Esther Margarita Allison Bermúdez / Huacho-Perú
(1918-1992) Escritora, poetisa y periodista peruana.
Hoy ha caído un árbol
el hachador, un ángel.
Un árbol que era mío. Mía su
dulce sombra
como un obscuro fruto
pendiente de sus ramas.
Mío su noble tronco, tan
rectamente alzado,
al que yo me ceñía con apego
de hiedra.
Mías sus actitudes de
fragancia madura,
sin tregua derramada de sus
brazos abiertos,
y mías hondamente su savia y
su resina,
que me nutrieron siempre el
corazón con hambre.
Hoy ha segado un ángel el árbol que era mío.
Fue en su pecho amoroso
donde aprendí la vida.
Aprendí de sus manos las
alas de paloma.
Caridad y ternura aprendí de
su gesto.
El hachador, un ángel, lo
hachó en la madrugada,
esa hora perfecta para
apagar la estrella.
No volverá a enseñarme la
lección de su frente
límpidamente erguida hacia
los cielos puros.
No anidará de nuevo mi gozo
en su follaje.
No dormirá mi pena de nuevo
en su regazo.
Ya no tendré la fuerza de su
invariable apoyo.
Ya no, el sabor caliente de
su debido alivio.
Lo que soy, se lo debo.
Nunca henchido panal
debido a una sola abeja tal
acopio de mieles.
Nunca tierra surcada debió
más a su arado.
Nunca tuvo una cuerda mayor
deuda de música.
Pero el árbol no muere. No
morirá en sus pájaros.
No morirá en el polen
fecundo de las flores.
Se tala el alto tronco, es
verdad. Cómo duele
el corazón mirarlo tendido
entre azucenas.
Cómo duele su extraño
silencio en el oído,
y estas únicas lágrimas que
no puedo enjugarlas.
Cómo duele el vacío de su
insólita ausencia.
Buscarle la acogida, pero, ay,
inútilmente…
Pero no muere el árbol.
Nunca muere el amor.
No hay soledad que arranque
su nombre de mis labios.
Se llamaba Victoria. Ya tú lo sabes, muerte,
que sólo en golpe de ángel
pudiste cosecharla.
Sí, ya lo sé. Marcaba
celestes calendarios
en tus dedos puntuales se
exacto paraíso.
Ya le tocaba el tiempo de la
rosa segura.
De cambiar el exilio por la
segura patria.
Ya lo sé. Dios la quiso, y
nadie como ella
ha merecido a Dios a través
del destierro.
No te increpo las hoces…
Pero no me la robas;
que no me la arrebatas ni
aun de mi suspiro.
Aquí en mi propia sangre, la
guardo para siempre
Intacta de cercones,
incólume a distancia.
Porque el árbol no muere.
Prolonga su estatura en la
multiplicada forma de su madera.
En la mesa, en la cuna, en
el ara, en el mástil.
Así como perdura su voz en
sus jilgueros.
Está conmigo siempre, como
lo está en las lágrimas
que por primera vez no
detiene en mis ojos.
Hasta que al fin un día,
embarcad en tus filos,
a su misma ribera se llegue
mi esperanza.
Hoy ha caído un árbol
Su leñador un ángel.
Como elogio, su nombre, no
más: Victoria Alfaro
es, no fue solamente mi
maestra, mi amiga.
Lo que tengo me vino de su
encendida dádiva.
Es mi hermana y mi ejemplo.
No se fue solamente.
Aquí está el testimonio del
latido en mis venas.
Perdonadme, vosotros que me
oís, el sollozo.
Porque siempre, a su lado,
no fui más que una niña.
Y, sin ella, me siento como
niña, sin madre.
Porque ya no las seca,
perdonadme estas lágrimas.
DE MI ÁLBUM
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