(ESCRIBE MONSEÑOR FULTON SHEEN ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)
Uno de los problemas al cual se enfrentan
hoy medicina y ley es el valor de la vida. ¿Es la vida humana cosa sagrada de
por sí o sólo por razones de sus relaciones para con los demás?. Todo el mundo
conoce la posición legal de Hitler: “Los judíos son parásitos inútiles,
especialmente en tiempos de guerra en que escasean los alimentos. Este tipo de
relación fue la base sobre la cual justificó la incineración y muerte de seis
millones de judíos. Algunos están justificando, aunque en términos menos
específicos, tanto la destrucción de vida en la matriz como la eliminación de
los incapacitados bajo el nombre de eutanasia. Se argumenta así: personas son
las que pueden relacionarse con las demás, establecer comunicación racional y
llevar un diálogo. Pero ni el infante en la matriz ni la persona de edad que
está inconsciente son capaces de responder al amor. En consecuencia, destrúyase
la vida naciente en su embrión o la vida senil en la cama de enfermo.
En su historia, la Humanidad se ha apartado
tanto del feticidio o muerte del feto, como del genocidio o eliminación del
incapacitado. Mientras la religión ha estado siempre a la vanguardia en la
defensa de lo sacrosanto de la vida, no debe pensarse que la oposición a quitar
la vida en el amanecer de la vida o en el ocaso es posición exclusivamente
cristiana. Vale la pena retrotraernos a actitudes pre-cristianas hacia el aborto
para demostrar que se consideraba anti-humano.
Principiemos con el famoso Código de
Hammurabi (1728 A. C): “Si un ciudadano provoca el aborto en la hija de otro
ciudadano, pagará por el feto 19 siclos de plata”.
“Si la mujer
muere con la pérdida del feto, será condenada a muerte la propia hija del
causante”.
La civilización
dravidiana, que codificó sus preceptos entre 1800 y 1500 A. C., declaró el
aborto “pecado imperdonable y aun cuando el sexo del feto no sea
indentificable”, el culpable será castigado con pérdida de su posición social.
El Rey asirio Triglath-pileser codificó las
leyes del país en el siglo XII A. C., una de las cuales rezaba: “Si un
ciudadano golpea a la mujer de otro haciéndola abortar, la esposa de ese
ciudadano será tratada como él trató a la esposa del ciudadano que abortó. Si
la mujer muere, el ciudadano será ajusticiado. Compensará con su vida por la
del feto”.
El famoso poeta pre-cristiano romano
Horacio, escribió esto acerca de los abortos: ¿Será posible que para excluir
vuestros vientres femeninos del reproche de la vida esparzan ustedes las
trágicas arenas de un combate mortal? Si métodos viciosos como éste hubieran
encontrado favor en las madres del pasado, la raza de hombres mortales habría
desaparecido de la Tierra. Ustedes también, aunque nacidos bien, habrían
perecido de haber tratado vuestras madres lo que ustedes habéis tratado y yo
mismo nunca hubiera visto el día de haberme muerto mi madre. ¿Por qué engañar
la rama de un arbusto creciente y arrancar con mano dura el fruto aún verde?
¡Ah, mujeres! ¿por qué cortar y horadar con un instrumento y aprisionar
lúgubremente a vuestros hijos aún no nacidos? Esto no lo han hecho ni las tigresas en la junglas de Armenia, ni
tiene la leona corazón para destruir a su vástago innato; sin embargo, lo hacen tiernas mujeres aun siendo
castigadas. Con frecuencia, la que mata al ser
en sus entrañas muere ella misma, o es llevada a la pira funeraria, con
el cabello suelto, y todos los presentes prorrumpen en gritos de “!Ese ha sido
su postre!”.
Estos juristas y poetas pre-cristianos vieron
como sagrada la vida naciente por la simple razón de que la vida humana, como
implicó Horacio, está por encima de la vida animal. El hombre tiene dominio
sobre todos los demás animales, pero el hombre no es sólo un animal. Presumir
que puede ser tratado de la misma forma que Hitler consideró la vida adulta o
como algunos consideran la vida en la matriz, es convertirse en anti-humano.
Maurice Baring cuenta de dos médicos hablando de este problema. La madre era
tuberculosa y el padre sifilítico. El primer hijo salió epiléptico, el segundo
murió, el tercero nació sordomudo y el cuarto heredó la tuberculosis. La madre
estaba embarazada de nuevo; ¿Qué haría usted?”. El otro médico le contestó:
“Tomar la vida en la matriz”. El primero respondió: “Usted habría matado a
Beethoven”.
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