina que tal contento es obra de milagro, y que casi todo
anda por arte de encantamiento. Sí; Capri es un milagro y está regida por el
gobierno más suave de la tierra.
Cuando el
forastero les dice: “Esta tierra es la más feliz que he conocido; me encantaría
quedarme aquí”, los compatriotas responden que todo el que quiera establecerse
en Capri es bien recibido. Saben, empero que sólo ejerciendo un gran dominio
sobre sí mismo puede el hombre vivir contento y tranquilo. Y al ver alejarse el
barco en que parten los forasteros, se dice que esos visitantes van ya camino
de sus hogares y que es allá donde deben labrarse su propia felicidad. Capri,
la isla párvula y risueña, pertenece sólo a quienes supieron convertirla en un
paraíso y seguirán queriéndola y acaso lograrán --¡quién lo sabe!—conservarla
por otros 20 siglos.
La fotografía extra grande / tomada del Álbum de Alejandro Benavides Roldán.
La fotografía extra grande / tomada del Álbum de Alejandro Benavides Roldán.
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