Francisco, en la misa en
Tiflis
"La discriminación
clama al cielo y contradice abiertamente el Evangelio de Jesús"
"En Occidente, la mujer
sigue manteniendo viva la llama de la asistencia a misa y a los demás sacramentos"
José Manuel Vidal, 01 de
octubre de 2016
“Dichosa la Iglesia que no
cede a los criterios del funcionalismo y no presta atención a su imagen”
(José Manuel Vidal).- En su
segundo día de estancia en Georgia, a las puertas de su soñado viaje a Rusia,
el Papa Francisco aprovechó la ocasión de la misa en el estadio de Tiflis para
lanzar un canto a la mujer georgiana y, en ellas, a todas las mujeres del mundo
que son las auténticas columnas de la Iglesia.
Y es que, según el Papa, las
mujeres "son un tesoro de gran valor" para Georgia y para el mundo
desde la perspectiva de la fe. Primero, porque, como decía Santa Teresita del
niño Jesús, "aman a Dios en número mucho mayor que los hombres". Una
constatación evidente en toda la geografía católica.
En época de secularización,
cuando la práctica religiosa ha caído en picado, al menos en Occidente, la
mujer sigue manteniendo viva la llama de la asistencia a misa y a los demás
sacramentos. Los domingos, nuestras iglesias están pobladas de mujeres y de
ancianos.
Y no sólo siguen asistiendo
a los actos religiosos, sino que se ocupan de la "intendencia"
eclesiástica en todas las parroquias, iglesias y conventos. Un ejército
femenino fiel y servicial, que lo entrega todo a cambio de nada, porque, a
pesar de su permanencia y de su dedicación, se le sigue vetando el acceso al
altar.
En el catolicismo, la mujer
no sólo sigue practicando, sino que además continúa ejerciendo de correa de
transmisión de la fe. En la familia y en las parroquias. En estas últimas, la
catequesis de niños y adolescentes está mayoritariamente en sus manos.
Y, como reconoce el Papa,
también en las familias: "Hay muchas abuelas y madres que siguen
conservando y transmitiendo la fe". Más ya las abuelas que las madres.
Éstas últimas, arrastradas por los aires de la secularización, ya no educan en
la fe a sus hijos. Es lo que los teólogos pastoralistas llaman "la
generación perdida" de madres jóvenes que ya no se casaron por la Iglesia
ni bautizan a sus hijos ni les transmiten los rudimentos de la fe.
En esta situación, son
muchas las abuelas que toman el testigo de la fe y suplen a las madres. Son las
abuelas las que siguen enseñando a sus nietos las primeras oraciones. Desde el
'Jesusito de mi vida' al 'Avemaría'.
De ahí el homenaje que el
Papa les rinde desde Georgia. Porque, si la infancia es la patria de la vida y
durante ella no se siembran los rudimentos de la fe, ésta tendrá menos
posibilidades de germinar en los corazones de las nuevas generaciones.
Una Iglesia católica
cuantitativamente femenina, que depende de la mujer para la transmisión de la
fe y para llevar "llevar el consuelo de Dios a muchas situaciones de
desierto y de conflicto", como dice Francisco. Una Iglesia que, a pesar de
la deuda que tiene contraída con la mujer, sigue siendo profundamente masculina
y excluyéndola de sus órganos decisorios. Con pequeños parches, como el que
está intentando poner en marcha el Papa: la eventual ordenación de mujeres
diaconisas. E incluso eso le está costando 'Dios y ayuda'.
Desde el Cáucaso, Francisco
manda un recado a los rigoristas de su propia Curia, que se oponen a que la
otra mitad del cielo acceda al altar, y proclama que, sin la mujer, la Iglesia
podría dejar de existir. La discriminación de la mujer en el seno del
catolicismo clama al cielo y contradice abiertamente el Evangelio de Jesús.
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