martes, 25 de agosto de 2015

ROSA DE LIMA, LA PRIMERA SANTA DE AMÉRICA

Monasterio de Rosa de Santa María, Lima.
Anónimo,  siglo XVII
La temible horda de piratas a la orden del holandés Joris van Spielbergen, irrumpió feroz en la nave central del templo, ansiosa de aumentar su sangriento botín con el oro y las joyas que adornaban las imágenes sagradas y se conservaban en el tesoro de la Iglesia.
   La profanación de un lugar sagrado, de un templo de oración, no podía ser más descarada, no podía atentar en mayor grado contra lo que el alma más débil, menos comprensiva entiende debe ser  objeto del más sublime respeto y consideración.
   Era una escena despavorida, los feligreses quedaron atónitos ante la inmensidad de la barbarie. ¡Qué se habían creído esos desalmados!
Pero de pronto los más audaces que se habían adelantado a sus compinches, se detuvieron como fulminados por una visión inesperada e impresionante. Allá delante, frente a ellos, retándolos, guardando el Sagrario, de pie en lo alto del Altar Mayor, una mujer, casi una niña, los esperaba. Alta, delgada, envuelta en un hábito blanco y negro de terciaria de Santo Domingo, la serenidad en sus ojos, la decisión en su semblante, la rectitud en su determinación… Aquellos piratas no tuvieron ojos para ver a las mujeres agolpadas unas a otras en las naves laterales, protegiendo a sus pequeños, ni oídos para los llantos de los niños. Sólo pudieron ver la imagen radiante de la joven y escuchar el silencio impresionante de su radiante serenidad. Aquella actitud los detuvo, paralizando su impulso rapaz. Después los aterró  --aquellos malvados  que aseguraban no tener miedo de Dios ni de los hombres –Y, por último los hizo retroceder y abandonar el templo y la ciudad…
   “/Rosa, la Flor de Lima, salvaste la ciudad!”, fue el clamor que se escuchó en todas las bocas, cuando se vieron las negras velas de las embarcaciones de piratería desaparecer en el horizonte.
   La historia puede ser cierta o no. Unos aseguran que lo es. Otros la niegan. Pero a veces la historia no es como fue, sino como el corazón del pueblo quiere que sea. Y el corazón de los limeños se pronunció definitivamente por ella.
   Así, en la entraña del pueblo peruano y de toda la América cristiana, la primera santa de América está pintada en los colores de la exaltación.
   Rosa, Rosa de Lima. Con nombre providencialmente asignado, pues ese no es ciertamente el que se escribió en su partida de bautismo. El original fue tomado del de su abuela: Isabel. Que pronto, siendo aún de cuna, habría de cambiarse poéticamente por lo que la Iglesia reconoció en su canonización: Rosa. La historia es ciertamente bella. Una mañana luminosa, la criatura descansaba en su cuna y Mariana, una joven india que se dedicaba a su cuidado, la miró extasiada contemplando el velo que entrecubría la carita sonrosada, sin adivinar si dormía o estaba despierta. La delicadeza de la estampa, la luminosidad que emanaba de la criatura, la exaltó de tal manera que no pudo contener una exclamación: “/Nuestra linda bebita parece una rosa”! Doña María, la madre,  y sus hermanos que jugaban cerca, la escucharon y acercándose a la cuna confirmaron lo que Mariana había dicho. Doña María cogió a la criatura en sus brazos y apretándola contra su pecho exclamó: “/Vida de mi vida, alma de mi alma! Eres mi Rosa, mi Rosita y mientras viva no tendrás otro nombre…”
   La abuela  --en cuyo honor había sido bautizada Isabel –no aceptó el cambio de buen grado y siguió llamándola Isabel hasta que oficialmente se le cambió el nombre por el de Rosa, el día de su Confirmación en la Iglesia.
   Según los datos a que debe darse crédito, Rosa nació en Lima el 20 de abril de 1586, bautizándose el 25 de mayo siguiente, fiesta de Pentecostés.
   De adolescente, la belleza purísima caracterizó su presencia y cuantos la veían no podían dejar de admirarla. Aunque su verdadera belleza fue su dulzura interior, su amor al prójimo, al que dedicó sus mejores cuidados y, sobre todo, su amor a Dios, que consumió su vida entera.
   Ya de niña surgieron en ella las inclinaciones devotas y en su propio hogar instaló su capilla, donde pasaba largas horas del día en oración. Sin descuidar la ayuda a los suyos, tejiendo y bordando bellísimas piezas que se vendían a buen precio por el primor con que sus manos las adornaban.
                  “Ay, Jesús de mi alma
                   Qué bien pareces
                   Entre flores y Rosas
                   Y Olivas verdes”,
Escribió en versos cándidos e inspirados místicamente, jugando con las palabras y los nombres en loas al Salvador.
   Rosa quiso en su primera juventud ingresar en una orden monástica, pero la respuesta inspirada providencialmente le negaba el requerimiento. Y su vocación la llevó a unirse a la Orden Terciaria de Santo Domingo, vistiendo sus hábitos por el resto de su vida. La santa predilecta, a la que siempre trató de imitar, fue Santa Catalina de Sena.
   Las mortificaciones que se dio en vida fueron severísimas. Primero se habituó a comer y dormir muy poco y trabajar mucho. Llevando al extremo sus penitencias, ya que para ella la disciplina consistía en aplicarse penas y sufrimientos corporales. Al extremo de llevar durante mucho tiempo una corona de espinas bajo la tela del hábito que le cubría la cabeza. Algunas veces podían verse delgados hilillos de sangre resbalando por la frente. Pronto consiguió permiso de sus padres para instalar en su propia casa una habitación aparte para el cuidado de “sus enfermos”, a los que cuidaba con riesgo para su propia salud.
   La admiración por sus virtudes se extendió de manera tal que fue paternalmente llamada a explicar su celo por la Inquisición. Y pese a su carencia de preparación teológica, sus respuestas fueron la admiración de sus interrogadores por la claridad y profundidad de sus afirmaciones.
   Predijo con mucho anticipo la fecha de su muerte: el 24 de agosto, fiesta de San Bartolomé. Estando en la casa de su gran amiga doña María de Uzátegui, el día primero de agosto –corría el año de 1617 –se sintió presa de agudísimos dolores que los médicos no pudieron calmar. Era como si una tenaza de hierro le apretara las sienes y bajara apretándole también el pecho; como si hierros al rojo le traspasaran el cuerpo y se clavaran en el corazón; como si los huesos se le derritieran y la médula se redujera a cenizas…
   El día 21 le fueron administrados a su petición los Santos Sacramentos. La noticia de la gravedad se extendió rápidamente por toda la ciudad.

   Y tal como lo había anunciado, a la medianoche de la fiesta de San Bartolomé, rogando a Jesús que estuviera a su lado, cerró los ojos para siempre.
HABLEMOS/MAGAZINE.


Cambio de nombre de Isabel por Rosa.
Angelino Medoro. Oleo, Siglo XVII.
Santuario de Santa Rosa. Lima.
Escultura en mármol de Santa Rosa yacente
(detalle), por Melchiorre Caffá.

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