DE: BELLAS ORACIONES
DOM. XXXI DEL TIEMPO
ORDINARIO
Jesús y Zaqueo
“Llegando
a Jericó, pasaba Jesús por la ciudad. Allí había un hombre llamado Zaqueo. Era
jefe de los cobradores de impuestos y muy rico. Quería ver cómo era Jesús, pero
no podía hacerlo en medio de tanta gente, por ser de baja estatura. Entonces
corrió delante y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Cuando
llegó a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: ‘Zaqueo, baja pronto,
porque hoy tengo que quedarme en tu
casa’.
Todos
entonces se pusieron a criticar y a decir: ‘Se fue a alojar en casa de un
pecador’. Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: ‘Señor, voy a dar la mitad
de mis bienes a los pobres, y a quien he exigido algo injusto, le devolveré
cuatro veces más’.
Jesús,
pues, dijo a su respecto: ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa; en verdad,
éste también es hijo de Abraham. El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo
que estaba perdido”.
LUCAS 19 1-9
Neal Parrow
La
conversión de Zaqueo nos sirve de soporte para entender aún más la esencia del
Dios revelado en Jesucristo. En efecto, hoy el evangelio de san Lucas, nos
lleva a la casa de un personaje contemporáneo a Jesús. Se trata de otro
publicano. Recordamos aún la parábola del fariseo y el publicano orando en el
templo, que meditábamos la semana pasada. Ya se ve que Jesús tenía cierta
predilección por estas personas tan desprestigiadas y menospreciadas en su
moralidad pública. Recordemos que eran catalogados como unos pecadores.
Por
lo que nos describe el evangelio de hoy, Zaqueo era un hombre polarizado por el
dinero, y la injusticia sería el instrumento normal por el que alcanzaba sus
objetivos... Pero un día, sin saber casi de qué forma ni por qué motivos (así
son las conversiones), una mirada le traspasó el corazón y la misericordia lo
penetró. Encontró a Jesús, que le miró con otros ojos, a los que estaba
acostumbrado que le tazaran los demás, encontró a alguien que creyó en él. Y he
aquí el resultado: un hombre nuevo, rescatado, encontrado de nuevo, porque
estaba perdido.
En
Zaqueo se cumple aquella palabra de la Sabiduría divina, «Te compadeces de
todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres,
para que se arrepientan… A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la
vida» (primera lectura).
¡Qué
pobre y desvirtuada hubiera quedado la imagen de Dios si nos hubiésemos creído
el trato que los fariseos daban a Dios! No digamos ya, por la imagen del
fariseo orando en el templo del domingo pasado, sino porque con nuestros
juicios sobre los hombres a veces presentamos a un Dios terrible, que quiere
aplastar y aniquilar, guardián del orden, ordenador del mundo, freno de los
delitos sociales, omnipotente que precisa de esclavos... Y sin embargo, Jesús
revela un Dios cuya característica esencial es el amor y ofreciendo siempre una
oportunidad.
La
Revelación se puede definir, no como un contenido de verdades, sino como el
ofrecimiento de la amistad divina. De ahí que la imagen divina sea dialogal: el
Señor quiere convertir nuestra vida en una conversación con Él: «Zaqueo, baja
en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Dios es amigo de la
vida, siempre espera, poniendo su don a nuestro alcance. Él ama la vida y ama
nuestra alegría, porque su aliento inmortal está plasmado en nuestro ser.
Los
mensajes de profecías de catástrofes, tan comunes en nuestros días, anunciando
días de tinieblas, cataclismos, castigos irremediables no parece coincidir con
el mensaje del Dios revelado en Jesucristo. San Pablo afirma en su Carta a los
Tesalonicenses que «no nos alarmemos por supuestas revelaciones, dichos o
cartas que afirman que el día del Señor está encima», para que podamos cumplir
la tarea de la fe.
Dios
es amor. Ama todo lo que ha creado, como dice el libro de la
Sabiduría, y no odia ni
olvida a ninguna de sus criaturas, porque es amigo de todo lo que vive, es
amigo de la vida, que no de la muerte ni del dolor. Y este amor de Dios
respecto de los hombres es misericordia, porque nos ama aunque no le amemos,
aunque le ofendamos, aunque le ignoremos y neguemos. Nos ama porque es bueno,
no porque nosotros lo seamos. Al contrario, es el amor de Dios el que hace
posible que podamos ser mejores y dejemos de ser pecadores. Esta misericordia
de Dios no puede ser un pretexto para justificar nuestros pecados e injusticias,
ni debe fomentar en nosotros una presunción temeraria en la misericordia de
Dios. Al contrario, debe sernos de acicate y estímulo para confiar en él, sin
confiar en nosotros mismos. La esperanza cristiana, el anuncio del evangelio,
no se funda en la autosuficiencia de los que se consideran buenos y ejemplares
o mejores que los demás -que eso es el fariseísmo-, sino que descansa en la
convicción profunda de que Dios es rico en misericordia. Y que esta
misericordia de Dios, puesta en evidencia en éste y otros relatos del
evangelio, alcanza a todos los hombres de generación en generación, sin tasa.
«Porque
el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido», hoy
nos sentimos reencontrados en este amor de Dios que sale en nuestra búsqueda y
nos manifiesta este voto de confianza al darnos la oportunidad de cambiar y
hacer el bien, como Zaqueo. Amén. (Predicadores La familia).
DE MI ÁLBUM
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