martes, 11 de octubre de 2016

DESDE EL ATRIL: URANIA/ Horacio PUCHET



URANIA

Surge por ultimo entre el coro Urania, la celeste, la más pequeña entre sus gráciles hermanas, musa de la astronomía y la didáctica, la que eleva a las alturas a los hombres doctos y examina los movimientos de los astros, hermosa joven coronada de estrellas y vestida de azul, la que sostiene un globo entre sus amos en representación de las esferas armoniosas de los cielos: con melódico acento considera y narra historias que manifiestan el completo acuerdo entre las partes del diverso mundo.

Muerte y transfiguración

Las manos del director nos conducían con seguridad a través de la compleja partitura. La poderosa música de Strauss estallaba en el aire y nos envolvía como el agua a los peces. La obra describe los últimos momentos de un artista: sus débiles latidos, su respiración jadeante, el recuerdo del amor, de la juventud dichosa y su afanosa búsqueda de un ideal inalcanzable. Sudoroso, entregado totalmente a la obra, el director nos contagiaba la intensidad de su emoción desbordante.

La música dice lo indecible. Una interpretación nunca agota una partitura y cada versión es una nueva traducción de su pensamiento. Nuestro trabajo es descifrar las ideas cifradas en signos musicales para hacer realidad el poder de su belleza. La música habla de todos nosotros. En su lengua sin palabras ella nos dice. El autor crea para conocer algo de sí, y al conocerse, nos revela.

El protagonista de la obra, mientras tanto, se afanaba en combatir contra su muerte, y el flujo sonoro nos llevaba cada vez más cerca de la realidad, hacia dentro del tiempo y del sentido. Cerca del final, la música se eleva y cada acorde parece volverse más y más largo, invitándonos a sumergirnos en busca de la belleza y de la razón de la existencia.

Finalmente, en el último acorde, nuestro director abrió los brazos en cruz y cerró los ojos. Mientras permanecemos detenidos en la alta armonía, como suspendidos en un abismo, pienso en cuánto de mí ha quedado en este escenario, entre los viejos palacios de cantera y tezontle del Centro, en el prolongado aliento de cada nota sostenida bajo el cielo estrellado donde también soy memoria y escritura, siguiendo un orden preciso, irrevocable como el orden de las páginas de un libro del que soy protagonista, y que al pasar la última hoja habrá de revelar su sentido: mi último aliento será el primer instante de la eternidad: la muerte ya no podrá sorprenderme.

Por fin el director dibujó en el aire un breve círculo dando por terminada la obra y pudimos respirar. El silencio de la sala se fue poblando de aplausos hasta convertirse en ovación. Al final del concierto busqué al director con la intención de felicitarlo, pero también reclamarle aquellos tiempos lentísimos con los que nos había estado matando esa noche. Pero él estaba como transfigurado y resplandeciente. Al vernos nos sonreímos, y él sólo dijo:
-Ah, fue maravilloso.

Resurrección

Era una semana agitada, en medio de un exaltado clima electoral, con marchas y plantones que desquiciaban el tráfico. El país se disponía a elegirá un nuevo presidente. Sumado a esto, había inquietud en la orquesta por un estímulo económico, un bono de excelencia que en esos días negociaba el sindicato. De manera que se perdió mucho tiempo de ensayo en asambleas.

Tocábamos la Segunda de Mahler. Obra compleja de grandes dimensiones, que involucra un enorme aparato orquestal, con solista, coro y banda interna, de casi hora y media de duración. Lo ajustado del tiempo de ensayo imponía al director un estado de alarma.
La sinfonía mahleriana alude a la resurrección general al final de los tiempos. La humanidad abandona su condición precaria y asume su forma definitiva. Por fin se revela el misterio del cuerpo. Pero es ambiguo que no mencione a Cristo, aunque el autor se habrá de bautizar como católico dos años después de su estreno. Es posible que lo haya hecho sólo para conseguir el puesto de director de la Ópera de Viena.

Desde el primer ensayo las continuas fallas de lectura irritan a nuestro director: “se me hace terriblemente injusto que no hayan estudiado previamente sus partes; es “injusto con la música”, dice. El picolista se siente aludido y argumenta que no tuvimos las partituras con suficiente anticipación. El concertino corroboró que, en efecto, las partes en renta no llegaron sino hasta fin de semana.

El primer movimiento, “Ritos fúnebres”, es una gigantesca forma sonata con dos desarrollos y la estructura rítmica de una marcha. El atronador sonido de los metales llega a ser por momentos ensordecedor. El segundo movimiento es un suave lándler con dos tríos contrastantes. Su tema presenta modificaciones en cada aparición. Es una meditación ante un féretro, recuerdos infantiles del que acaba de morir. El tercero es un Scherzo de carácter irónico. San Antonio de Padua predica a los peces. Harto de la incredulidad de los hombres, el santo se dirige a las criaturas marinas, que resultan ser más piadosas y receptivas. Retrata un momento de negación, lleno de burla y desprecio. El cuarto sucede sin interrupción al scherzo. Una voz de contralto se eleva  sobre las cuerdas que acompañan con dulzura. Es un lied de orquestación transparente. “Soy de Dios y hacia él me dirijo” canta casi flotando. El último movimiento comienza con una recapitulación de los temas anteriores. Su compleja estructura hecha de materiales diversos compromete su unidad. Incluye una banda lejana que evoca las trompetas que anuncian el último juicio.
La música, por su misma naturaleza, es capaz de ofrecer la imagen más acabada del misterio final. Su naturaleza dual mira ambos lados del ser: lo simultáneo y lo sucesivo.
Cada sonido que surge y se desvanece sólo cobra sentido en el conjunto total de la obra. La música es un espejo modesto, un atisbo de la eternidad, como el reflejo del cielo infinito en un charco. Tiempo fuera del tiempo. Su forma invisible apunta a una invisibilidad más honda: el secreto en que habita la causa primera. Solo el final de la historia nos entregará el sentido completo de tanta angustia y dolor padecidos. El destino revelado será el gozo más puro.

Durante los ensayos se prueban varias locaciones para la banda interna. No es sencillo ubicarla. Los músicos no entran a tiempo, a pesar de que una pantalla transmite la imagen de la marcación. Acaban por colocarse atrás de los palcos.

Nuestro director nos contó entonces una anécdota entre divertida y grotesca. Una vez dirigiendo en otro país, durante el último movimiento, después del solo de flauta que anuncia el fin de los tiempos, una mujer sentada en la primera fila abrió una bolsa de papas. Él no la vio, nos dice, vuelto como estaba hacia la orquesta, pero alcanzó  a escuchar el crujido de la bolsa al abrirse y pudo oler el aroma a queso y cebolla que emanaba. ¿Qué clase de gente hace algo así?

El coro final comienza como un murmullo que va creciendo hasta abarcar la totalidad del espectro. “Resucitarás, sí, resucitarás, corazón mío, en un instante, todo lo que ha latido, habrá de llevarte hacia Dios”. La sinfonía que había empezado en un sombrío do menor, culmina estallando en un radiante Mi bemol, que es uno de los finales más contundentes de la historia de la música. Una afirmación triunfal de la vida.

Una asamblea extraordinaria vino a interrumpir nuestro ensayo general. La compañía de danza solicitaba nuestro apoyo para lograr la destitución de su director. El día anterior, nos cuentan, durante la función hicieron una asamblea con la presencia del público. Ahora se discute nuestro apoyo a los bailarines. Se discute también de qué manera habrá de implementarse el bono de excelencia y a quiénes beneficiará. Algunos proponen que se suspenda el concierto como una manera de presionar a las autoridades.

Esa noche llegamos con gran inseguridad a Bellas Artes, sintiendo que la obra no había tenido la suficiente preparación. Tras algunos debates, finalmente el concierto se llevó a cabo. Más aún: nuestra interpretación resultó electrizante y poderosa. El público agradecido ovacionó largamente. Al término del concierto, comenté con una compañera este “milagro”: la Segunda de Mahler había resucitado pese a todo. Ella resumió con agudeza nuestro éxito:
-Estábamos tan aterrados, tan inseguros, que no podíamos distraernos ni un segundo.

Rossini

A veces mi atril me depara muy gratas sorpresas. Una semana tuve la fortuna de descubrir una obra maestra: la Misa de Rossini. Ha sido una de esas ocasiones en que agradezco haber sido músico para poder participar en semejante maravilla. Inexplicablemente es una composición poco tocada. Cuando la hicimos, era la primera vez que la Sinfónica la interpretaba.

La pequeña Misa Solemne fue la última composición de Rossini, su “testamento musical” como suele decirse. El título de la obra es curioso, porque no es ni pequeña, ni solemne, ni particularmente litúrgica. “Todas mis composiciones son escénicas y esta es la última de ellas”, dijo el autor. Es casi hora y media de una sincera profundidad que abarca un mundo: lirismo, ternura, dramatismo, piedad. La misa entera respira devoción.

Originalmente fue escrita para dos pianos y armonio, con un coro de doce voces que simbolizaba a los apóstoles. Pero un año antes de su muerte el autor la orquestó, para fortuna de todos, temiendo que músicos menos sensibles destruyeran el encanto de sus líneas melódicas. Cuidó mucho de conservar su carácter de música de cámara y logró en las maderas un color exquisito. La orquestación es transparente y delicado.

Los compositores suelen alcanzar sus mejores momentos en la música religiosa. La fuerza misma de los textos los impulsa a dar lo mejor de sí. Me imagino que para cualquiera debe ser un reto formidable poner música a las palabras de la misa.  Para Rossini esta obra representa la cima de una larga evolución que alcanza aquí el dominio completo de sus recursos.

Sus partes más optimistas son dos fugas enérgicas y monumentales: la que culmina el Gloria y la que cierra el Credo. Guiada por la sabia mano de Rossini, la fuga no es un ejercicio académico y pedante, sino un torrente de emoción que brota desde el alma. El último número, el Agnus Dei, es absolutamente conmovedor. La perfección en música. Asignó la parte solista a su tesitura favorita: la contralto. Es su propia plegaria, una oración personal antes de hacer su última comunión.

La intención del autor queda clara en esta cita: “Buen Dios, aunque he tratado de escribirte esta música sacra, ya sabes que nací para la ópera cómica. Un poco de ciencia, un poco de corazón, es todo lo que soy capaz de ofrecer. Así que te ruego que la bendigas y me asegures el paraíso”.

Siempre recordé las caras emocionadas de mis compañeros tocando esta obra. Una luz interna parecía iluminarlos. Rossini alcanza aquí la inexplicable belleza. ¿Cómo logra esa cualidad flotante que hace que el director no pare de bailar en el podio?  ¿Y por qué en los pianísimos del coro final nunca puedo contener las lágrimas?

Veladores

Al término del concierto, el último turno de los veladores entra al Palacio. Empiezan su ronda cuando el público se ha ido. Todo permanece suspendido y expectante. Tras las puertas cerradas se extinguen los pasos y sólo el eco de la música perdura en el aire. Las partituras ya han sido dobladas en sus carpetas y archivadas bajo llave en la bodega.  Entra la música en su estado latente. Es la hora del personal de seguridad que resguarda el histórico inmueble. Conozco a algunos de ellos e intercambiamos saludos.

Mientras guardaba mi instrumento he pensado que los músicos somos también veladores. Cuidamos un patrimonio intangible, los fieles custodios de una flama, el personal de seguridad de una tradición. La analogía me satisface. Una orquesta resguarda un bien que la humanidad atesora. Nuestra vigilancia trae al mundo pensamientos cifrados hace siglos en notas musicales. Recreamos así la belleza que el tiempo arrebata.

Esta idea de la vigilancia evoca en mí otra imagen: “La oración del Huerto” de Baltazar Echave, una pintura varias veces centenaria que cuelga en un museo cercano. Esta mañana, después del ensayo, pasé un momento a admirarla. Nuestro diálogo ha sido como una música callada plena de significado. La he observado detenidamente dejando que revelara sin prisa su mensaje.

Para entrar a ese huerto hay que resistir la tentación de dar la espalda y cerrar de cansancio los ojos. Su desolada inquietud es una mirada descarnada que obliga a estar despierto, a mirar más a fondo sin oponer resistencia.

Este esfuerzo por observar es la esencia del artista. Su obra nace de esa mirada absorta en su objeto. “El don más importante de un artista es el de la observación”, decía Moyse. Por eso el arte verdadero no es espejismo sino iluminación. Símbolo que interpreta el misterio de lo real y vuelta al origen, a ese jardín que es paraíso y desolación más allá del lenguaje.

El extremo abandono de “La oración del Huerto” es el paso previo antes del fin. Renuncia a todo consuelo que no sea entrega de sí. Aceptación de lo real sin anhelar otro destino. Parece injusto tener que atravesar tan amargo paraje, solitario huerto de olivos retorcidos, pero evadirlo es extraviar el camino. Getsemaní enseña que entre Dios y el hombre hay un calvario.

Estas reflexiones me dejan en la puerta del Palacio. Salgo a la inmensidad de la noche y el viento me envuelve. Me agrada la compañía de su presencia invisible, pues el aire es la materia de mi arte. Ahora la tiniebla invade el mundo. Me pregunto entonces por el color de mi cuadro en su sala desierta, cuando las puertas se cierran y las luces se extinguen. ¿Qué es una pintura cuando nadie la mira? ¿Qué mensaje transmite su nocturna soledad? Es una música para nadie, una danza inmóvil cercana al vacío, como las partituras archivadas en el secreto de su caja aherrojada, huérfanas de miradas expertas en su interpretación.
Y sin embargo, están allí presentes, pálidas veladoras, transmitiendo al futuro su mensaje. Quisiera ser como ellas en la noche, cuando ya nadie escucha y el mundo se hunde en su abismo, velador de los ecos del misterio. Mis ojos húmedos e insomnes serán flores para una ofrenda sin nombre, par de puertas abiertas que entreguen mi alma.

Cuando la tiniebla invade las calles, queda el Palacio al resguardo de los veladores; queda la música archivada aguardando intérpretes de su belleza; y queda el artista sumergido en su corazón vigilante a la escucha del ser. Pero no está solo: en la inmensa noche, en el vasto y profundo cielo, velan también las estrellas.

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En 90 páginas con 9 capítulos y un preludio, leídos semanalmente a partir de agosto, hemos tomado el pulso del escritor y músico Puchet quien una vez más confirma que 'cuando se termina la palabra se continúa con la música' o viceversa y le damos las gracias por su gran colaboración. Asimismo, se espera la pronta elegía del papel: Quiero leerlo en papel, en palabras de Joseba Elola (El País, Domingo 9 de octubre de 2016). 

Algunas ideas, extraídas de Ideas: (Interpretación. debate. ensayo. análisis)

Leer es sexi, proclama una revista. Nuevas librerías independientes abren sus puertas. Se editan libros que son un encanto al papel, como Papel. Hojeando la Historia, donde Mark Kurlanski asegura que el papel nos guiará a lo largo del siglo XXI. O un canto al propio libro (Una exploración,  portada a portada, del objeto más poderoso de nuestro tiempo).

El cerebro persigue las palabras, por Facundo Manes.
Estamos atravesados por la escritura. Muestra de eso es que hoy nos comunicamos de una manera instantánea a través de la escritura: mensajes de texto, chat, WhatsApp, correos electrónicos.

Leer, en primer orden supone reconocer las formas de las letras y, con ellas, las palabras. Pero además, mientras leemos, percibimos la totalidad del texto como si se tratara de un paisaje. Así reconstruimos una una representación mental del mismo que nos sirve de base para interpretar la información que vamos procesando.

Escribir en márgenes, pasar las páginas para releer, da un sentido de apropiación y hace del libro algo más próximo.

El 'e-book' no es el enemigo.

Facundo Manes es neurólogo y neurocientífico (Cambridge University). Es presidente de la World Federation of Neurology Research Group on Aphasia, Dementia and Cognitive Disorders

DE MI ÁLBUM


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